LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El juego de la imitación, por Gabriel Lauret



Aunque el tiempo necesario para interpretar una obra musical suele ser relativamente breve, no lo es tanto el de su creación, que suele llevar semanas, meses o un incluso varios años. Este es el principal motivo de que en bastantes ocasiones la muerte haya sorprendido al compositor con el trabajo a medio hacer. Cuando fallece un arquitecto, se da por sentada la obligación de finalizar un colegio, un hospital o, sobre todo, un estadio de fútbol en construcción. Aparte de otros motivos, porque suele haber unos planos suficientemente detallados de cómo continuar con la obra. Sin embargo, dentro de un arte que consideramos de autor como la música, se plantean muchos interrogantes, entre ellos la necesidad misma de dar por finalizada la obra y quién debe ser el encargado de llevar a cabo la tarea.

No es fácil escoger la persona idónea cuyo estilo pueda parecerse o adaptarse al del compositor de la obra incompleta, como tampoco lo es aceptar un trabajo de este tipo. La muerte de Mozart otorgó la inmortalidad a su alumno Süssmayr, que no tuvo ningún reparo en concluir su Requiem cuando Joseph Eybler, también alumno, amigo y músico mucho más preparado, renunció al encargo de la viuda, Constance, posiblemente por un respeto reverencial a la figura del genio. Aquí vemos cómo recoger el testigo de un gran compositor puede tener recompensa.

Les voy hablar hoy de un compositor tan conocido como Mozart, pero de una obra de la que no creo que tengan noticia. Después de completar la Novena Sinfonía en 1824, Ludwig van Beethoven dedicó sus últimos años de vida a componer los últimos cuartetos de cuerda, pero también estuvo trabajando en una nueva sinfonía que nunca vería la luz.

Hacia 1980, uno de los especialistas más importantes en Beethoven, el musicólogo inglés Barry Cooper, anunció al mundo que había encontrado unos cuarenta fragmentos correspondientes a diversos bocetos de varios movimientos de esta sinfonía, con un total de unos 250 compases. Considerando que tenía material suficiente para concluir el primer movimiento, lo terminó, manteniéndose lo más cerca posible del estilo de Beethoven. El movimiento de Cooper (me van a permitir que no lo atribuya a Beethoven) se interpretó por primera vez en un concierto ofrecido en 1988 por la Royal Philharmonic Society de Londres, a quien el compositor había ofrecido la nueva sinfonía en 1827. La finalización de esta Décima Sinfonía, como se la denominó, recibió algunos halagos (pocos) y muchas críticas, que cuestionaban tanto le necesidad de acabar algo tan poco perfilado por el autor como por el discutible resultado sonoro. Porque los apuntes de Beethoven rara vez permiten vislumbrar la obra maestra que conseguirá después en la versión definitiva. Incluso los de sus mejores composiciones, son anodinos y convencionales, hasta podríamos llamarlos mediocres, pero idóneos para que los pudiera transformar y hacer evolucionar.

Puede que por el escaso éxito de Cooper o porque el material restante era poco aprovechable, la historia de esta sinfonía quedó ahí felizmente paralizada durante algunos años, hasta 2019, cuando un grupo de investigadores decidieron concluirla utilizando un procedimiento novedoso que no dejaría señalado a nadie si el éxito no acompañaba la empresa. Este procedimiento, hoy de total actualidad, consistía en el uso de la inteligencia artificial, que debería aprender los procesos de composición de Beethoven. Para ello, un equipo liderado por el compositor Walter Werzowa, que todos conocerán por los dos segundos del anuncio de Intel, y por el programador Ahmed Elgammal, profesor en la Universidad Rutgers de Ciencias de la Computación (New Jersey), trazó un plan para enseñarle primero la música de Bach, Haydn y Mozart, y a continuación la totalidad de la obra de Beethoven. En ese momento, la máquina debería ser capaz de predecir las decisiones que Beethoven hubiera tomado para concluir la sinfonía.

Después de dos años de trabajo, en 2021 la Orquesta “Beethoven” de Bonn, la ciudad natal del compositor, estrenó “Beethoven X: The AI Project”, que incluía los dos movimientos finales. Si en aquellos días no vieron ustedes esos pocos minutos que los informativos dedican a sucesos extraños o a actividades raras e inútiles como la cultura y la música, es poco probable que tuvieran noticia de todo esto, porque la cuestión no dio para más. Varios artículos favorables a cargo de los propios autores del proyecto, algún artículo contrario de algún crítico casi obligado a opinar por la polémica, y el silencio.

En 1950, Alan Turing, uno de los padres de la informática moderna, escribió su famoso artículo El juego de la imitación, en el que pretendía determinar, por medio de preguntas precisas, si nuestro interlocutor era un ser humano o una máquina, analizando su forma de pensar. Cambiemos pensar por componer en la forma en que reconocemos a un compositor. No sé si en un futuro el progreso de la técnica permitirá en este juego de la imitación que las máquinas no sólo creen música aceptable, que ya lo hacen, sino que sean capaces de interesar y emocionar a los seres humanos. Por ahora, está claro que ni un hombre (Cooper) ni una máquina (la inteligencia artificial) han sido capaces de suplantar a Beethoven.



Ilustración: Busto de Ludwig van Beethoven por Hugo Hagen y retrato de Alan Turing (1951)





Comentarios

  1. Interesantísimo tu post. Confío en que los algoritmos informáticos asuman que el Genio es "otra cosa".
    César.

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  2. Que.grande. eres.Gabriel, te adelantas a las modas !!!!!!

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  3. Súper interesante... como siempre!!!!

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