EL VERDE GABÁN. El gato de Éfeso, por Santiago Delgado


En la luenga calle abajo, aún enlosada en mármol, pero muy desgastada y desparejada, a la derecha, hacia sus medios, hay una estatua descabezada, como tantas otras a todo lo largo del Imperio Romano. Abajo, albergado entre los pies y los bajos de la toga, hay un hueco, que, por lo que parece, es posesión de un gato. O de todos los gatos de las egregias ruinas de la vieja ciudad jónica. ¿Quién sabe?

En la Historia del Mundo hay muchos gatos. El de Chesire, resabiado y cínico, o el Gato con Botas, más familiar y verdadero. Yo, ahora, añado este gato, a tan egregio elenco. El gato de Éfeso se expone tranquilo y orgulloso a toda la turistada mundial que, al pasar hacia el Foro de la Biblioteca de Celso, ante él se detiene se para fotografiarlo.

El Gato de Éfeso es el símbolo de la permanencia de la ciudad, frente a imperios y terremotos. No alardea de nada, ni nadie le ha hecho cuento inmortal o leyenda. ¿Para qué? No la necesita, si acaso, luego a la tarde, cuando el poniente ilumina la estatua, como Diógenes al Magno Alejandro, le sabría decir a cualquier turista: “de ti sólo quiero que te apartes y me dejes tomar el sol”.

Pero los gatos tienen buena educación, y no le dicen ninguna impertinencia sagaz a nadie. Los gatos se guardan su sabiduría para ellos solos. Y hacen bien.

No se sabe con certeza, si es el gato quien cuida de la estatua o es ésta quien ampara al gato. Ni siquiera sabemos si sea una rara simbiosis o han fundado una rara sociedad de apoyos mutuos. Lo que sí está claro es que hay gatos, descendientes, con toda seguridad, de aquellos que por allí circulaban, cuando los efesios recibían cartas de San Pablo, y que son, por tanto, habitantes sempiternos de las ruinas de la antaño prosperísima Éfeso.

¡Larga vida a los gatos de Éfeso!




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