LOGOSFERA. Trenzando nostalgia, solidaridad y resiliencia (I), por Isaac David Cremades Cano


Los que llevaban expatriados aquí varios años afirmaban que este invierno no estaba siendo demasiado frío. A mí, que vengo de un pueblo al sur de la capital granadina, dominado por la imponente mirada del Mulhacén, las bajas temperaturas no me impresionaban. Comprendo, claro está, que estos pocos grados pudieran parecer gélidos para muchos de mis compatriotas. Yo, al menos, traía un buen chaquetón y ropa de abrigo, ellos ni siquiera calcetines o guantes de lana. Al ser el benjamín, tenía la suerte de haber heredado de mis hermanos pantalones de gruesa pana y demás prendas para combatir las inclemencias, como los calurosos jerséis, calcetas, bufandas y gorros, que pacientemente habían tejido los habilidosos dedos de mis abuelas y tías. Sin embargo, muchos otros españoles traían escuálidas maletas con ropa interior para escasamente una semana, con apenas un par de camisas, varios pantalones y demás atuendos adecuados a tiempos templados. Estos individuos inconformistas consiguieron reunir el coraje de emprender, pese a todo, un exilio arduo al igual que esperanzador.

A pesar de las diversas opiniones sobre la suavidad de este invierno en particular, durante las breves salidas y anecdóticos escarceos, la mayoría caminaban como si un gran peso sobre sus espaldas les encogiera los hombros, avanzando con paso rígido, nariz y orejas rápidamente enrojecidas. Cuando los dedos de las manos empezaban a entumecerse, el único pensamiento posible era el de llegar al destino lo antes posible. Unos, obligados por los ritmos ininterrumpidos de las hiladoras industriales, deambulan de madrugada al encuentro de esas máquinas estrictas e insaciables devoradoras de tiempo. Se dirigían a esas gigantes fábricas, Les fils de Lyon, donde era fácil encontrar trabajo incluso sin hablar francés. Otros, de vuelta a las altas horas dictadas por los turnos perennes, atraviesan la noche caída. Ambos, habitualmente bajo la lluvia, a veces en forma de nieve, o simplemente envueltos por la penetrante humedad. De todas formas, como casi todos vivíamos en apartamentos bastante precarios, al regresar, no encontrábamos la calidez hogareña que habríamos deseado. Eran tan fríos y húmedos que, al salir a la calle, daba la impresión de que no era tan distinto.

Para los jóvenes como yo, que emigrábamos sin familia, los únicos lugares que podíamos permitirnos se encontraban paradójicamente en los mejores barrios de la ciudad. Podías alquilar una pequeña habitación abuhardillada en la última planta de lujosos y céntricos edificios o en sus entresuelos, verdaderos cuchitriles donde moraba normalmente la gente al servicio de los adinerados residentes. Nos teníamos que conformar con esos diminutos cuartuchos de escasamente 12 m2: los del desván, generalmente luminosos pero atravesados por los aires externos debido al mal aislamiento, no distintos a los subterráneos, húmedos como cuevas aunque más oscuros, con pequeñas ventanas en altura que, más que luz, proyectaban sobre las paredes las sombras intermitentes de las piernas de los viandantes.

Por mucho que el tiempo fuera severo, los fines de semana muchos de nosotros sacábamos fuerzas de donde fuera para escapar momentáneamente de la soledad del emigrante. Poníamos todo nuestro empeño en anudar con firmeza los lazos que nos unían, trenzando nostalgia, solidaridad y resiliencia. Para ello, se organizaban regularmente encuentros en el centro Albert Camus de Villeurbanne, gracias a que un manchego afincado aquí desde los años 40 y casado con una profesora francesa, conocía los trámites pertinentes para solicitar el uso de estas instalaciones. Allí nos reuníamos varias generaciones de españoles: desde maestros republicanos, miembros de la CNT y otros represaliados del régimen franquista, hasta mozos casaderos como yo, nacidos ya en la postguerra. El coraje de aquellos que atravesaron a pie los Pirineos parecía haber mutado en la valentía de los que pudimos emprender ese largo viaje, años después, con pasaporte y en tren. Alejándonos así de la hermética y asfixiante dictadura, del terror y la represión, lo individual se convertía en colectivo. Reconstruíamos sin ser demasiado conscientes una nueva patria a nuestro alrededor, la modelábamos, la idealizábamos, para regocijo de todos.

La gastronomía era el pretexto detonador de estos encuentros, donde nuestros paladares hacían, por un instante, el viaje de vuelta a casa de la mano del gusto, el olfato y la vista. Las bocas se deleitaban, las lenguas se soltaban y nos extasiábamos con los chistes, anécdotas, canciones y bailes importados que, estimulando todos nuestros sentidos, allanaban ese retorno momentáneo a la añorada, pero represora, madre patria. Éramos tal cantidad de emigrantes españoles en la zona que nos daba incluso para organizar una liguilla de fútbol ¡Siempre la ganaban los murcianos! Eran tantos que podían formar varios equipos entre ellos, tenían hasta uno en el que todos los jugadores provenían de un pueblo con el extraño nombre de Abanilla. El resto eran mixtos, los andaluces llegábamos al número suficiente entre varios almerienses, malagueños, granadinos, un gaditano y un jienense, no era el caso de gallegos o extremeños que, gustosos, se aliaban con asturianos y leoneses para completar equipos. Jugábamos unos partidos memorables y recuerdo especialmente cómo cultivábamos entre todos ese jardín de complicidad que resultaba ser de lo más reconstituyente. Después de esas animadas jornadas, tenía la sensación de haber recuperado la salud, la fortaleza y el vigor. Ya de vuelta a la soledad de los estrechos muros de mi habitación, lejos de todo, poseía los elementos necesarios para conseguir vislumbrar las líneas de un nuevo horizonte de extraña, a la vez que prometedora, cotidianidad tricolor.

Comentarios

  1. Precioso relato repleto de bellas imágenes literarias que nos conducen a un optimismo esperanzador.
    Enhorabuena, una vez más.
    Espero el siguiente

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  2. Cuántos detalles que nos trasladan a aquellas situaciones mezclando la tristeza con la alegría!! Muchas gracias y enhorabuena!!

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  3. Muy bien descrito el exilio y sus sensaciones. Enhorabuena!

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  4. Creo que ya puedo publicar mis comentarios, las grandes experiencias como emigrar a otro lugar, son mejores si hay alguien con el que puedas entenderte. Varías tu narrativa manteniendo ese estilo que se nutre de los elementos de la naturaleza. Sigue así Isaac un abrazo

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