EL ARCO DE ODISEO, Un paseo por el tiempo, por Marcos Muelas




¿A quién no le gusta viajar? Hacer las maletas y desplazarse hacia una ciudad desconocida. El más afortunado puede viajar a otro país y con más fortuna aún, cambiar de continente. Con un mundo globalizado y gracias al avión, mañana mismo podríamos estar al otro lado del planeta. Y quién sabe, a mediodía podríamos estar cantando en un karaoke tokiota.

Lo más que llamativo que recuerdo es haber subido a un avión en verano para horas después aterrizar en pleno invierno. Sí, es desconcertante, en un solo día pude cambiar de continente y estación. Pues ahora imaginemos algo más fascinante, los viajes en el tiempo. Bueno, no nos echemos las manos a la cabeza, estamos hablando de ciencia ficción. Los viajes en el tiempo han sido un recurso muy explotado, primero en la literatura y más tarde en el cine. En esas historias podemos distinguir dos tipos viajes temporales: al futuro o al pasado.

Cuando hablamos de viajes al pasado, solemos encontrarnos con un protagonista que, sin ser más sobresaliente que el resto de sus coetáneos, acaba viajando al pasado por accidente. El primer recuerdo que tengo de mi infancia en estos terrenos fue con Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain, escrita en 1889. Hank Morgan, un habitante de Connecticut de finales del siglo XIX, accidentalmente acaba viajando a través del tiempo y el espacio hasta acabar en la Britania del siglo VI. En su viaje llega a conocer al rey Arturo y su corte. Tanto el viajero como los lugareños acabarán teniendo diversos choques culturales. Una divertida aventura que seguro os resultará familiar, aún sin haber leído a Twain. Esta historia se ha copiado y recreado cientos de veces.

El protagonista, valiéndose de los conocimientos modernos de su época, pronto consigue ganarse el afecto del rey, que lo considera un gran mago. Merlín, que resulta ser poco más que un charlatán, siente envidia hacia el forastero y rivaliza con él. Pocos años después, en 1895, un hasta entonces desconocido H.G. Wells publicó La máquina del tiempo. Esta vez, encontramos a un autor que quiso llevar a su protagonista al futuro. ¿Quién puede culpar al bueno de Wells por querer echar un vistazo más allá de su tiempo? Con su obra nos presenta la que probablemente sea la primera máquina del tiempo. Como todos sabemos, a Wells siempre le gustaba describir lo más fiel posible la ciencia que había tras sus historias. A Wells también le debemos los Morlocks, subespecie derivada de los humanos.

Otros autores como Isaac Asimov, Philip K. Dick, Michael Chrichton y por supuesto, J.J. Benítez y su famosa saga, Caballo de Troya, han recurrido al viaje en el tiempo como argumento central en sus novelas. ¿Y si se pudieran utilizar los viajes temporales para cambiar tiempos anteriores? Stephen King nos habla acerca de las graves consecuencias de cambiar el pasado. `22/11/63´ es la fecha que pone título a una novela de Stephen King. Muchos habrán adivinado que es el mismo día en el que Lee Harvey Oswald cometió el magnicidio en la Ciudad de Dallas. La premisa es seductora, viajar al pasado para salvar al presidente Kennedy. Más sorprendente es la saga de Juan José Benítez, donde a lo largo de doce volúmenes nos sumerge en un viaje temporal hasta llegar a la época de Jesús de Nazaret. Pero muchos desconocen que la primera trama sobre viajes en el tiempo corre a cargo de un escritor español.

En 1887 el diplomático Enrique Gaspar y Rimbau escribió El anacronópete una novela en la que se aprecia la primera máquina del tiempo. La novela de Gaspar y Rimbau tuvo un frío acogimiento por parte del público español de la época. Esto ocurrió ocho años antes de que Wells presentará su propia máquina del tiempo. Y es que viajar en el tiempo se ha convertido en un recurso cotidiano en la literatura y el cine de las últimas décadas. Un recurso del que quizá se haya abusado. Me quedo con la originalidad de la trilogía de Regreso al futuro con los imprescindibles Doc y Marty. Con ellos descubrimos las paradojas temporales y lo peligroso que es intentar cambiar el pasado.

Nos vemos en el futuro.





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