CRONOPIOS. Vivir en el mar. Una historia real, por Rafael Hortal









En recuerdo de Antonio Lorente Rubio,

“El Cabo La-Isla”




Fue suficiente conocerlo durante una entrevista en el año 2007 para que su personalidad y sus vivencias nos quedaran grabadas para siempre. A la periodista María José Cárceles y a mí nos sorprendió cómo recordaba sus penurias de juventud con la naturalidad que da la distancia de su extensa vida y el alivio de su madurez.

Nunca habíamos conocido a alguien así, alguien que no sale en los libros de navegantes famosos, pero su historia es digna de recordar como homenaje a todos los marinos que pasaron penurias al enfrentarse a la furia de Poseidón, y en muchas ocasiones con el estómago vacío.

Antonio Lorente Rubio ha muerto a los 94 años; me ceñiré a contar su vida en el mar, hasta que lo destinaron en tierra, a la comandancia de San Pedro del Pinatar, donde se jubiló como Contramaestre, aunque siempre se le recordará como “El Cabo La-Isla”

Antonio nació en Mazarrón, a los 9 años ya trabajaba en las minas, los dos primeros años en lo más profundo y los tres siguientes en la superficie; a los 14 años se marchó con su tío para trabajar de pastor, había mucha escasez de todo y se alistó en La Marina. Con 17 años se embarcó en el Buque Escuela Galatea durante 3 años y casi sin pisar tierra lo destinaron en Elcano durante 5 años (1948 a 1953). Navegó por Sudamérica, Norteamérica, Asia y África. A los 25 años ya había vivido intensamente, conociendo las diferentes culturas del mundo. También conoció el hambre y el frío durante las largas travesías, como cuando en plena tormenta subió al palo para sustituir una vela en Elcano; bajó a las cuatro horas congelado y con las manos saladas y ensangrentadas.

A Antonio le ofrecieron el destino en Isla Grosa como un paraíso, al principio lo era, salvando los problemas por la incomunicación. La vida era muy tranquila, allí cuidaba de su mujer Concepción López y sus 4 hijos: Dori, Antonio, José Andrés y Belén. Les daba clase hasta que iban al colegio en San Pedro del Pinatar. Era una época de escasez, pero el pescado no faltaba.

Antonio era el cabo y tenía 6 marineros a su cargo, el objetivo principal era de vigilancia; se comunicaban con banderas entre la isla y el Estacio en La Manga, que sólo era una lengua de arena. Pasaban largas temporadas aislados a causa del temporal. Rara vez pasaba algún barco, seguían su rumbo con la mirada, sin prisa; su hijo Antonio lo acompañaba siempre a recoger los víveres, iban en barca de vela latina hasta la zona del Estacio, había un hilillo de agua innavegable; cruzaban andando hasta la costa del Mar Menor y montaban en otra barca hasta Lo Pagán, del municipio de San Pedro del Pinatar. De regreso, paraban en La Encañizada, que aún conservaba la torre defensiva con 2 cañones para hacerle frente a los piratas berberiscos. En la cara norte de isla Grosa, hay una cueva oculta desde el mar; su hijo Antonio recuerda que había una argolla de hierro donde posiblemente ataban a los prisioneros antes de llevarlos a Argel para su venta.

En las maniobras militares de prácticas de tiro, los barcos y submarinos lanzaban torpedos con la cabeza de madera, llegaban hasta las señales que ponían en la playa de La Manga y con la barca de vela latina iban a recogerlos para su reutilización.

En los años setenta, el Centro de Buceo de la Armada (CBA) comenzó a organizar cursos de adiestramiento y no sólo de unidades de élite de los ejércitos españoles, también de muchos países. Venían a entrenarse comandos americanos, veteranos de la guerra del Vietnam que mandaban al Líbano. Los que caían en paracaídas al mar los tenían que recoger en la barca; hacían prácticas con fusiles y armamento especial del lugar donde iban a combatir y les mostraban las heridas de guerra, estaban un poco locos. La isla ya no era la misma, y decidió pedir el destino a la Comandancia de San Pedro del Pinatar.

Hoy, en San Pedro, se le recuerda con cariño, y se le reconoce entre otras cosas, que fue la primera persona que aportó material arqueológico al Museo Municipal, donde trabajó su hijo José Andrés. Ahora navegan los dos con la apacible brisa del mar.






Antonio Lorente Rubio “El Cabo La-Isla”





Fotomontaje del matrimonio Concepción López y Antonio Lorente con El Galatea.


Comentarios

  1. Una gran historia real.Todo "un lobo de mar". Gracias por compartir.

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