EL VERDE GABÁN, Caffé Tommaseo, por Santiago Delgado




En el Caffé Tommaseo aún resuenan las voces de los conspiradores del Risorgimento, contra el Imperio Austro-Húngaro. Ahora, una música de jazz, y una cantante de sincopada melodía, alternan con los roncos, aunque suaves, sones del saxofón, que un par de siglos después, incorporan, en secreta audición, las voces, aún presentes de los carbonarios.

El estilo Liberty, muy renovado, conserva el sabor de aquel tiempo novecentino, del que gozaba la Europa burguesa, de excesivo realismo pictórico y literario; la última época del arte sometido a la estética entendible de los contornos y los volúmenes del modelo; al fácil espejo a lo largo del camino.

Los nacionalistas del Tommasseo pujan fuertes, con la absenta y el cognac francés que huele a libertad y a revolución: la nueva religiosidad.

El local está repleto de conspiradores y el aire se halla atufado de tabaco y humo de velas. De pronto, aparece Verdi en el Caffè, y todo el salón se pone en pie. La voz de dálmata Doda, desde atrás de todos, grita:

Victor Emmanuele, Re d’Italia!

Y todos repiten la frase con el mismo entusiasmo y fortaleza. Verdi saluda, destocándose del alto sombrero de copa, sintiéndose reconocido por los presentes. Deposita guantes, tocado, capa y bastón, en los primeros brazos que se le ofrecen, y alza los brazos como para iniciar concierto. Traza en el aire los compases precisos, y todos entienden que se dispone a dirigirles el coro de esclavos de Nabuco. Tras dar la entrada, todos cantan:

Va, pensiero, sull'ali dorate;
va, ti posa sui clivi, sui colli,
ove olezzano tepide e molli
l'aure dolci del suolo natal!

Las voces han alertado a los espías austriacos, y enseguida se oyen los silbatos de la policía. En un instante, el café es evacuado. Rápido y eficaz, Tommaseo cierra el local, Cuando llegan los uniformados, ya no hay nadie.

La cantante de jazz también ha terminado. Afuera, llueve y es el mes de mayo. Trieste es un fado trasterrado, que nunca se acaba.

Tomasseo ronca junto a una ventana para ofrecer al tirano la impronta de normalidad. Verdi ya se alberga en la cúpula del vecino Palazzo Carciotti, entre caballetes de pintor y paletas multicolores, lienzos mediotapados y cubetas con pinceles por limpiar.


Palazzo Carciotti


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