Sororidad, por Gedi Máiquez




Silvia rondaba el medio siglo de vida y hacía tiempo que se había propuesto con determinación no ser invisible al mundo. Cumplir años si eras mujer te empujaba inconscientemente a caer al pozo del edadismo más cruel a veces ayudada por una misma. No era una propuesta estética la suya, admitía el inexorable paso del tiempo que iba haciendo mella en su cuerpo como un virus lento e inevitable que día a día hacía acto de presencia. Lo admitía, sí, pero también lo combatía sin obsesión. Su determinación era de amplias miras.

En realidad, su rechazo a la invisibilidad no era tanto por la imposición de la sociedad plagada de cuerpos apolíneos y ninfas etéreas con sobredosis de toxinas y juventud que plagaban el escenario cotidiano, sino por no caer en el mal hábito de pasar de puntillas por la vida de las personas que formaban parte de su microcosmos. Era su propuesta más arriesgada desde su debacle emocional, ver y ser vista desde los ojos de una transformada vida, esa que tuvo que recomponer cuando terminó la batalla de la decepción. Hacía tiempo que había dejado atrás un matrimonio carente de comunicación, donde la separación le había proporcionado más momentos de intensidad que los 20 años de casada.

Ese día salía de su clase de yoga, nada sudorosa pero tonificada, con paso suave y rostro relajado, - es posible que se me haya ido de las manos la meditación- dijo para sí sonriendo a medias su comentario. La realidad se hizo presente cuando miró la pantalla del móvil y se desplegaron ante ella todos los caracteres de notificaciones que la postmodernidad había decidido inventar. Varias conversaciones de whatsapp esperaban impacientes contestación, -ya las atenderé-, pensó. Solo abrió una de ellas para lanzar uno de esos emoticonos que se habían instalado en sus vidas y que el receptor recibió con agrado sabiendo que era recíproco. Una llamada de teléfono saltó en ese momento y su voz grave y cantarina la hizo sonreír cuando lo primero que dijo Lucía fue - Tía ¿estás bien? tengo que contarte… comenzando así una de sus interminables conversaciones que hacían de su amistad un puerto seguro donde resguardarse.

-Me he enamorado- le confesó. Esa afirmación tan rotunda era característica de ella. Y mientras entraba en detalles, Silvia se iba poniendo la bata clínica con el tensiómetro en una mano y el desfibrilador en la otra para cuando fuesen necesarios, estaba claro que tarde o temprano les iban a hacer falta.

Pensó en la última vez que Eros, o acaso un impostor ya que eso no podía ser amor, hizo acto de presencia en su vida lanzándole una flecha envenenada. Fue de la mano de un arrogante y egocéntrico patricio llegado a Hispania allá por el siglo I d.C. La damnatio memoriae llevada a cabo por ella fue directamente proporcional al daño infringido, el capítulo estaba cerrado y la lección aprendida. Desde entonces vivía plácidamente el retiro de una vida epicúrea repleta de satisfacciones.


Lucía seguía en su diatriba en la que los placeres carnales eran asuntos de primer orden, reían a carcajadas sus ocurrencias y es que su amiga era todo menos convencional. Cada vez que pensaba en ella se la imaginaba como protagonista de una gran obra literaria, donde al autor en algún capítulo le había traicionado el exceso de creatividad. Pensó que bien podría encarnar a una de las hijas de La casa de Bernarda Alba, transitando una vida oscura que pedía salir a gritos al mundo exterior. O vivir con intensidad y pasión sin convencionalismo la historia de Ana Karenina, sin su trágico final, por supuesto. Pero también podría ser la protagonista de las novelas posmodernas de Laura Norton, en ellas sería posible vivir la anormalidad de una persona normal con el humor de situaciones absurdas que tanto las hacían reír.

Si todo esto lo metiéramos en una coctelera de movimientos espasmódicos llevados a su cénit, daría como resultado una bebida muy personal. Intensa, fresca, con un toque picante y ácido a la vez y de un color azul plomizo como los nubarrones que a veces se posaban sobre su cabeza cuando amenazaba tormenta. Lucía era auténtica y única como ese cóctel que acababa de hacer, pero en realidad su esencia radicaba en la creencia que nadie iba a vivir la vida por ella, hacía tiempo que había decidido ser actriz principal en un mundo donde lo más acertado era ser un mero espectador acomodado. Podría ser que gustase más o gustase menos el capítulo escrito en ese momento, pero era el suyo. A estas alturas de la película ya habían descubierto que el futuro no existía.

Su amiga era una de esas personas por las que Silvia había decidido ser visible, su sororidad era indiscutible en un mundo amenazado por la falta de relaciones sólidas y en el caso de muchas mujeres, falto de lealtad entre ellas. Ya estaba llegando a casa acompañada por las luces del atardecer veraniego y de las nubes de mosquitos que esquivaba sin mucho acierto, le resultaba más fácil deshacerse de un insistente moscón en su ilusa creencia de ser candidato a su dormitorio, que a ese enjambre de bichos. La seductora idea de leer un libro con una copa de vino blanco estaba cogiendo forma hasta que llegó el fin de la plática con una propuesta. -Tía, un día tendrías que escribir algo sobre mí.

Y el libro quedó cerrado esa noche sustituido por el sonido de las teclas del ordenador.

Comentarios

  1. Fantástico relato donde es fácil sentir sororidad, y complicidad, desde el pensamiento íntimo y las emociones de la narradora, y ahí me reconozco, porque puedo verme en ese transitar por los sentimientos que muchas mujeres tenemos en común y no siempre podemos expresar, ni dejarnos llevar por ellos ante las experiencias de una vida que muchas viene condicionada por posiciones y roles impuestos, y frente a estos límites la autora propone vivir con libertad, con dignidad y ser consciente de una misma a la vez de ser capaces de estar cerca y ser participes de las experiencias de otras mujeres, porque es sororidad y es también humanidad y afecto, es aprendizaje y, porqué no, una manera de estar en este mundo más empatica y aportando lo mejor de una misma.
    Así la autora de este relato nos hace un regalo para las emociones que se siente desde que empiezas con la lectura y ya no puedes dejar de leer porque eres parte de la historia, te implica, nos atañe a todas las mujeres, a todas las personas.
    Gracias por compartir esta historia.

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  2. Soy quien ha escrito rl comentario, tras leer el relato de Gedi, aunque sale como anónimo porque no me he dado cuenta de cambiar el perfil.
    Quería aclarar ésto y de nuevo manifestar mi gratitud y felicitar a la autora.

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  3. Me siento honrada y emocionada al leer estas palabras tan personales, me dan fuerzas desde mi humilde posición para seguir poniendo voz a tantas emociones contenidas.
    Gracias infinitas

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