CRONOPIOS. El escribidor. Ucronía de un escritor y el punto Jonbar, por Rafael Hortal
El conejo es la base alimenticia del lince que tiene una percepción auditiva y visual excelente, por eso no se le escapa nada. Lince es sinónimo de inteligente, astuto. Lince es el apodo de Mario el escribidor, que tras conocer en Perú el bonito oficio de escribir cartas de amor por encargo, y huyendo del acoso de su tía, se instaló en España para escribir fantasías eróticas adaptadas a los clientes.
Se sentaba a escribir mirando a la playa, justo al lado de un chiringuito. Todos los días situaba su silla y su mesa con un montón de folios y una estilográfica. El cartel publicitario ponía: “Relato su fantasía. 500 palabras, 50 Euros, 5 minutos”. Para ello los clientes rellenaban un cuestionario previo sobre sus gustos sexuales y el grado de osadía de la historia. Desde su posición, pasaba el día escuchando y observando a la gente. Tenía la habilidad de fijar las prioridades en las mujeres más atractivas, no se le escapaba ningún detalle. Con todo lo que aprendía de la condición humana, no descartaba escribir una novela y alcanzar el premio Nobel.
Una bonita chica en biquini se acercó a la mesa. El Lince la recibió con el encanto, el acento y la palabrería como si fuera un pseudo-psicólogo argentino.
—Hola princesa. ¿Te gustó el relato de ayer?
—¿Puedes escribirme otro?
—Los que tú quieras, morenaza, nada en La Tierra podría impedir complacerte.
—Hay cosas que no ves. No soy tan morena —dijo con picardía mientras se tiraba hacia arriba de la parte posterior del biquini, metiendo la tela entre los glúteos y dejando ver el culo blanco.
—¡Vos con esas curvas y yo sin frenos!
—Lince, escríbeme otro relato, pero hoy quiero que sea hardcore, esta vez pon que me llamo Nina. —le dijo, mientras se introducía la mano por el sujetador del biquini y se acariciaba un pecho.
El escribidor tardó pocos minutos en crear una historia, inspirado en los gestos morbosos que ella no paraba de hacer, mordisqueándose un dedo o tensando más el biquini desde sus caderas, para situar el pronunciado monte de Venus a dos palmos de su cara. Estaba claro que le gustaba exhibirse y quería calentarlo. Cuando le entregó el escrito, dobló el papel sin leerlo y le preguntó:
—¿Cuánto cobras por hacerlo realidad?
—Preciosa, sólo cobro por escribir. ¿Seguro que Nina quiere vivir esa experiencia bizarra?
—Hasta el final. Conociéndote, seguro que Nina disfrutará, aunque tengo que decirte que nada que hayas escrito me asustará. Si te contara mi vida real te sorprendería.
Lince no dijo nada más. Le cogió la mano, la llevó hasta su coche y le puso una máscara de gata. Con la música a todo volumen de “Atrévete-Te-Te” de Calle 13 llegaron a una zona boscosa frecuentada por asiduos al gangbang. La desnudó y la tumbó en el capó con los brazos y piernas abiertas mientras se acercaban con asombro los hombres y las mujeres que andaban buscando encuentros fortuitos.
El Lince tenía un hambre atroz, se comió el sabroso conejo blanco con gran pasión. La música y los gritos atraían también a los que hacían senderismo y footing, que al llegar se encontraban con el cunnilingus salvaje sobre el capó y mirones masturbándose. Nina, sintiéndose protegida bajo la máscara, se excitaba cada vez más al compartir su placer con la gente que la observaba. El Lince le sujetó los brazos y la penetró ante la perplejidad de algún deportista desorientado que, escandalizado, seguía su camino; pero otros se acercaban cada vez más atraídos como un imán. El escribidor eyaculó con un grito de placer.
—Hasta aquí mi relato, estimada dama. Vámonos.
—¡De eso nada! Me has puesto a cien. Ahora comienza mi fantasía.
La chica se creía un personaje de ficción, pensaba que era Nina, que oculta bajo la máscara de gatita sentía protegida su identidad. Se sentó en el techo del coche dejando caer las piernas abiertas sobre el parabrisas y llamó a todos los voyeurs y deportistas para tocarlos y disfrutar de una orgía con hombres y mujeres, que no dejaron ningún resquicio libre.
Mario, el escribidor, miraba la escena pensando que quizá había llegado demasiado lejos y se sentía responsable.
—Bajad todos de mi coche, me lo estáis abollando.
—Mario… Lince, despierta… y no grites —le dijo el camarero del chiringuito tocándole el hombro.
—¿Qué?
—Llevas un buen rato durmiendo sobre la mesa y se están volando todos los papeles.
Nerea. Fotografía de CELES. Pintura de Santi García Cánovas
Un relato muy original e imaginativo. La fotografía y la pintura son muy apropiadas, van más allá de la simple creatividad.
ResponderEliminarUn texto muy creativo donde entras en el personaje.
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