EL ARCO DE ODISEO, Invierno de 1943, por Marcos Muelas





La nieve resonaba bajo las botas de los cuatros soldados rusos. La reciente tormenta había separado al sargento Yaroslav del resto de sus hombres. No por ello iba a desistir de su misión. Acompañado con solo tres de sus comandos recorría el bosque a la búsqueda de soldados alemanes rezagados. Durante más de dos años, los nazis habían desangrado al pueblo soviético buscando su caída. Pero el empeño ruso había resistido hasta finalmente hacer huir a los invasores. Ahora, el cazador se había convertido en presa.

La amplia experiencia como rastreador que poseía Yaroslav servía de poco cuando la reciente nieve tapaba las huellas. Los vientos gélidos habían espantado cualquier posibilidad de caza en kilómetros a la redonda y el pequeño grupo de soldados carecía de provisiones. El avance era lento, con cada pisada, sus piernas se hundían hasta las rodillas en la nieve. En el bosque, carente de cualquier sonido, los resoplidos y gruñidos de los soldados se solapaban con el crujir de la nieve al aplastarse. Pero el sargento forzaba a sus hombres a avanzar sin descanso. Sin alimentos ni lugar donde cobijarse, detenerse significaba rendirse a la muerte. El soldado Konstantin, que abría la marcha, llamó la atención de su sargento hacia el centro del valle que estaban descendiendo. Yaroslav tuvo que entrecerrar sus ojos con las pestañas cubiertas de escarcha para conseguir divisar lo que el soldado señalaba. Una destartalada cabaña se camuflaba bajo el manto de nieve. Fácilmente parecía abandonada, pero el inequívoco humo que salía por su chimenea delataba lo contrario.

Avanzaron lo más agachados que pudieron, en dirección a la parte trasera de la casa, para evitar ser descubiertos desde las ventanas delanteras. El sargento llegó primero. Con su pistola Tokarev en la mano hacia señales al resto de sus hombres para que llegaran hasta él. Así, los cuatro, apoyados en la parte trasera de la vieja cabaña se prepararon para el asalto. Yaroslav y Konstantin rodearon la casa por el lado derecho mientras el resto hacia lo propio por el otro extremo para volver a converger en la parte delantera de la casa. El sargento hizo señales a Georgy, el más fornido del grupo, para que abriera la puerta de una patada mientras el resto preparaban sus armas.

La puerta se abrió hacia dentro en una nube de nieve y esquirlas de hielo ante la fuerte acometida. En un abrir y cerrar de ojos los soldados rusos irrumpieron en el lugar con los dedos índices tensos sobre los gatillos de sus armas. Una anciana, la única ocupante, los observaba sin ningún rastro de temor. La cabaña no tenía paredes internas ni lugar donde esconderse. Solo unos pocos muebles eran desvelados ante el fulgor de la chimenea donde colgaba una pesada olla. El olor a comida hizo que los hombres salivarán como fieras salvajes. Las cuatro armas seguían apuntando a la anciana que no cesó en remover el guiso sonriente. Georgy llamó la atención del resto indicando unos uniformes alemanes colgados de un gancho de la pared. El sargento interrogó a la anciana con brusquedad y ésta reveló que tres soldados alemanes habían pasado por ahí dos días atrás. Aseguró que los hombres huían asustados y que habían robado la ropa de su difunto marido para poder ocultarse de los rusos. Los alemanes le habían robado, pero al menos habían tenido el detalle de dejarle algo de comida. La anciana ofreció cobijo y alimento a Yaroslav y sus hombres. El sargento, aunque hubiera preferido salir lo antes posible tras los fallidos invasores, aceptó la invitación por el bien de sus hombres. Estaban medio congelados y llevaban días sin comer, pero aun así, había algo en la anciana que le hacia desconfiar. La mujer sirvió cuatro platos de guiso cargados con jugosos trozos de carne. Los hombres dudaron en probarlo hasta que la misma anciana sorbió directamente del cucharon para demostrar que no estaba envenenado.

Los cuatro se concentraron en devorar el contenido de sus platos mientras la anfitriona los observaba con una sonrisa. No le preocupaba que los forzosos invitados se comieran las escasas reservas que le habían brindado los nazis. Mañana tendría carne soviética para cenar.





Comentarios

  1. Tremendo!! Como siempre una impecable reseña cargada de impactante contenido. Enhorabuena amigo!!

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