EL ARCO DE ODISEO. Mar de árboles, por Marcos Muelas





Faltaban pocas horas para el anochecer, pero la oscuridad ya se había adueñado del bosque. Hiro sonrió, ese era el momento perfecto para comenzar su paseo. Los excursionistas buscadores del morbo y las emociones fuertes ya se habían marchado, devolviendo la paz al lugar. El mar de árboles era tan frondoso que hasta el viento era incapaz de atravesarlo, provocando un constante estado de silencio y asfixia, incluso en invierno. Pero, para Hiro este era su hogar. Un remanso de paz y tranquilidad tras una vida llena de estrés y preocupaciones. 


Al terminar la universidad, Hiro había dedicado quince años de su prometedora carrera al servicio de una empresa multinacional. Desde el comienzo, Kanaye, su jefe inmediato, sintió celos de sus aptitudes y dedicó todos sus esfuerzos a eclipsar el brillo de Hiro. Hiro trabajó con el tesón que sólo un joven japonés es capaz de ofrecer, sin importarle que Kanaye se hiciera dueño de sus méritos.


Finalmente, tras una década y media de esfuerzos, sólo consiguió un enfisema y un despido injusto. Su salud y su trabajo se esfumaron de la mano. Había pasado su juventud volcado en el trabajo, sin permitirse intimar con ninguna mujer lo suficiente como para llegar al matrimonio. Y así acabó, con treinta y pico años sin futuro. Consciente de que nadie que lloraría su muerte.


Esa fue la razón por la que acabó en ese lugar. Un paraíso de paz y tranquilidad. Bueno, al menos eso creía cuando decidió convertir el bosque en su residencia permanente. Pero lejos de lo que tenía previsto, el bosque tenía mucha más vida de lo que se apreciaba a simple vista. Mientras recorría el solitario sendero, saludó a Mika y Kano. Los jóvenes le devolvieron el saludo de forma amigable y continuaron su camino. Se percató que últimamente veía a esos dos siempre juntos. Sonrió pensando en la posibilidad de que hubieran acabado siendo pareja. Quizá, aún quedara algo de esperanza.


Continuó descendiendo el sendero y en el siguiente claro encontró al Viejo Gris, sentado en el lugar de siempre. Ese era el apodo que le habían puesto al anciano, ya que nunca se dignó a compartir su nombre con el resto. Le dedicó su acostumbrada mirada de pocos amigos, y con una nube de humo de su cigarrillo le invitó a continuar su camino sin detenerse. Poco más adelante, mientras las ramas y la baja vegetación se cerraban aún más y la hostilidad del bosque aumentaba, escuchó la voz de Yukiko.


Hiro se ocultó todo lo que pudo entre la maleza para evitar encontrarse con ella. La mujer pasó a pocos metros de él, llamando desesperada a su hijo. Hiro tenía sentimientos encontrados hacia ella. Por un lado sentía la mayor de las penas hacía Yukiko, por otro, recordaba porqué ella había acabado allí, junto a los demás.  Si quedaba algo de justicia, nunca encontraría a su hijo.


Los focos de las linternas apuntaban en todas direcciones. Hiro suspiró y volvió a ocultarse. Contó a cuatro personas cargadas con cámaras de alta definición.  Los curiosos y youtubers se estaban convirtiendo en algo muy molesto. Cada vez era más frecuente su presencia en el lugar, siempre a la caza de cualquier fenómeno paranormal.


 El grupo también pasó de largo y Hiro volvió a quedarse a solas con sus pensamientos. Levantó la cabeza buscando contemplar las estrellas. Pero, las frondosas copas de los pinos tapaban el firmamento.


 —Me he perdido —dijo una voz femenina tras él. Hiro se giró para encontrarse con una joven, que lo miraba asustada.

 "Una recién llegada" pensó. Normalmente no solía ayudar a los nuevos, pero la juventud de la chica hizo que se compadeciera de ella.


—¿Cómo puedo salir de aquí? —preguntó— Tengo miedo.

Hiro suspiró pesadamente pero fue cortés con la joven que dijo llamarse Masako. La cogió de la mano y la condujo por el estrecho sendero. Cruzaron pequeños arroyos y subieron colinas. Llegaron a un pequeño claro donde un grupo de habitantes le invitó a sentarse con ellos. Alrededor de una pequeña hoguera se realizaron las presentaciones. Estos la recibieron con afecto y le dieron la bienvenida.

 Hiro y los demás le hablaron del lugar, contando historias divertidas para tratar de animar a Masako, la recién llegada.

 —Quiero volver a casa —reconoció la joven con tristeza.

—Pero eso es imposible —dijo Hiro con una sonrisa triste. Se acercó hasta ella y con delicadeza le subió las mangas de su suéter.

Masako contempló los cortes de sus muñecas horrorizada. Las heridas brillaban, pero hacía tiempo que habían dejado de sangrar.

—Todos vinimos aquí por algún motivo —reconoció Hiro mientras abría su camisa para mostrarle las laceraciones del cuello, fruto de la soga que el mismo colocó alrededor de este, años atrás— El bosque es nuestro hogar eterno.



Aokigahara, conocido como el bosque de los suicidios, se encuentra en las faldas del monte Fuji en Japón. En la época feudal, los aldeanos, víctimas de las hambrunas y enfermedades, llevaban allí a sus abuelos e hijos. Incapaces de mantenerlos, los abandonaban en el bosque a su suerte. 

 Actualmente, cada año, entre cincuenta y cien suicidas son atraídos por este lugar, sin motivo aparente, para quitarse la vida.






Aokigahara, bosque de los suicidios


Comentarios

  1. Conocía está historia desde hace años y me emociona la forma de enfocarlo de la reseña... Gracias amigo

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