Encuentro con Verónica (2/4), por Rafael Hortal

  



  

Además de consultar libros y películas sobre voyerismo, miré las estadísticas que demostraban que es una tendencia mucho mayor en hombres que en mujeres, y puede tener varias parafilias asociadas. Como se trata de escribir las memorias voyeristas de Verónica, no de hacer un tratado sobre voyerismo, preferí no indagar más y limitarme a conocer mejor el caso concreto de Verónica.


Conversación telefónica. Día 2

—Hola, Verónica, si te parece podemos comenzar con las impresiones de tu adolescencia.

—Vale, pero cuando llegue a los 25 años tengo que terminar la historia del mirón que se masturbaba mirando mi culo cuando estábamos entre las dunas de la playa.

—Por supuesto, estoy intrigado por saber cómo acabó aquello. ¿Cuándo fuiste consciente de que te gustaba mirar a la gente follando?

—Eso llegó más adelante, en principio me di cuenta que, aunque a todas mis amigas les gustaba mirar a los chicos guapos, yo era capaz de ocultarme para espiarlos. Buscaba estrategias para verlos en los vestuarios del colegio. Me apunté en el equipo de fútbol femenino para ver desnudas a mis compañeras en las duchas; manteníamos una relación con el equipo masculino, éramos sus animadoras. Conseguí encontrar una rendija por donde mirar los vestuarios masculinos. Lo llevaba en secreto porque alguna compañera ya me tachaba de ninfómana pervertida.

—¿Tuviste algún percance?

—Malo no. Un futbolista se dio cuenta de que una chica lo observaba desde el vestuario femenino y se exhibía desnudo retrasando el momento de vestirse; nunca supo que era yo, pero a mí me gustaba su actitud provocadora, así que lo conquisté. Fue el primer chico que me penetró.

—¿Probaste los placeres del coito y no te bastaron para aplacar tu voyerismo?

—El voyerismo se lleva hasta la muerte. Es cierto que se va atenuando esa necesidad de ver cuerpos desnudos; recuerdo que los chicos hojeaban revistas porno y yo me acercaba al grupo disimulando, demostrando poco interés, pero miraba la revistas con ellos. Ahí me di cuenta que también me gustaban los desnudos femeninos. Recuerdo que me gustaba un juego: me enseñaban en las revistas fotos de un culo desnudo y tenía que acertar si era de hombre o de mujer.

—¿Le contó a su novio que era voyerista?

—Nunca, aunque creo que lo sospechaba, porque cuando íbamos a la playa no le ponía pegas al plantar la sombrilla cerca de alguna tía buena en toples. Yo me sentaba en la toalla y me fijaba en los cuerpos de la gente. Estudié Historia del Arte y asistía a talleres de pintura del natural; me gustaba pintar modelos desnudos, tanto hombres como mujeres. Me interesé por obras que trataban el voyerismo, como Susana y los viejos de Tintoretto (1560), El baño turco de Ingres (1862), hasta de Étant Donnés de Marcel Duchamp (1966), donde se ve a una mujer desnuda, abierta y depilada, a través de dos mirillas en una puerta. No como El origen del mundo, que tiene mucho vello, en 1866 no se depilaban, ja, ja, ja.

—Ahora que mencionas el vello, descríbeme qué cuerpos desnudos te gustan más.

—No me gusta el vello por ninguna parte, pero sí el pelo largo tanto en mujeres como en hombres, los cuerpos atléticos y los penes de carne, que en reposo ya son grandes. Como el que casi arrastraba Den.

—¿Quién es Den?

—Un héroe de comic de los años 70. Siempre iba desnudo luciendo sus músculos y su gran pene.

—¿Te masturbabas viendo el cómic?

—Sí. La imaginación sobre una imagen fija es mucho más potente para la fantasía erótica que una imagen en movimiento. Una buena foto es más erótica que una película porno. Me gustan los comics de Milo Manara y Druuna de Serpieri.

—¿Crees que piensan así el resto de voyeurs?

—No lo sé, no hemos hecho ninguna convención de voyeurs, ja, ja, ja.

—¿No tenías confianza con tu novio como para compartir tu parafilia?

—No, pero él veía normal algunas cosas…

—Como por ejemplo…

—No teníamos casa donde ir a follar, por eso todas las tardes íbamos en su viejo coche a un paraje apartado frecuentado por otras parejas en sus coches. Después de follar incómodamente, nos fumábamos unos cigarrillos. Le decía que no pusiera música, que quería relajarme, cuando en realidad disfrutaba escuchando los gemidos y viendo moverse los amortiguadores del coche de al lado. Un día que mi novio se quedó adormilado después de dos polvos, salí del coche con la excusa de mear, en silencio me acerqué al coche de al lado y los observé mientras follaban. Él me vio y no dijo nada, nos reconocíamos por los coches, al día siguiente convenció a su novia para follarla sobre el capó; yo no le quitaba ojo, a punto estuve de bajarme para acercarme. Tanto me calentó que esa noche exprimí a mi novio.




Diorama del amor, 1886. Jean Aubert 



—¿A tu novio también le gustaba verlos?

—A él sólo le gustaba ver mujeres. Su fantasía era ver a dos o tres mujeres follándose.

—Y participar en la orgía…

—Supongo que sí, pero nunca me lo confesó. Dejamos de salir cuando acabé la carrera y me marché de la ciudad para trabajar.

—¿Cómo historiadora del arte?

—No, sólo te puedo decir que aprobé unas oposiciones para hacer algo que me gustaba de verdad.

—¿Tiene relación con el voyerismo?

—Sí, pero no te lo puedo desvelar.

—¿Tuviste más relaciones sentimentales?

—Me casé.

—¿También le ocultaste tu pasión por el voyerismo?

—Antes de responder, creo que ha llegado el momento de que te cuente cómo siguió la historia de cuando el adicto al cruising se estaba dando una paja mirándome el culo.

—Adelante, soy todo oídos.

—Me estaba poniendo en un aprieto, él me vio haciéndoles fotos a escondidas a la pareja follando entre las dunas y quería chantajearme, con sus gestos me indicaba que quería follarme; entonces pensé en dos alternativas: sacar la cámara y hacerle fotos para ahuyentarlo o darme la vuelta boca arriba y abrir las piernas, es lo que me pedía por señas para excitarse más.

—¿Y qué hiciste?

—No soy exhibicionista, sólo enseño mi cuerpo si es absolutamente necesario para poder mirar yo. Pero si lo violentaba haciéndole fotos podía acercarse a quitarme la cámara, y la pareja que estaba follando se percataría de todo al ver mi cámara. ¿Tú qué habrías hecho?

—¿Salir corriendo? No, en serio, no estaba allí. No puedo evaluar la mejor opción. ¿Habrías podido físicamente con él?

—No soy violenta, guardé la cámara, me puse en pie desnuda y grité: ¡Un mirón, un mirón! Lo hice señalándolo, alertando a la pareja que follaba. Él voyeur se sorprendió y se asustó. Cuando el chico rubio se puso de pie para gritarle, estaba empalmado. Mi vista se clavó en su polla y me puse más nerviosa todavía. Le dije a la pareja que me había acercado para prevenirlos porque lo había visto de lejos acechándoles.

—Eso es un juego sucio entre mirones, ¿no crees?

—Es supervivencia. Somos conscientes de nuestro riesgo si somos descubiertos. La chica me dijo que me acercara, que no le tuviera miedo al acosador y que luego me acompañarían al coche. Por supuesto no saqué la cámara de la mochila y me senté con ellos.

—¿Hicisteis un trío?

—Me hubiese gustado, puedes inventarlo y ponerlo en mis memorias si quieres, pero nos limitamos a hablar, sentados en la toalla, desnudos, él con el pene semi erecto y yo chorreando de gusto. Lo que sucedió después te lo cuento otro día.

—Verónica, todas estas historias están muy bien para tus memorias, pero me faltan datos sobre tu familia, tu pueblo, tus años, tus trabajos, de cómo eres físicamente…

—Vale, algo te contaré en nuestro próximo encuentro telefónico.





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