CRONOPIOS. Encuentro con Verónica (3/4), por Rafael Hortal
Continué pensando y estudiando el voyerismo en diferentes culturas; aunque todos los individuos tienen rasgos comunes de personalidad, hay tanta variedad como personas. Por eso no generalizaré y me ceñiré al caso de Verónica.
Conversación telefónica. Día 3
—Hola, Verónica, ¿te viene bien que continuemos hablando ahora?
—Sí, estoy en casa. Espera que apague la tele y me siente cómodamente.
—He estado pensando en la situación que me contaste con la pareja de la playa. Me dijiste que no sucedió nada más, pero que podía inventarme algo.
—Échale imaginación, eres escritor.
—Se me ocurren varios finales, por supuesto siempre con una gran orgía entre las dunas… Pero creo que tú has fantaseado con lo que podría haber sucedido.
—Es cierto, el recuerdo de aquella pareja follando lo tengo muy presente y cuando veo las fotos que les hice a escondidas, me excito y me masturbo.
—Cuéntame tu fantasía, porque eso también forma parte de ti, de tu biografía.
—Cuando se marchó el hombre que espiaba, la chica me dijo que no temiera, que me quedara con ellos y que me acompañarían al coche. Se llamaban Fran y Estefanía, eran más jóvenes que yo. Ahora comienzo a relatarle mi fantasía:
—Cariño, siéntete cómoda, no te preocupes por ese tío, no has visto los músculos de mi Fran —dijo Estefanía mientras le acariciaba los bíceps.
—Siento haberos interrumpido.
—No te preocupes por eso, a este se la pongo tiesa rápidamente.
—Esperaré a que terminéis, no miraré. —Me di la vuelta.
—Verónica, no te gires —dijo Fran— me gusta ver tu coño depilado.
—¡Qué vergüenza! Nunca he estado tan cerca de una pareja follando.
—No te cortes, sé cómo nos miras, los ojos se te abren. Seguro que eres muy lujuriosa —dijo Estefanía.
No podía ocultar que me gustaba verlos. Estefanía bajó la cabeza en busca del pene de Fran, mientras él repasaba mi cuerpo con sus ojos azules. Sentí que me ponía colorada; normalmente a los voyeurs nos gusta mirar mientras estamos escondidos, para fantasear íntimamente con nuestras elucubraciones, pero el tenerlos tan cerca acrecentaba la morbosidad. Estefanía continuaba haciéndole una mamada magistral. Fran, recostado hacía atrás, me indicaba con gestos que abriese las piernas para verme bien; pasé a compaginar el voyerismo con el exhibicionismo. Estefanía vino gateando hacia mí con la lengua fuera, como una tigresa que quería lamer mis pezones; aprovechando la postura, Fran la penetró por detrás… Ya te puedes imaginar cómo terminó el día de playa en mi fantasía.
—No, dímelo tú.
—Me masturbé mientras los miraba, después le hice un cunnilingus a Estefanía mientras Fran me penetraba. ¿Te gusta así? Cuando escribas mi biografía puedes ser muy explícito, seguro que no desentonará de lo que he hecho realmente en mi vida y de lo que pienso.
—De acuerdo, continuemos con la entrevista. Me has dicho que estás en casa; sal al balcón y descríbeme lo que ves.
—Vivo en un piso alto en una gran avenida, frente a mí tengo varios edificios de viviendas y uno que es un hotel de tres estrellas. Hay muchas ventanas a tiro para curiosear.
—Dime cómo es tu modus operandi.
—He vivido en distintas ciudades, siempre en pisos altos; hay unas reglas generales para mirar sin ser descubierta. La primera es no llamar la atención en el balcón. Si alguien me ve no tengo que generar interés, por lo que nunca salgo ligera de ropa ni me quedo mirando nada. Ahora mismo estoy sentada tomándome una cerveza mientras hablo contigo. Cuando llega el momento de convertirme en mirona siempre lo hago con ropa negra detrás de un cristal, asomando el teleobjetivo o los prismáticos entre la ranura de las cortinas, que sujeto con pinzas arriba para que sólo sobresalgan las lentes. Por supuesto que no tendría encendida ninguna luz en mi casa. Ya tengo seleccionadas algunas viviendas de interés, de gente confiada que sale de la ducha a su dormitorio iluminado, o de gente que no lo importa mostrarse desnudos, solos o en pareja.
—¿Qué tiempo dedicas al día en mirar?
—He comprobado que la mejor hora es entre las 8 y las 12 de la noche, suelo dedicar 20 minutos en esa franja. El tiempo para fantasear con algo concreto. Por supuesto que si hay una pieza excepcional me quedo hasta cazarla.
—¿Te masturbas mientras miras?
—No suelo hacerlo. En ese momento estoy pendiente de asimilar, de cargar mi cerebro con lo que veo o de hacer la mejor foto. Es después cuando disfruto recordándolo, al ver las fotos o cuando me acuesto y cierro los ojos.
—Dime cuál es hasta la fecha la mejor ventana que has visto.
—Las mejores ventanas son las del hotel, reconozco enseguida si se aloja una pareja estable o es un rollo de una noche. En ese caso son más morbosos y no les importa dejar abiertas las cortinas. Llegan derechos a follar con la luz encendida.
—Verónica, llevamos tres días hablando por teléfono y sigo sin saber mucho de ti, ¿En qué trabajas?
—Sólo te puedo decir que he tenido trabajos relacionados con mis estudios de Historia del Arte, aunque ahora estoy en el sector de… digamos que… trabajo en lo que me gusta.
—¿Relacionado con mirar, con espiar?
—Sí.
—¿Para conseguir ese trabajo has tenido que opositar?
—Sí... Pero déjalo ya.
—De acuerdo. Cuéntame algo de tu vida.
—Te conté que dejé a mi primer novio cuando me fui a otra ciudad para trabajar de profesora. Se me iban los ojos detrás de los chicos guapos que llevaban pantalones ajustados marcando el paquete. Se dieron cuenta y lo comentaban entre ellos. Uno me retó llegando a clase con unas finas mallas ajustadas como las que visten los bailarines, se marcaba todo el pene y me puse muy nerviosa al intentar esquivar la mirada. Toda la clase se dio cuenta de que me excitaba verlo. Decidí dejar la enseñanza presencial.
—Está claro que a las personas voyeurs les gusta ver sin ser vistos. ¿Te gustaría ser invisible?
—No lo había pensado, voy a imaginarme una fantasía de mujer invisible que pueda atravesar las paredes —soltó una carcajada y después dijo seriamente: —Por supuesto, nos sentimos cómodos en nuestra intimidad.
—¿Cuándo crees que fuiste consciente de ser voyeur?
—En la adolescencia veía revistas porno con los amigos, después en Internet, pero de niña me entusiasmaba ver libros de Historia del Arte, con sus fotos de pinturas y esculturas con cuerpos desnudos… También las performances que utilizaban sus cuerpos como herramienta artística.
—Cuéntame una experiencia que te haya gustado mucho.
—Sucedió hace dos años, en la ciudad que vivía antes: la mirada se me iba al ático de un vecino que no paraba de hacer gimnasia en su terraza con el torso desnudo. Cuando llegaba a mi casa, lo primero que hacía era asomarme a la ventana para ver si estaba él en su casa. Reconozco que estaba obsesionada con espiarlo. A veces hacía flexiones desnudo dentro de su salón, me excitaba mucho y me masturbaba con mi satisfyer para aplacar el furor. Me sentía como James Stewart en la película de Hitchcock La ventana indiscreta. No tenía otra cosa mejor que hacer que observarlo. Una vez lo seguí por la calle y comprobé que era el dueño del gimnasio del barrio. Me apunté al gimnasio, se llamaba Pedro, y conseguía mantener ardiente mi llama del deseo. Me imaginaba mil historias en las posturas más inverosímiles sobre los aparatos de gimnasia; cerraba los ojos y me imaginaba tumbada y a él deslizándose boca abajo por la cuerda hasta alcanzarme. Lo embauqué para tener una aventura sexual. La primera clase fue particular, cuando cerró al público nos quedamos practicando todo lo que había soñado. Descubrí nuevas posiciones adaptadas a los aparatos de gimnasia, agarrada a los tensores y poniéndoles contrapesos precisos, mi cuerpo parecía flotar encajando una y otra vez su sexo en mi vagina…
—Una curiosidad: ¿hasta qué punto es más satisfactorio el sexo real o el imaginado?
—Por supuesto que son sensaciones diferentes. Con Pedro era mucho mejor follar con él que cuando me corría imaginándomelo, pero también ha habido casos de decepción. No todos los hombres son tan eficaces como aparentan. En ese caso es mejor no traspasar de los sueños a la realidad.
—Me imagino que esa relación terminó, ahora vives en otra ciudad…
—Sí, pero las distancias no son ningún impedimento para desplazarme a lugares y actividades que me excitan. Planifico con mucho mimo la asistencia a salones eróticos o a quedadas de cruising en las playas.
Antes de terminar nuestra tercera conversación telefónica le pregunté si quería que su biografía la escribiera en primera persona de forma cronológica o con flashback. Me dijo que eligiera yo la forma, que le mandara lo que llevaba escrito y si se animaba me contaría cosas más oscuras de su personalidad. En ascuas me tiene.
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