CRONOPIOS, Encuentro con Verónica (1/4), por Rafael Hortal
Recibí un correo electrónico un poco sospechoso porque el remitente sólo revelaba las siglas: VBDUM. Me indicaba que era una mujer adulta y me preguntaba si yo podría escribir sus memorias, pagándome, pero con la condición de que mantuviera su anonimato. Tras varias conversaciones escritas en las que ella demostraba haber leído mis novelas y publicaciones, accedí a continuar la conversación por teléfono. Su voz y sus formas eran indudablemente las de una mujer educada, de mediana edad, pero no conseguí reconocer más, tenía una pronunciación correcta que no asociaba a ninguna región española concreta ni a ningún país de habla hispana. Me dijo que la llamara Verónica, aunque no era su verdadero nombre, y que siempre ocultaría su verdadera identidad porque así hablaría con total franqueza, sin reparos. Me contaría la historia real de su vida en torno al voyerismo. Acepté la oferta no sólo por dinero sino por curiosidad sobre el tema. Me adelantó el título que tenía pensado para el libro: Verónica, biografía de una mirona. Entonces entendí las siglas de su correo electrónico.
Resumo aquí las conversaciones telefónicas que decidimos grabar por ambas partes para evitar errores y mal entendidos.
Conversación telefónica. Día 1.
—Buenos días, Verónica, ¿cómo estás?
—Buenos días, deseando que escribas mi biografía.
—Sé el orgullo que se siente al ver publicada una obra, pero en tu caso, sólo tú sabrás que eres la protagonista…
—Con eso me basta. Puede ser que deje escrito en el testamento que se haga otra edición con mi verdadero nombre. Lo pensaré, depende de varios factores.
—¿Te avergüenzas de tu vida de voyerista?
—De algunos hechos concretos sí. Es una parafilia muy generalizada, pero nadie la reconoce, y menos si es una mujer. No la confundas con lo que llaman “las viejas del visillo”, ellas miran para cotillear, los voyeristas miramos para excitarnos.
—Pero, el voyerismo no hace daño a nadie, en todo caso te pueden hacer daño a ti al denunciarte si te pillan.
—Si haces fotos de gente follando y le haces chantaje, sí hace daño. Pero no te alarmes, te adelanto que jamás he publicado las fotos que he hecho.
—O sea, que a ti no sólo te gusta ver, también fotografiar o grabar…
—Efectivamente. Tengo una buena colección archivada.
—¿Para qué? Si no le sacas rendimiento.
—Aprovechamiento personal. Me gusta mirarlas después. Son como trofeos, cada foto tiene su historia y me excito al recordar esos momentos.
—¿Te has masturbado al ver las fotos otra vez?
—Muchas veces.
—Descríbeme una de las fotos que más te han excitado.
—Te diré dos tipos de fotos o momentos que me gustan: una es la de un acontecimiento que no te esperas, por ejemplo, un atardecer, al salir de la autovía a una carretera comarcal, el coche que llevaba delante se paró en el primer semáforo rojo, paré detrás, sentía el cansancio de tantos kilómetros, no había más coches; entonces el conductor del cochazo que estaba parado delante se bajó, me miró fijamente y sacó su enorme polla para mear exhibiéndola orgulloso delante de mí. No pude reaccionar ante ese hecho inesperado, todavía hoy en día lo recuerdo.
—¿No lo seguiste?
—Ni lo pensé, cuando terminó de mear se la enfundó y se marchó acelerando, me quedé absorta. Estaba claro que los astros se conjugaron entre un exhibicionista y una voyerista. Ninguno buscamos el contacto físico.
—¿Y el otro momento o foto?
—Es el caso de cuando preparas la foto y además corres el riesgo de que te descubran. Solía ir a playas salvajes donde las parejas se resguardaban entre la vegetación de las dunas para amarse y follarse. Metí la cámara en la mochila y seguí a una pareja joven y musculosa, el tío tenía un buen torso y era muy guapo, la mujer también tenía complexión atlética, ya iba enseñando el culo con su tanga desde que bajó del coche en el aparcamiento; pensé que se habrían conocido en un gimnasio. Dejé que se alejaran y buscaran un lugar donde sentirse en intimidad. Con el teleobjetivo los vi desnudarse y extender una toalla, le hice algunas fotos, pero al acostarse perdí la visión, entonces me acerqué entre los matorrales, mi corazón latía muy fuerte, quería verlos follar con mis propios ojos, pero también llevarme el recuerdo fotográfico. Aunque mi cámara no hace ruido al disparar preferí guardarla y desnudarme yo también; tenía que acercarme demasiado para verlos y si me descubrían tendría la coartada de decir que estaba allí antes, tomando el sol.
—¡Eres una profesional del voyerismo!
—Sí. Déjame que termine esta historia, te servirá para escribirla en mis memorias.
—Perdona, continúa, por favor.
—Repté desnuda sobre la arena y entre los arbustos hasta situarme lo más cerca posible. Me relajé y disfruté observando un 69 magnífico, ella sobre él chupaba el pene ensalivándolo al máximo y jadeaba por el placer que le producía la lengua de él en su clítoris; no lo veía desde mi posición, pero me lo imaginaba por los movimientos. Aparté la arena de mis tetas y comencé a tocarme los pezones, en silencio por supuesto, reprimiendo mis gemidos; me acaricié la vulva, el clítoris hinchado; me imaginaba que me chupaba a mí, recordaba su rostro y soñaba con su lengua recorriendo mi vulva. Cambiaron de posición, ella se puso a cuatro patas; frente a mí tenía su culo y el coño abierto, él no tardó en penetrarla. Era el momento ideal para sacar la cámara de la mochila, en esa posición no me podían ver. Disparé unas cuantas fotos, el peligro de ser descubierta me daba una morbosidad extra, en ese momento piensas que estás consiguiendo algo muy valioso, como cuando un coleccionista de sellos consigue uno nuevo, o uno de arte compra el mejor cuadro. Pero no todo iba a salir perfecto, me pareció escuchar un ruido detrás de mí, parecía que alguien me chistaba. Miré hacia atrás y había un tío de rodillas tocándose la polla descaradamente observando mi culo. El corazón se sobresaltó del miedo, pero en dos segundos me di cuenta que era un adicto al cruising, un adicto al sexo en grupo en lugares públicos que me habría seguido y me pedía participar con él. Eso me calmó un poco porque no son violadores, simplemente se acercan para participar si los dejan. Guardé la cámara en la mochila, la pareja que follaba podría descubrirnos a los dos. Le indiqué con gestos que se marchara, que mi culo no era para él.
—¿Y seguiste mirando a la pareja?
—Tuve que rehacer mi plan, con tanto sobresalto me había bajado la libido.
—Tú espías, pero a ti te no te gusta que te miren.
—No, pero tengo que ser tolerante, los comprendo, es una parafilia de la que no nos podemos librar.
Noté que Verónica había cambiado el tono de voz, su relato lo hacía más lento, como recreándose en lo que me contaba.
—Verónica, ¿te estás excitando mientras me lo cuentas?
—¡Uuum! Sí. Nunca se lo había contado a nadie. Me está dando mucho morbo al relatártelo.
—¿Te estás masturbando ahora?
—¿Te gusta pensar que me estoy acariciando?
—Me gusta tu tono de voz, es muy radiofónica, una pronunciación perfecta y sensual, se nota que disfrutas al contarlo. ¿Te conozco? ¿Hemos coincidido en algún lugar?
—Sólo en las redes sociales, pero no te diré quién soy.
—Si te parece, continuamos mañana la conversación. Tengo que recopilar información y preguntarte muchas cosas de forma cronológica, desde que eras pequeña.
—De acuerdo, hasta mañana.
Me habían surgido muchos interrogantes. Era la primera vez que hablaba con una mujer que reconocía su voyerismo. Intenté documentarme con algunas novelas eróticas que mencionaban el voyerismo en su título, pero no dejaban de ser novelas negras y policíacas en las que no se indagaba en la personalidad voyerista de las protagonistas. En otras novelas como El móvil, de Javier Cercas, el protagonista espía a sus vecinos con el objetivo de conseguir ideas para escribir su novela, pero no con la finalidad de excitarse. El la Historia del Arte tampoco encuentro a ninguna mujer excitándose mientras mira, en todo caso observando a una pareja como pintó Agostino Carracci. Seguiré buscando.
Cuando vuelva a hablar con Verónica por teléfono intentaré hacerle preguntas como si fuera un sicoanalista y, por supuesto, a ver si consigo que se describa físicamente.
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