CRONOPIOS, Encuentro con Verónica (4/4), por Rafael Hortal







Había pasado una semana. Respetando nuestro acuerdo sin contrato firmado, envié a su correo lo que tenía escrito de Verónica, biografía de una mirona. Me dijo que le gustaba, que sentía placer al leerlo porque visualizaba su vida voyerista, pero que se quedaba muy corto para editarlo como libro. Me contaría algunas cosas más sobre su vida secreta. 


Conversación telefónica. Día 4

—Buenas tardes Verónica. Me alegro de que te guste lo que voy escribiendo para tu libro.

—Con esa forma en primera persona y alternando los recuerdos está muy bien.

—Sabes que soy tu negro, ¿verdad?

—Sí.

—Por eso no puede figurar mi nombre en tu libro.

—Es injusto, pero lo comprendo. La historia de la literatura está llena de negros. En este caso tampoco aparecerá mi nombre real, lo firmará Verónica Ver.

—¿Has pensado cómo sería la portada?

—Se verá el cuerpo de una chica desnuda mirando por una cámara con teleobjetivo sobre el trípode, situada detrás de la cortina de una ventana. A ella no se le vería la cara.

—Si en la portada se ve a una mujer desnuda no podrás vender el libro en Amazon ni ponerlo en Facebook. Lo censurarán.

—¡Joder, ya tengo la foto!

—¿De dónde la has sacado?

—La he hecho yo. Contraté a una modelo.

—Alguna foto tendrás en la que ella no esté desnuda. Cuéntame como hiciste la sesión. Lo pondré en tu libro.

—Hace tiempo que pensaba escribir mis memorias como mirona, pero cuando leí una de tus novelas eróticas decidí pedirte que me las escribieras tú. Pensé en salir en la portada de forma erótica, sin enseñar la cara, pero mucha gente me reconocería al leer la historia. Entonces contraté a una actriz porno para hacerle fotos, la conocí en una Feria Erótica en Barcelona.

—Espera, espera. Vamos al principio. ¿Qué hacías en una Feria Erótica?

—Disfrutar un montón viendo y fotografiando como follaba todo el mundo.

—¿En un escenario?

—En muchos escenarios, en los camerinos, en una limusina, en los baños, entre el público. Tengo miles de fotos del fin de semana que duró el Festival.

—Eso merece un capítulo de tu libro. Detállamelo todo.

—Conseguí una acreditación VIP a través de una agencia de noticias. Estaba deseando que llegara ese fin de semana, reservé una habitación en un hotel de Barcelona y me presenté en el Festival con mi cámara antes de que abrieran al público. Hice amistad con la organización y me permitieron acceder a los camerinos, que eran compartidos por actores y actrices porno detrás de cada escenario de la productora de cine que los llevaba de promoción.

—Imagino que llenarías varias tarjetas de memoria.

—Sí, claro, hasta se agotó la batería de la cámara y no llevaba el cargador, lo pasé fatal.

—¿Por qué?

—Podía verlo todo con mis propios ojos, pero sentí una ansiedad enfermiza porque aunque tenía la oportunidad de fotografiarlo todo, era como un paraíso para los voyeurs, pero no podría llevarme las fotos a casa como un trofeo, ya te hablé de esa necesidad del coleccionista. Hasta que no conseguí un cargador de batería lo pasé fatal. Es difícil de entender, pero el poder de la imagen es cada vez mayor, piensa en la cantidad de fotos que hace la gente con su móvil.

—Entre tanta oferta, ¿qué te gustaba más?

 —Lo que más me excitaba eran los momentos en los que los actores y actrices se desnudaban de su ropa de calle para maquillarse y ponerse la ropa de la actuación.

—¿Te dejaban hacerle fotos sin maquillar?

—Sí, porque les explicaba que esas fotos eran exclusivas para mí, y que a ellos les enviaría sus mejores poses de la actuación. Me hice amiga de un grupo, conviví con ellos en el camerino, entre actuación y actuación les ayudaba a vestirse, a ponerse los complementos… Llevaban maletas cargadas de ropa y juguetes fetichistas: trajes de enfermera, colegiala, vampira, de látex negro, correajes de cuero, collares de pinchos, consoladores, arneses con dildos, látigos… Pero ya te digo que lo mejor para mí es cuando bajaban del autobús con su ropa normal, de calle, porque en su vida diaria pasan desapercibidos con sus vaqueros rotos y camisetas anchas. Disfrutaba viendo cómo se desnudaban y les hacía alguna foto. Ya sé que me vas a preguntar por qué me gustaba verlos desnudarse. Lo he pensado mucho y la respuesta es porque el cerebro se anticipa a la vista; la imaginación es la fuente erótica por excelencia, estaba expectante por ver aparecer sus penes, sus tetas imaginadas con sus pezones más o menos grandes, ¿llevarían tatuajes? ¿piercings? Les hacía fotos de cuerpo entero y primeros planos de penes y vulvas… Antes de salir a actuar, los hombres se la ponían un poco dura con masturbaciones o con la ayuda de la boca de alguna compañera.  Cuando regresaban de la actuación llegaban sudorosos y pringosos, posaban para mí orgullosos y sonriendo, como si mis fotos confirmaran su éxito en sus carreras de actores y actrices.

—Pero trabajan por dinero, ¿es que también disfrutan?

—Trabajan en lo que les gusta, y te puedo asegurar que disfrutan actuando, suelen ser exhibicionistas, les gusta firmar autógrafos y hacerse fotos con los fans.

—Estoy pensando que hay más mujeres voyeurs de las que creía, porque las estadísticas hablan de que entre el público asistente a los festivales eróticos casi la mitad son mujeres.

—Y no veas cómo intentan colocarse cerca del escenario para no perderse detalle, pero en cambio, cuando busqué una pintura clásica para que fuera la portada del libro, no encontré ninguna, incluso pregunté a prestigiosas historiadoras del arte, pero sólo encontraron cuadros de hombres voyeurs, nadie ha representado ni a una sola mujer mirona sexual.

—Y entonces decidiste hacer tú la foto de una chica.

—Se lo propuse a una actriz que tenía un tipazo, con curvas, porque las curvas seducen, en cambio las líneas rectas son frías como los cuchillos.

—Elegiste a una chica con tipazo como el tuyo…

—Muy astuto, buen intento, pero no te voy a decir nunca ni mi verdadero nombre ni cómo soy físicamente.

—No me gusta hablar con gente que no conozco, estamos en desventaja, tú si me conoces, en las redes sociales me habrás visto en miles de fotos.

—También en persona, en una feria del libro, pero ese fue el trato. Si te vale de algo, te puedo enviar la foto que había pensado para la portada. Imagínate que soy yo, me da igual y comprendo que quieras fantasear con ella.

—Vale, pero ya sabes que tendrás que elegir otra foto que pase la censura de los hipócritas americanos. ¿Te excitaste haciéndole la sesión fotográfica?

—Mucho. Te voy a contar la verdad para que la escribas: Elegí a una actriz porno y a su pareja real, son italianos y actúan siempre follando entre ellos solamente; los conocí en el Salón Erótico y congeniamos porque hablábamos en italiano y comíamos juntos en el restaurante del Salón Erótico. Unos meses más tarde les propuse hacerles fotos en una sesión privada. Reservé la habitación de un hotel.

—Seguro que le sacaste rendimiento a la habitación.

—Primero le hice las fotos a ella desnuda tras el trípode con la cámara de fotos con teleobjetivo, en actitud de mirona caliente, eso ya me excitó mucho. Cuando consideré que tenía la foto buena para la portada le indiqué a él que entrara en acción. Se la folló por detrás mientras ella se agarraba al trípode. Yo dejé mi cámara en la mesita y me senté en un sillón para hacer un experimento: cerré los ojos para comprobar si podía excitarme escuchando sus jadeos, imaginándomelos follando. También quería saber si era capaz de correrme sin tocarme. La cosa iba muy bien, sentía placer, pero la necesidad de abrir los ojos me superó, era una tortura no ver nada, la vista es nuestro sentido primordial. Había experimentado el placer de ver películas porno anulando el sonido del televisor, pero escuchar y no poder ver me consumía de desesperación. Abrí los ojos y me levanté la falda, mi mano se deslizó sobre las bragas, no tenía prisa en llegar al orgasmo, quería prolongar la excitación lo máximo posible.

—¿Quién te excitaba más, él o ella?

Night Windows de Edward Hopper





—Conocía sus magníficos cuerpos al detalle, les había hecho cientos de fotos por separado y follando. Para vivir de sus cuerpos necesitaban cuidarse, estaban en forma y siguen estando buenísimos. Sus caricias hacían estremecer los cuerpos, sus bocas abiertas y gimiendo me calentaban mucho, porque sabía que estaban disfrutando de verdad; no estaban en una actuación con público, allí sólo estaba yo mientras follaban como una pareja que se amaba. Él, de pie, la levantó con facilidad hacia el techo, para que apoyara los muslos en sus hombros, y situar la vulva en su boca, el pene erecto, que te prometo que era grandioso, la esperaba abajo para insertarla y follársela bien, con contundencia… comprenderás que me corriera viva.

—¿Me podrías enviar alguna foto del coito?

—Termina mi libro y si me gusta, je, je, je, te enviaré algunas fotos de ellos, porque son públicas, se las regalé para que publicitaran su espectáculo sexual.

—¿No te cansas de ver tanto sexo?

—Tras dos días de Festival Erótico estaba saturada, pero al poco tiempo me recuperé y me entraron ganas de más.

—¿Te gustaría no ser adicta al sexo?

—La respuesta es compleja, quizá me gustaría no serlo tanto, pero ¿qué otro aliciente tendría? Mirando disfruto. Es de las parafilias menos nocivas. 

—¿Te gusta ver sadomaso?

—Sí, por su estética teatral, pero te aseguro que ellos disfrutan de verdad, los actores que deciden hacen sadomaso lo hacen porque disfrutan en sus papeles de sádicos y de masoquistas.

—¿Hay algo más que quieras añadir?

—Sí, los espejos son mi gran aliado. En las tiendas, por ejemplo, puedo observar a la gente situándome a 45 grados del espejo y ellos no se dan cuenta. También quiero que escribas que me gustan los toreros con sus paquetes y los cantantes con sus bailes en el escenario, sobre todo cuando hacen movimientos sexuales.

—Te mandaré todo lo escrito cuando lo estructure. Hasta pronto.

—Y yo te mandaré las fotos. Adiós.




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