Yokái II. El Kappa, un caballero, por Marcos Muelas




Por mucho que nos pese, la educación es un valor en vías de extinción. A día de hoy, la cortesía parece haber quedado como algo del pasado, un término hueco en desuso. Quizá sea yo un anticuado, pero al montar en el ascensor de un edificio público, saludo al entrar y me despido al salir de él. Pocos son los que responden a esta costumbre, es más, algunos me miran extrañados por ello. 


    Yo vivo en un edificio de pocas viviendas donde todos nos conocemos y saludamos con familiaridad. Sin embargo, esta costumbre no parece aplicarse en grandes comunidades, donde los vecinos se cruzan sin saludarse. ¿Tanto cuesta saludar con una mínima educación a alguien con quién te cruzas? Al parecer sí. 

    Viajemos hasta Japón, el país asiático cuyos valores y educación han conquistado mi corazón. Allí conoceremos a un nuevo yokái, una criatura del folclore autóctono que no duda en arriesgar su integridad física por mostrar su cortesía. Y no pensemos por ello que este ser es completamente amistoso o inofensivo. Hago referencia al Kappa, del que hablaremos hoy. 


    Según a quién preguntes, el Kappa varía su aspecto. Igual puede presentarse como una adorable nutria, que como un híbrido ente batracio, tortuga y pato. Su hábitat natural son ríos, charcas o bajo los puentes. En ellos, aguarda pacientemente el paso de sus víctimas para agarrarlas del pie y arrastrarlos al agua. Entonces, devora a sus víctimas y no se vuelve a saber de ellas, o al menos eso es lo que aseguran. 


    Cuenta la leyenda que si vives cerca de un río o una charca puedes conseguir su protección. El proceso es muy sencillo, solo tienes que comprar unos pepinos y escribir en ellos el nombre de tus familiares.  Posteriormente debes tirarlos al agua, como ofrenda al Kappa. Al parecer los pepinos le parecen aún más sabrosos que la carne humana… para gustos, los colores. El Yokái aceptará complacido este detalle y no sólo dejará en paz a nuestra familia, sino que hasta puede llegar a convertirse en un valioso aliado.


    Como bien dijimos antes, este Yokái puede ser muy educado y servicial, dispuesto a ayudar. Si tienes pepinos para compensarle, claro está. Dicen que arraiga un fuerte carácter japonés, puede hablar e incluso ofrece unos masajes terapéuticos para aliviar el dolor de espalda. Existe la creencia que en el pasado ayudó a extinguir el incendio en un templo budista en Jōkenji y por ello, le dedicaron una estatua. También es venerado en la prefectura de Asakusa, que como bien sabéis, es mi lugar preferido de Tokio. En un pequeño templo encontrareis un brazo momificado que aseguran perteneció a un Kappa.


    Hasta ahora, todo nos crea dudas sobre la personalidad de este ser ¿es bueno? ¿es malo? No queda claro… Lo que sí podemos asegurar es que tiene un pícaro punto voyeur, ya que le gusta espiar a las jóvenes mientras se cambian de ropa. Se le adjudican decenas de nombres y apariencias.  La más común lo describe con una cabeza de tortuga y sobre ella tiene una hendidura siempre llena de agua. Si el agua en cuestión se evapora o derrama, el Kappa podría perder su fuerza o incluso morir.







    Pero volvamos al tema inicial, hoy estábamos hablando sobre la educación y ese mismo valor es el punto débil de este peculiar Yokái. Si durante tu viaje por Japón te cruzas con uno de ellos y no llevas pepinos encima, no está todo perdido. Solo tienes que mirarlo a los ojos y dedicarle una sentida reverencia. Su sentido de la educación y el honor le obligará a devolverte el saludo derramando así la preciada agua que porta sobre su cabeza. Sin el agua quedará indefenso o incluso puede llegar a morir si no regresa pronto a su medio natural, el agua. Este comportamiento puede parecernos poco comprensible, pero no olvidemos que el Kappa es ante todo genuinamente japonés y en ese país, el respeto y el honor aún sigue siendo algo valioso. Más que la propia vida.


    Diría con seguridad que los adultos japoneses se han valido de la leyenda del Kappa para conseguir que los niños no se acerquen solos a lagos y ríos evitando así el risgo de ahogamientos. Y, sin duda alguna, esta historia tiene una finalidad que debería ser universal. La preservación de un gran tesoro: la educación.


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