PUNTO DE FUGA. El teatro, esencia de Europa, por Charo Guarino





Esta semana han coincidido en el tiempo el final de las clases en la Universidad de este curso 23/24, previo al período de exámenes, con dos experiencias que me han permitido volver a ver a antiguos alumnos y amigos (el propio José Ángel, Noelia, Verónica, Ana, Víctor o Claudia, de distintas promociones de titulados por la Universidad de Murcia), amigas como Pilar o Paqui (con quienes viví mi primer viaje a Grecia y la emoción de pisar por vez primera la Acrópolis de Atenas, las ruinas de Micenas o el templo de Posidón en Cabo Sounion, inmortalizada en las imprescindibles fotos de grupo), y también a un querido compañero de estudios de los tiempos de la licenciatura, José Antonio Mora, tantos años después. Y esto en el ámbito de la enseñanza secundaria y con el teatro como elemento común, tanto en Yecla —donde el viernes acudí al ‘VI Encuentro de Teatro Grecolatino’, en representación de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, invitada por Engracia Robles (Engra)—, como en Guardamar del Segura, donde José Ángel Santiago Salinas en colaboración con colegas de Filosofía y Economía organizó unas estupendas Jornadas sobre la Actualidad del Mundo Clásico dentro de la programación del CEFIRE humanístico-social de la Generalitat Valenciana, donde intervine para disertar sobre “El griego que hablamos”.


En ambos lugares pude comprobar una vez más lo que me consta fehacientemente: el entusiasmo de los colegas de clásicas que ejercen su magisterio en el ámbito de la enseñanza secundaria, con alumnos en plena adolescencia —una etapa de metamorfosis especialmente compleja en el ser humano, que supone en cierto modo una suerte de muerte y renacimiento, un rito de paso hacia lo desconocido y un rechazo general al mundo de los adultos en el inevitable ‘choque generacional’— y su compromiso para con el alumnado que trasciende la docencia de sus materias. Esto se hace especialmente evidente en quienes, al margen de sus deberes como especialistas en su ámbito concreto, dedican su tiempo y esfuerzo a la preparación de obras teatrales, a su montaje y puesta en escena, y a recorrer con estos actores y actrices amateur lugares de ensueño, como Messini, Dión o Quíos en la Hélade, donde nació el teatro clásico que dio origen a las obras que hoy interpretan, con una fidelidad exquisita a las fuentes, que no estriba en la mímesis, ni en no desviarse un ápice de aquellas, sino en darles vida continuamente reformulándolas y adaptándolas a los nuevos tiempos y a otros puntos de vista. ¿Pues qué otra cosa es el teatro, palabra que tiene su origen en el acto de mirar detenidamente y por tanto en el espectador, pero también en la mirada de cada uno de los individuos que participan en la acción, sin olvidar al coro, dirigido por el corifeo, que se individualiza de la masa crítica de la que a su vez forma parte? 






El punto de vista es precisamente lo que singulariza tanto la ‘Eurídice y Orfeo’ de Jaime Hernández García como el ‘Juicio a una zorra’ de Miguel del Arco (interpretado el viernes por una única actriz, en este caso Rocío Palomares, del grupo de teatro La Nave Argo)

Lo importante es precisamente —como ocurre en general con el arte, en el que el artista y su creatividad personal actúan como tamiz de lo universal— la falta de rigidez (que no de rigor), y el hecho de trascender y elevarse por encima del hecho en sí, que nunca se aprecia completamente en su complejidad si no se atiende a las distintas posibilidades que ofrecen los distintos personajes, protagonistas y también antagonistas, pues nada en el mundo es absoluto ni puede haber consenso general en nada que ataña al ser humano, a quien, por lo demás, como dijera Terencio, “nada resulta ajeno”.


La sesión que precedió a la mía en el Centro Cultural de Guardamar, a cargo del polifacético profesor Jaime Buhigas Tallón (dibujante, diseñador, escenógrafo, director de teatro, escritor y arquitecto), trató sobre ‘La hiedra y el laurel’, esto es (simplificando mucho, pues me sería imposible sintetizar en tan pocas palabras una charla tan rica y sugerente) lo dionisiaco y lo apolíneo, el orden y el caos del que aquel nace y al que tiende a volver recurrentemente, con una brillantez admirable, que revelaba a las claras que dentro de un conferenciante sumamente ameno conviven un excelente profesor, capaz de identificarse con sus alumnos sin dejar de guiarles con mano tan sabia como empática, tomando como referente la poesía, y la declarada imposibilidad de entender todo, e, incluso nada de un modo completo, y por supuesto en absoluto de una forma unívoca. Y, a decir verdad, pienso yo, ¿para qué queremos comprender? ¿no es mejor sentir y vibrar, compartir, aceptar…? ¿no es preferible ser junco o agua antes que muro infranqueable? 


El conflicto surge, siempre, del intento de poseer, de apresar en un continente lo que pugna por ser libre, por metamorfosearse para adaptarse y volver a transformarse, como esas nubes de formas caprichosas que vemos en el cielo o esa luna que nos rige en su continuo mutar. Como esos alumnos que llevarán la huella de los docentes que de un modo u otro les hayan marcado, y al mismo tiempo serán capaces de ofrecer a la sociedad de la que forman parte lo mejor de sí mismos de acuerdo a sus capacidades: tanto el alumno torrevejense que sueña con estudiar Filología Clásica en Murcia, o la que está decidida a hacer lo mismo en la Universidad de Granada, o el compañero de ambos, ese futuro bombero emocionado por la actuación de una Helena de Troya que pone ante nuestros ojos, como ya hiciera Gorgias hace veinticinco siglos, pero de un modo a la vez distinto, algo que no importa si es real o no. De lo que se trata, al fin y al cabo, es de considerar la posibilidad de que pueda serlo. De establecer un diálogo con el otro y de conocerse un poco más a uno mismo. Y, sobre todo, de disfrutarlo, sea por mar, en ‘La nave Argo’, por tierra, con cáligas o coturnos, con ‘Caligae teatro’, o por aire, con esas gaviotas con las que vuela ‘Helidoni, gracias a esos seres mágicos que son sus directores. Ni los actores ni el público volveremos a ser los mismos después de asistir a la representación de las obras que Fernando Nicolás, Marién Navarro y Carlos Aragüez; Engracia Robles y José María Mellado, o Jaime Hernández y Alberto Cifuentes levantan sobre sus hombros como auténticos atlantes, cosechando reconocimientos y premios, entre los cuales el mayor es el de seguir dejando huella en la vida de actores y público y, por supuesto, en la suya propia.


Excelente manera de preservar nuestro legado cultural y celebrar el día de Europa, a través de ese crisol de vida que es el teatro, que en Occidente hunde sus raíces en la que es su cuna, la Grecia de Tespis, Esquilo, Sófocles o Eurípides.  


Enhorabuena, compañeros. E infinitas gracias por vuestra inconmensurable labor.


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