CRONOPIOS. Encuentro con Lulú (2/2), por Rafael Hortal
Las edades de Lulú se ha traducido a más de 20 idiomas; me pregunto cómo habrán traducido la palabra “follar”.
—Lulú, ¿usted conoce la canción de Javier Krahe “No todo va a ser follar”?
—Sí, claro: “Y habrá que ir a trabajar / No todo va a ser follar…”. Pero en mi caso era una prioridad, buscaba el sexo en todas partes, no contemplaba mi vida sin el sexo.
—Hicieron un guiño a la mantequilla de El último tango en París, ¿verdad?
—Ja, ja, ja. En España tenemos más a mano porciones de quesitos para engrasar el ano. Este fue otro descubrimiento con Pablo. Fui a verlo en una conferencia cuando regresó de su estancia en la universidad americana, le había preparado una sorpresa: me depilé entera para él, eso le excitó sobremanera, pero me dio por culo bruscamente, me dolió mucho. Al rato me pidió matrimonio. Todo lo que te he contado es verdad, pero tengo que reconocer que antes de que me penetrara por primera vez, ya teníamos una tensión sexual no resuelta. Tenía 11 años cuando metieron en la cárcel a Pablo y a mi hermano Marcelo, por subversivos comunistas; les escribía cartas y mandaba dinero. Años después me confesó que con mi dinero le pagaron a un maricón para que les hiciera mamadas a los dos al mismo tiempo. Al salir de la cárcel, Pablo me atraía más todavía, yo había cumplido los 13 años y seguía jugando “inocentemente” a sentarme en sus rodillas, me restregaba y notaba como se le ponía dura hasta que a los 14 años me dijo de no jugar más, que ya era mayorcita. Le cuento esto como reconocimiento de que yo empecé a provocarlo sin pensar en las consecuencias.
—¿Por qué le atraían los travestis?
—Llevábamos tres años casados, cuando una noche por poco atropellamos a uno que hacía la calle, me hacían gracia con sus ropas, collares y taconazos, empezamos a frecuentar la zona hasta que conocimos a Ely, la invitamos a cenar y luego le metí mano en el asiento de atrás mientras Pablo nos miraba, eso me puso muy cachonda y Ely me metió tres dedos y los movió hasta que me corrí. Fuimos a un garito y después de compartir con Ely una mamada a Pablo, me lo follé como nunca. Pablo siempre me decía que el sexo y el amor no tienen nada que ver, pero esa noche, le puedo asegurar que llegué al sumun de amor y sexo con Pablo:
Me metí la polla de Pablo en la boca y me concentré en hacerle una mamada de nota, tenía que ser de nota porque quería que Ely me viera. Cuando consideré que ya había sacado a relucir habilidades suficientes como para infundir el debido respeto, cuando después de habérsela chupado, mordido, besado y frotado contra mis labios y mis mejillas, toda mi cara, me la tragué entera y aguanté con ella dentro un buen rato, que mi trabajo me había costado aprender, aprender a engullirla toda, a mantenerla toda dentro de mi boca, presionando contra el paladar, engordando contra mi lengua, cuando por fin la volví a la luz, morada ya, tumefacta y pringosa, dura, y escuché a Pablo con sus ruidos adorables, miré a Ely para sugerirle que se uniera a la fiesta.
—Hábleme de su incesto. Pero no lo justifique con la Biblia: Adán y Eva, el arca de Noé, ni desde una perspectiva antropológica.
—No pretendo justificar nada de lo que hice en mi vida, ni tampoco me arrepiento; las cosas sucedieron porque yo era así. En este caso se trataba de cumplir una fantasía sexual que siempre nos sobrevoló la cabeza a Marcelo a Pablo y a mí. En una fiesta con amigos en nuestra casa, Pablo propuso un juego sorpresa que le prometí aceptar. Me ató de pies y manos a la cama, me vendó los ojos y me indicó que esperara. Al rato, en silencio, me acarició y escuche el sonido de las tijeras rompiendo mi ropa, le encantaba romperme las bragas. Me susurró al oído que estaban todos los invitados mirando, pero que no temiera nada. Yo intentaba adivinar qué manos me tocaban. Me daba vergüenza pensar que mi hermano lo estuviese viendo y mucho más que participara. Resulta que sólo estaban los dos:
Sus sexos se movían a la vez dentro de mí, y yo podía percibir la presencia de ambos, sus puntas se tocaban, se rozaban a través de lo que sentía como una débil membrana, un leve tabique de piel cuya precaria integridad parecía resentirse. Me van a romper, pensaba yo…
—¿Cómo se sintió cuando se quitó la venda de los ojos?
—Con los ojos vendados intuía que era él, sentía mucha vergüenza y al mismo tiempo placer, siempre había tenido un cariño especial por Marcelo y una complicidad sin límites. Cuando me quitaron la venda mantuve los ojos cerrados, me daba miedo ver la realidad. Todo había pasado ya, y no se volvería a repetir.
—¿Sabe si sus amigas y conocidas eran tan experimentadas como usted?
—Nunca me contaron cosas parecidas, yo me consideraba un bicho raro, una mujer a la que le excitaba ver películas de homosexuales dándose por culo. En España, hasta 1990 no se descatalogó la homosexualidad como enfermedad mental, pero en mis tiempos, además de considerarlos enfermos, eran perseguidos por el régimen franquista y apaleados por algunos grupos. Yo estaba rodeada de gente antisistema: Pablo, Marcelo, Ely, los amigos homosexuales… también me consideraba social y políticamente incorrecta. Cuando me separé de Pablo, les pagaba a los homosexuales para tener relaciones con ellos o simplemente mirarlos. La primera vez participé en una orgía con Mario, Jimmy y Pablito, un chico muy joven:
Estaba muy excitada, me sentía extremadamente sucia, porque Mario era un macarra repugnante, un chulo de la peor especie, pero en aquel momento le habría limpiado las suelas de los zapatos con la lengua si me lo hubiera pedido. Me tumbé en la mesa boca arriba siguiendo sus instrucciones, él seguía hablando —Ya va siendo hora, Pablito, de que te folles a una tía, yo te ayudaré, sólo tienes que metérsela por el coño, ese agujerito de ahí—. Me incorporé sobre los codos para mirarlos, Pablito estaba llorando, no quería hacerlo, yo me preguntaba cómo pensaba hacerlo con aquel sexo flojo y mustio que le colgaba. Jimmy y Mario lo sujetaban entre risas, Mario lo penetró. Tenía su cara a un palmo, me miraba gritando, llorando y suplicando, pero yo no sentía ninguna compasión por él, ahora era solamente un animal, un perro apaleado, maltratado, infinitamente deseable. Jimmy lo masturbó hasta que se le puso dura y la dirigió hasta dentro de mí mientras Mario empujaba desde atrás…
—Estas escenas se sucedían cuando usted se separó de Pablo, incluso cuando le faltó dinero no dudó en participar en orgías sadomasoquistas para cobrar.
—Sí, cobrar pesetas y cobrar hostias. Estuve a punto de morir; mientras me torturaban recordé lo que me habían dicho: a partir de 30 hostias ya no duelen. Además era una temeraria, una inconsciente, los contagios de sida se multiplicaban y a mí me daba igual.
—Aunque se separó de Pablo, siempre se quisieron…
—Sí, ahí empecé a buscar el sexo con todos; aunque estuviera en la situación más sórdida, los días no eran monótonos, grises. Con Pablo siempre había sido todo mejor:
Con él era muy fácil atravesar la raya y regresar sana y salva al otro lado, caminar por
la cuerda floja era posible, mientras él estaba allí, sosteniéndome.
Me despedí de Lulú en la estación de Miraflores; permanecía sentada en el banco del andén cuando la miré desde la ventana del vagón. Allí se quedó, sentadita. Es un personaje que no busca exhibirse, ni agradar a la sociedad, busca la satisfacción personal explorando los estímulos de placer. A los 30 años ya había experimentado sin tabúes un amplio abanico de fetichismos y parafilias; nunca sabremos qué le esperaba en el futuro, Almudena solamente nos mostró estas edades, una pena.
¡Una vez más, muy interesante!
ResponderEliminarGracias. Estoy reunido con Severine "Belle de jour" para el domingo
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