CRONOPIOS. Encuentro con la princesa rusa, por Rafael Hortal




Era una tarde casi con calma chicha, que me hizo atravesar el Mar Menor lentamente con el laúd de vela latina San Antón de 1916. Fondee en la playa de los contrabandistas de la Isla Mayor, llamada del Barón porque Julio Falcó, Barón de Benifayó compró la isla y construyó una casa para vivir…


—Es mejor que digas que la construyó para hacer pomposas fiestas con sus amigos de la aristocracia nacional. —Una bonita voz de mujer con acento francés me sorprendió. 

—Hola, ¿es usted la princesa rusa?

—¿Quién iba a ser? ¿No habías quedado conmigo?

—Si, claro, pero no la veo.

—Te concedo la facultad de elegir cómo quieres verme: con mi vestido de lino blanco o desnuda… pero no me pidas que venga a caballo.

—Hay muchos pescadores que aseguran que usted se les aparece desnuda montando un caballo blanco…

—¡Qué gracia! Eso es porque han visto el anuncio de Terry. Creo que voy a elegir por ti. Ven aquí.


Entonces me di cuenta que en la arena de la playa había un vestido blanco extendido y una bella mujer desnuda, de piel muy blanca, sentada sobre él. Bajé del laúd y me senté junto a ella.


—Cuénteme lo de las fiestas.

—Por aquí ha pasado gente famosa como Benito Pérez Galdós y se han hecho fiestas al más alto nivel monárquico. —Se acercó a mi oído y me contó detalles políticamente incorrectos de las fiestas de 1957.

—Eso no lo puedo contar, aunque sea testigo el pescador de Los Nietos que traía los víveres para la fiesta. Se lo dejaremos a la prensa del cotilleo. 

—Vamos al grano, que no tengo toda la tarde. ¿Qué quieres saber?

—Perdone usted. Vamos a empezar por su nombre.

—Me llaman Natacha Seslavin, otros me llaman Serlarine.

—¿Quién construyó esta historia? La leyenda de la princesa rusa.

—No lo sé, para empezar, no soy rusa, sino francesa, mi padre era maestro en Argel, yo me casé con un ruso, el marqués de Serlarine, que le compró la casa al Barón y nos vinimos a vivir a la casa de San Pedro del Pinatar, que es idéntica a esta de la de isla, por eso era conocida como la casa de la rusa. Después comienza la leyenda: a alguien se le ocurrió situarme en esta isla, me casaron con el Barón, me puso los cuernos porque era un mujeriego, me mantuvo prisionera en esta isla hasta que me suicidé, dicen.

—Otros aseguran que el Barón la atravesó con su florete porque le fue infiel.

—La gente confunde todo. El Barón de Benifayó vino aquí en 1872 como castigo por batirse en duelo y matar a un noble para salvar el honor de una “novia” del rey Amadeo de Saboya. 

—No coinciden en las fechas. ¿Cómo surgió usted en esta historia?

—Soy leyenda, pero a veces dudo de mi misma. Todo el mundo dice que me ha visto.

—La describen como una mujer joven, de piel muy blanca, ojos azules, largos cabellos dorados como el vello de su pubis y pechos grandes.

—Eso último te lo has inventado tú, ja, ja, ja.

—No, no, he leído muchas versiones. También dicen que usted se les aparece a los cazadores furtivos para que no pisen la isla y así ocultar el tráfico de telas italianas y otros enseres. De hecho, el Barón era el mayor contrabandista.

—¿A ti te doy miedo? —Se levantó y se pudo desafiante ante mí.

—No. Es usted muy amable y educada.

—Entonces, ¿crees que provoco deseo?

—Sí. Hay gente que cuando navega a esta hora del atardecer cerca de la isla, miran a ver si la ven pasear con melancolía.

—A esta hora es cuando me baño. —Anduvo hasta sumergirse en el agua.

—¡Dicen que se ahogó! —dije alzando la voz para que me oyera.

—Eso dicen. Me parece bien, porque si me llego a tirar de la torre, ahora tendría el cuerpo ensangrentado.

—Es verdad, todo el mundo la describe muy blanca.

Salió del agua lentamente frente a mí, me miraba fijamente con sus ojos claros, deslizó su lengua entre los labios. Sus manos se elevaron por su nuca levantando el pelo y movió la cabeza sacudiendo su larga melena mojada.

—Me encuentro muy sola. Quédate esta noche conmigo.

—Lo siento, tengo que devolver el laúd, pero le prometo que contaré esta historia.

—¡Hazlo si puedes llegar a la costa, no ves que no hay viento! —dijo desafiante.

Miré al horizonte, el sol se ocultaba tras las montañas del interior; al volver la cabeza ya no estaba. Volví a remo, porque quedarme allí de noche me daba un poco de miedo.


Dibujo de Menganitadecual



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