EL VERDE GABÁN. Las mocedades de don Quijote (el Quijotillo). Entrega 14, por Santiago Delgado
Luego, prosiguió:
–Un nuevo horizonte y cosas nuevas por aprender y por ver, más allá de La Mancha y de los alrededores de Requena, me dije. No volví la cabeza, como he visto que tú has hecho, chiquet. Mi nuevo amo se llamaba Esteban, y nunca supe de dónde era. Era pelirrojo, y, al contrario que yo, alto y espigado, siempre sin afeitar; aunque nunca se dejaba barba. Alguna vez, en algún caserío lo contrataban como demonio para celebrar no sé qué fiestas de la Religión… ¿Eres tú de la Religión, chiquet? Yo no, pero me sé la doctrina. Ahora te la enseñará el cura Bartolomé en San Andrés de Villanueva. Yo le hago corretaje de vinos, que es cura que tiene vides, por esos campos manchegos, y aun lagares, creo que le vienen de heredar viudas piadosas a las que él consolaba. Se los llevo, los dichos vinos curiales, hasta Despeñaperros, donde aguardo, en las ventas del puerto, a trajinantes que suben o bajan de Andalucía hasta la Corte. O al revés. Y se los vendo. Él, Don Bartolomé, te tratará con gusto y educación. Tú aprende rápido y con interés, y te irá mejor que bien por la vida. Eres hidalgo de casta, tienes hacienda, y heredarás aún joven y corajudo. Alguna vez regirás tu heredad, cuando Doña Ginesa ya la haya diñao, y te haré buenos servicios, que en toda cortijada son necesarios.
Siguió el camino, y siguió el arriero hablando. Yo le escuchaba, y comenzaba así mi conocimiento del mundo. Puedo considerar al requenés como mi verdadero padre en el conocer las cosas de la vida. Me contó cómo fue que recorrió casi todo el país manchego con el pelirrojo de su amo. Yo no sabía qué era aquello de todo el país manchego, pero me satisfacía la hipérbole. “Yo llegaré al punto de hablar como éste que me lleva hasta Villanueva de los Infantes”, pensé sin saber que lo pensaba, como todos los niños mientras son niños: no saben que saben, como los animales. Los hombres, cuando ya son hombres, conocen que saben. Me dijo que llegó hasta las riberas del Tajo, y las Lagunas de Ruidera, que son como ojos del río Guadiana, que se sumerge bajo tierra, y aflora cuando quiere. Un río sin cauce, que desaparece cuando le da vergüenza el mundo; así decía el de Requena. Y aparece cuando necesita respirar, añadía.
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