PUNTO DE FUGA. De abundancia de bulos y escasez de escrúpulos, por Charo Guarino



Es una evidencia incuestionable que el ser humano es capaz de lo más sublime y lo más abyecto, como continuamente corrobora la realidad y frecuentemente han afirmado a lo largo de los siglos pensadores y escritores. Entre ellos se encuentran muchos de nuestros clásicos grecolatinos, desde los filósofos a los tragediógrafos, que en sus obras dramáticas dejaron auténticos paradigmas que continúan siendo válidos. 

Quisiera destacar en este sentido el tratado Sobre los límites del bien y del mal, escrito hace dos mil años por el polifacético y prolífico Cicerón en la Roma de finales de la República.


Si al ser humano lo singulariza su afán de superación, su curiosidad ilimitada, su capacidad de empatía con el entorno y sus iguales la realidad nos demuestra que desafortunadamente existen individuos que en modo alguno podrían entrar en esta descripción, sino que por el contrario hacen gala de su capacidad para causar mal, haciendo uso de un sadismo y crueldad que no pueden sino provocar reprobación.


Si el infligir daño a otro ser vivo me parece siempre deleznable, lo es más cuando ese ser es incapaz de defenderse por su vulnerabilidad, como los animales o los humanos que por cualquier motivo se encuentran en indefensión, como es el caso de los niños y los ancianos.


Con respecto a estos últimos, en las antiguas Grecia y Roma gozaban de un prestigio que ha dejado su huella en el lenguaje, del que somos herederos, y también en las costumbres (las mores maiorum), esas normas de comportamiento legadas como una herencia irrenunciable y que tanto nos enriquece espiritualmente.


Pues bien, en medio de la desgracia provocada por la DANA en Valencia, personajes sin escrúpulos se han dedicado a lanzar bulos contribuyendo a inquietar y causar dolor con la excusa de criticar la inacción de los políticos. De entre ellos destaco el protagonizado por uno de los colaboradores de Iker Jiménez en el programa ‘Horizonte’, el reportero Rubén Gisbert, que con nocturnidad y alevosía se introdujo en una residencia de ancianos en el pueblo de Albal, grabándoles en sus camas mientras dormían y difundiendo la falsa noticia de que estaban abandonados y que carecían de medicinas y pañales.






Hombre en la playa, de Cecilio Plá y Gallardo.

El alcalde de Albal, José Miguel Ferris, lo ha desmentido tajantemente, y ha adelantado que está estudiando emprender acciones legales contra el reportero, a quien no detuvo la consideración de que podía haber asustado a los ancianos si se llegan a percatar de su presencia, en mitad de la noche y en unas circunstancias tan tremendas como las que estaban viviendo. 


Por increíble que pueda parecer, hay quien bajo pretexto de ‘informar’ no tiene reparo en mentir, como si la supuesta nobleza del fin justificara cualquier medio, por ruin que este sea, sin medir las posibles consecuencias de su reprobable acto. 


En el lado contrario están quienes, como particulares o profesionales, dan lo mejor de sí de un modo ejemplarmente altruista sin reparar en gastos ni medios, entregando su tiempo y esfuerzo a tratar de paliar la desgracia ajena. No hay derecho a que su esfuerzo se vea manchado por la difamación y el engaño, y es injustificable que el sufrimiento de quienes han perdido tanto se incremente de forma tan gratuita como aborrecible.


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