CUADERNO DE NAUFRAGIOS VIII. La lenta caída del Leviatán, por Vicente Llamas



La advección lateral de carbono, pronunciada en zonas costeras, demanda la contribución de exportadores del mismo a áreas deficitarias. El mar profundo se alimenta de caídas.

El gran cetáceo se desploma, su cuerpo inerte cae pesadamente hacia la profundidad abisal detonando la bomba biológica: el cadáver de Moby Dick, con Ahab a su costado (como podría arrastrar a Prometeo hacia las aves carroñeras que le despedazarán o a Fausto hacia el averno en que los demonios aguardan su libra de carne), se convertirá en un complejo ecosistema que sustente a organismos del océano profundo durante décadas, un punto caliente de radiación adaptativa escalonado en peldaños evolutivos para que diferentes linajes prosperen imbuidos de una avidez sombría, acomodándose a ambientes desafiantes: nuevos hábitats, patrones de sucesión ecológica en el mundo batial. 

El cuerpo del rorcual azul es más denso que el del agua circundante, sólo boya cuando sus pulmones se llenan de aire. Al evacuarlo desciende rápidamente al suelo marino, relativamente intacto sin el asedio de aviesos carroñeros. En océano abierto, el frío ralentiza la corrupción y la elevada presión hidrostática incrementa la solubilidad de gases conservando el cadáver, que se hunde a mayor profundidad para generar una amplia biodiversidad. En océano costero, la acusada incidencia de predadores y las aguas calientes aceleran el ritmo de descomposición.

Los carroñeros móviles, tiburones somniósidos y voraces peces bruja se conjuran, comienzan a consumir febrilmente los tejidos blandos del cadáver. Pálidos cuerpos sin escamas que respiran a través de la piel se agitan sobre él, una lúgubre danza de fantasmas de tres corazones (portal y caudal empujan a las aortas sangre ciega, vacía de agravios o rencores), con tentáculos labiales y filamentos cartilaginosos a lo largo de la cuerda dorsal, un rudimentario esqueleto limitante en la cavidad oral y los cartílagos velares estabilizadores de branquias que emplean para penetrar en huéspedes yacentes en el lecho sumergido. Ojos que apenas perciben ínfimas mudanzas de luz (la luz anida en la piel, excitando células sensoras); bocas insomnes, sin mandíbulas, pero armadas con un potente aparato raspador, estragan la entraña sin latido antes de regresar a los conos de lodo. Cientos de dientes palatinos horadan sin cesar la carne muerta, millares de bulbos olfatorios husmean por tacto. La técnica de los mixines para arrancar trozos de presa: ágiles, se anudan y tiran de su cabeza a través del lazo anudado, presionando la superficie, raspan restos de mucosidad de la mitad anterior del cuerpo y la masa de carne desgarrada se precipita en un intestino sin asas cuya pared segrega enzimas en ausencia de estómago, hígado y páncreas separados. Allí dentro maduran otros mundos opacos.

Al contrario que los anádromos salmones, ciertos teleósteos eurihalinos se aparean y desovan en las cuencas del Mar de los Sargazos, a unos quinientos metros de profundidad. De los huevos depositados eclosionan en unos días leptocéfalos de tamaño inferior a una cabeza de alfiler que son arrastrados por la corriente del Golfo a lejanos estuarios. Emprenden entonces una asombrosa migración hacia cauces fluviales, la madurez les aguarda en turbias acequias y pozos de los que partieron sus madres, determinante de su sexo la salinidad originaria de la que provienen. Sólo las hembras la cruzan, remontando los cauces, hacinados los machos en zonas aledañas a la desembocadura, y al contacto con el agua menos salina sufren una metamorfosis que las transforma en anguilas. Muchas de las perforaciones en el cadáver de la ballena se deben a su hambre, agrupada con violencia más allá de las primeras larvas de insectos y crustáceos. Las diferencias fisiológicas entre grandes elasmobranquios y odontocetos u otros balénidos son condicionantes de la variedad de formas detectadas en las comunidades marginales de carroñeros: gusanos capaces de extraer colágeno y lípidos de los huesos, braquiuros, nefrópidos y asexuadas holoturias que expulsan sus vísceras para eludir amenazas.

La segunda etapa del ecosistema convoca a los oportunistas de enriquecimiento, colonizadores de huesos y sedimentos adyacentes contaminados con materia orgánica del cadáver y residuos de tejidos desprendidos en el festín de los carroñeros móviles. Años de necrófaga sintaxis entre lechos hundidos de algas, árboles arrastrados por la escorrentía continental y vestigios de naufragios, tras los cuales procariotas sulfófilos descomponen anaeróbicamente los lípidos incrustados en los huesos excretando tóxico sulfhídrico que únicamente permite sobrevivir a resistentes quimiosintéticos, antes retraídos en respiraderos hidrotermales. En el estadio de reducción de azufre, las placas bacterianas servirán de alimento a extraños moluscos y gusanos habituales en rezumaderos de carbono y limos anóxicos del fondo abisal. Bivalvos lucínidos y poliquetos actúan como ingenieros de un ecosistema segmentado en tres o más niveles tróficos, secretores de ácido para erosionar los huesos del mamífero y depurar los nutrientes que subsidian la biodiversidad profunda al aumentar la difusión de agua en la matriz ósea favoreciendo su colonización por especies más raras.

Agotados los compuestos orgánicos del esqueleto, el mineral remanente proporciona un compacto sustrato para la suspensión y los organismos filtrantes. Es la fase de arrecife, consolidada ya una comunidad fija.

La enorme ballena almacenó cantidades masivas de carbono exportadas a las profundidades marinas en su caída. El carbono secuestrado durante centenares de años procura el ensamblaje de comunidades bentónicas. Un solo misticeto con sus barbas cribosas equivale, en términos de secuestro de carbono, a un inmenso bosque de coníferas, con plausible división dual de nichos: tendencia a una mayor densidad diurna de carroñeros en torno al cadáver frente a la predominante presencia nocturna de depredadores, equilibrada la competencia de grupos tróficos, aunque también el flujo mareal desempeña un papel decisivo en la escisión de nichos. La caída del Cetus puede auspiciar las cuatro etapas de sucesión ecológica, total o parcialmente truncada alguna, variables en duración, y aun superpuestas, en virtud del tamaño del cadáver, la profundidad de asentamiento y otros factores ambientales.

Estas pinturas rupestres representan la caza de ballenas hace 1.500 años |  National Geographic


Cae lentamente el Leviatán. Antes, su rastro sobre las aguas, la oscura memoria de su génesis.

Bellum omnium contra omnes: el derecho natural del hombre a imponer las acuciantes demandas instintivas de su ello, núcleo freudiano de nuestro ser, sujeto a la tensión entre dos fuerzas primordiales, Éros y Thánatos, Lebenstriebe y Todestriebe, compulsiones de repetición (correlato clínico de la Todestrieb) más allá de la preservación de la propia vida, el principio de ilimitada auto-satisfacción individual, un cainismo genético contra el otro, obstáculo a impulsos narcisistas o mero objeto de libido ... Irrumpe en escena una faz psíquica latente, el reflexivo yo (la incidencia del mundo exterior -según el moravo- alteraría una porción del ello, elevando sus decursos a un "nivel dinámico más alto", despunta así el "estrato cortical provisto de los órganos para recepción de estímulos y de dispositivos para la protección frente a estos", dotado de la capacidad constructiva de "interpolar entre exigencia pulsional -no sofocada por completo- y acción satisfaciente la actividad del pensar"), conminando a un contrato social, supeditación voluntaria de potestad individual a una instancia superior rectora de la res publica. Las leyes morales contra las naturales, la internalización de normas y prohibiciones parentales dibuja el semblante de un super-yo en inevitable vigilia represora como anamórfica expresión de yo alienado que proyecta abstractamente sus predicados en un ser-otro absuelto de las limitaciones que tales atributos tengan en el individuo. 

El Estado está configurado. El super-yo es más que una simple constelación cenobial de egos o un régimen corporativo - polisinodial de mónadas simbióticas. Adopta rígidas directrices de subsistencia, declarando la sociedad de egos organizados histológica y funcionalmente en estamentos para alcanzar la unidad sistémica de un gigantesco cordado al que inicialmente la savia religiosa, refinada más tarde en hábito teológico, infundiera hálito vital y unidad sustancial: el super-yo tiene dimensión moral, relicto de la etapa en que las mónadas - ego coalescentes no han superado el sentimiento de orfandad infantil, buscando en su desamparo una referencia sobrenatural subordinante (la vivencia de un ideal, transcendente en este caso, como si fuera real, tiene consecuencias efectivas -teorema de Thomas-: el orden feudal replica en sus dinámicas envolturas la jerarquía del orbe celeste). El Leviatán teológico surca los océanos occidentales, inmutable, ubicuo en el tiempo y en las aguas, arrastrando a Jonás y el germen de la estirpe teófaga en su vientre.

En un mundo de intensa gravedad teocéntrica, las tensiones entre poderes temporal y espiritual serían, a la postre, desgarradoras: el hechizo de la verdad revelada tropieza con el ansia de autonomía de una madura razón crítica que rehúsa servidumbres. El reino de la oscuridad que denunciara Hobbes, las fábulas de la mitología cristiana en su desprecio de las distintas commonwealths sospechosas de tiranía, cede al Estado civil. Los conflictos de raíz religiosa que sacuden las aguas europeas transfiguran el monstruo teológico, dañado en su mismo aliento por la miseria estructural de su artífice.

Cae lentamente el Leviatán, y en su caída el ecosistema muestra los diversos niveles tróficos. Medran los necrófagos, profetas de la muerte que olfatean el hedor anti-natural del aparato categorial de sustentación moral, las partes blandas del dios muerto son su alimento, al tiempo que proliferan tempranos oportunistas de enriquecimiento en una explosión de éticas luteranas del trabajo abocadas a la contemporánea idolatría del Homo oeconomicus: no hay benevolencia ni desvelo por el bienestar general en el panadero o el carnicero, sino interés económico -señor Smith-; la economía marca la cadencia del hombre, absorbe su naturaleza, modificada por el estado social (el deseo de posesión o riqueza sólo atiende a la eficacia de los medios para la obtención del fin). El capitalismo industrial se erige en garante de la libertad política, promueve una democracia masiva por compromiso en la quantitas, clave de expansiva globalidad urbana: la urbs total eclipsa al orbs universal (abatida la civitas homini por Idealtypus residuales de la "acentuación unidimensional" del mercado como fenómeno radical -la weberiana "síntesis de fenómenos concretos difusos" enfatiza unilateralmente esa "construcción analítica unificada"). El cosmopolitismo y su vocación universalista (el "exceso culpable" del egoísmo, sin reprensión del amor propio -Aristóteles, Política II, 5-; el imperativo categórico kantiano que la voluntad abraza libremente por adhesión a un régimen nouménico de fines) aplastado por el globalismo, una masa sonámbula de consumidores a merced de las leyes del mercado (función de utilidad del bien como soporte de expectativa racional). 

Los agentes reductores de sulfato, al fin, bacterias organo- y litotrofas, generaron un ambiente anóxico de escombros humanos, pogromos y fosas comunes: dos guerras mucho más cruentas que las de religión que azotaran a la convulsa edad moderna forjaron el lecho para excavadores de sedimentos con incisivo papel ecológico. Quizá concurrieran con ellos arqueas metanogénicas.

Nuestro tiempo es, pues, la etapa de arrecife biótico: barreras o franjas de organismos dóciles conectadas a tierra firme. La aglomeración de vida sésil, preponderantemente invertebrada, resuelve una distópica biocenosis basada en el soma y la hipnopedia (no verdadera paideía), un ámbito de felicidad artificial sostenido en eficaces liturgias de inmanencia (la nuda inmanencia no es arraigo). Voluntades letárgicas, adictas al ocio y a la droga "eufórica, narcótica" que previene cualquier oscura inadaptación o inquietud social, rescatando del páthos hadal a animales fóticos, invitados a la vida banal de superficie. Los indicios de flaqueza son atajados con soma: devoradores de sombras, complacidos en la caverna, remisos a la utopía transcendente (uno de los caducos valores anti-naturales del que dieran cuenta los carroñeros en su estrato ecológico).

Ecos del oráculo de Godalming. Huxley, avezado explorador de caídas de ballena:

"Una dictadura perfecta tendría apariencia de democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre".


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