EL ARCO DE ODISEO, El día de Todos los Santos, por Marcos Muelas
El reciente cambio de hora os acortó drásticamente las horas de sol. Lluvia, tormenta y frío... quizá sea verdad que ha llegado el otoño a Murcia, tardío, como siempre, pero aquí está otra vez. Y aunque la temporada otoñal siempre se resiste a entrar en vuestra comunidad, de una manera u otra siempre lo hace por estas fechas. Pero no os engañéis, este fenómeno siempre parece coincidir para dar ese toque nostálgico (y algo tétrico) a las tradicionales visitas al cementerio. Pero no es ninguna casualidad. El otoño me precede, ofreciéndome una alfombra de hojas marchitas, sobre la que desfilo orgullosa dirigiendo mis interminables huestes.
Esta semana han celebrado el día de Todos los Santos, y como se figurarán, en estos días he tenido mucho trabajo. Por si se preguntan, mi nombre varía dependiendo del lugar donde se me reclame, y creedme, no hay esquina en este mundo donde no sea así. ¡Oh, que torpe por mi parte! Aún no me he presentado. Dejad que descubra mi rostro, eterno y carente de arrugas. Respondo como la Chicharrona, la Dama Delgada, la Llorona, Tánatos y una lista interminable de nombres. Aunque, de forma más común, me llamáis Muerte. Quizá, después de tanto tiempo a vuestro lado, el respeto que sentís hacia mí haya menguado. Pero estad tranquilos, tarde o temprano llegará el momento de mi visita y reconoceréis lo equivocados que estabais.
Pues soy implacable, insensible ante los llantos humanos, un verdadero incordio, la verdad. Aun así, no os quejéis, soy la más fiel y segura de todas las realidades en esta vida. Tarde o temprano tomarás mi mano huesuda para dejar que te guie al más allá.
¡Y se me dota de mala fama! Malditos desagradecidos. ¡Con todo lo que hago por vosotros! Sobre todo estos días, en los que dejo que mi seco corazón se ablande para daros una nueva oportunidad. Como guardiana de los muertos, una vez al año permito que la inquebrantable barrera entre los vivos y los muertos se debilite, dejando que estos últimos vuelvan con sus seres queridos por unas horas.
Todo empezó el día 27 de este mes. Ese día abrí las puertas del inframundo para que los más puros y libres de pecado volvieran con sus amados. Un ejército formado por seres de cuatro patas, picos y plumas irrumpieron en vuestro mundo. Ese día estuvo reservado para vuestros compañeros del reino animal, esos que se convirtieron en los más queridos del hogar, antes de abandonarnos por fuerza mayor. Ese día, vuestras antiguas mascotas, innegables miembros de la familia, también estuvieron presentes para recordaros su amor incondicional. Gracias a mi voluntad, por supuesto. Pero no os preocupéis si no los visteis, porque ellos a vosotros sí que os vieron y tras pasar ese deseado día a vuestro lado, volvieron junto a mí moviendo sus colas o restregando sus peludos cuerpos en mis piernas, llenos de felicidad.
Y pronto llegó el día 31, al que ahora en todas partes llamáis Halloween. El origen de este día los atribuís erróneamente a Estados Unidos. Pero fueron los inmigrantes irlandeses y escoceses los que llevaron esta costumbre pagana al nuevo mundo. Allí se hizo muy popular para finalmente saltar al resto del mundo. Tomasteis la fea costumbre de disfrazaros de personajes temibles para tratar de asustarme ¡Qué despropósito! ¿De verdad pensáis que la Muerte puede temer a algo? Y lo que más me irrita es que cada año os disfrazáis de cualquier cosa. Tenéis la poca vergüenza de confundir este día con los carnavales.
El viernes por la mañana del día uno, bien temprano, mientras yo guardaba cola para comprar unos churros, tuve que aguantar agravio tras agravio. Jóvenes (y no tan jóvenes) volvían a sus casas, en el cenit de sus borracheras, disfrazados de superhéroes o ataviados con horribles faldas de tul ellos. ¡Bochornoso! ¿Cómo debo responder a eso? Pero ellas no se quedaban atrás: la vampiresa atrevida, la enfermera zombi sexy y muchas hadas con la pintura corrida y las pelucas torcidas. En fin, menos mal que solo es una vez al año. Comí los churros para coger fuerzas y me dirigí a los cementerios, no por obligación, si no por curiosidad.
Y es en este día cuando de forma obligada acuden los dolientes en masa a los cementerios para engalanar las tumbas de sus difuntos. Se limpian las lápidas o nichos y se colocan velas y flores como ofrenda. Tristemente, en la mayoría de los casos, esta es la única atención que algunos dais a los difuntos en todo el año. Y aun así, algunos de estos difuntos deberían sentirse agradecidos por ser visitados anualmente. Este día pude apreciar como muchas tumbas no fueron visitadas y permanecieron igual de olvidadas que el resto del año. Nadie limpió sus losas ni trajeron flores. El abandono era notable y lo percibí deprimente. Mi eterna curiosidad me hizo preguntarme por el motivo de esta dejadez ¿Acaso ese difunto ya no tiene familia viva? ¿Se habrán mudado a otra ciudad o simplemente se han olvidado de él? En fin, imagino que habrá muchos motivos que desconozco, pues nadie abandona voluntariamente a un ser querido.
Como cada día de Todos los Santos, se produjeron atascos en la entrada del cementerio y escaseó el aparcamiento. El Campo Santo estaba repleto y se hizo difícil tener un momento de intimidad. Quizá por ello, algunos familiares sean más prácticos y decidan evitar precisamente ese día para visitar el cementerio.
No sé porque os tomasteis tantas molestias. Ese día, bien temprano y antes de tomarme unos churros con chocolate, dejé que las puertas del inframundo se abrieran para que las almas de vuestros seres queridos os visitaran. Da igual donde estuvisteis ese día, ellos estuvieron a vuestro lado. Mi momento preferido de ese día es cuando los difuntos regresan a mi lado, felices de haberos vuelto a ver. Me encantan las abuelas, a las que escucho comentar lo mucho que han crecido sus nietos o comentar cuanto han engordado sus nueras. Meto prisa a los más rezagados y cierro la puerta del inframundo concediéndome un breve respiro. Pero, mi trabajo aún no ha terminado. El día dos me dirijo a México, donde cada dos de octubre se celebra el Día de los Muertos. Lugar al que fui de gran agrado, pues ahí si que saben venerarme como es debido. Los mexicanos se disfrazan de mí, las Catrinas, y festejan ese día. Además, colocan las fotos de sus seres queridos y preparan un altar donde dejarán el plato preferido de sus difuntos. Nuevamente, abro las puertas del inframundo para dejar que los muertos visiten a sus seres queridos.
En fin, como veis, he tenido una semana muy ocupada. De un modo u otro todas estas festividades están ahí para recordaros los efectos de la muerte y lo presente que está siempre. Estas fechas sirven para honrar a los seres queridos que habéis perdido y en cada hogar encendéis velas para que su luz los guíe de vuelta casa.
Hoy domingo aprovecharé para descansar, que creo merecerlo. Me quito mis sandalias y pongo mis huesudos pies en remojo. Me enciendo un pitillo y suspiro satisfecha. Señoras y señores, pónganse los cinturones de seguridad y conduzcan con prudencia, que hoy la Muerte se tomará un merecido descanso.
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