LOS SONIDOS Y EL TIEMPO, Impostores, o el caso del adagio de Albinoni, por Gabriel Lauret
Eduard Fernández es un actor camaleónico que se ha especializado en transformarse en impostores, personajes que se dedicaron a fingir durante su vida, como el espía Francisco Paesa en la película El hombre de la mil caras (2016) o, muy recientemente, o Enric Marco en Marco (2024) que, engañando incluso a su propia familia, dijo ser un superviviente de un campo de concentración nazi durante más de 30 años.
En mis clases intento explicar a mis alumnos que la interpretación musical, además de la lectura fiel de la partitura, implica otros factores. Algunos son puramente técnicos como el conocimiento histórico del lenguaje musical o los condicionamientos estéticos e instrumentales del momento; pero otros están relacionados con la expresividad y la comprensión del carácter o, más bien, de los caracteres diferentes que pueden aparecer en una obra. Este proceso, en el fondo, se parece mucho al estudio de personajes que tiene que hacer un actor. Porque al público, además, no le debe importar el estado de ánimo del músico, ni sus circunstancias, y debe percibir alegría o tristeza, melancolía o júbilo, según corresponda a la partitura. Debemos transformarnos en quienes no somos para resultar convincentes delante del público. De alguna forma, debemos convertirnos en impostores.
Interpretar es una cosa y crear es algo muy distinto. Cuesta creer que alguien escriba sobre su partitura el nombre de otro, a menos que alguien pague por hacerlo, que también ocurre, aunque ese no vaya a ser el tema de hoy.
Hace tiempo hablé del violinista y compositor Mikhail Goldstein. Aunque previamente había compuesto obras “firmadas” por Balakirev, Glazunov, Reicha o Tartini, su obra maestra en la suplantación fue la Sinfonía nº 21 de Ovsianiko-Kulikovsky, que escribió como venganza por las críticas que recibió de un funcionario del partido comunista, antisemita por las evidencias, a una de sus obras en la que usaba temas populares ucranianos, argumentando que como judío no podía entender esa cultura. Goldstein le atribuyó la sinfonía a Nicolai Ovsianiko-Kulikovsky, un terrateniente ucraniano que llegó a tener una orquesta de siervos que presentó en el Teatro de Odessa en 1810. En los archivos del teatro se produjo el descubrimiento accidental pero, cuando se descubrió la farsa, Goldstein fue declarado mentiroso y traidor a la cultura soviética. Durante unos años todavía pudo ganar algunos concursos de composición, firmando siempre bajo pseudónimo, hasta que pudo emigrar a Occidente.
En otros casos, casi podríamos considerarlo una tradición familiar. La amplísima familia Casadesus tiene un enorme prestigio dentro de la música en Francia que se extiende desde mediados del siglo XIX y hasta nuestros días. Los hermanos Henri y Marius Casadesus, violista y violinista, respectivamente, fundaron en 1901 la Sociedad de Instrumentos Antiguos. Esta sociedad tenía como objetivo descubrir obras poco conocidas de compositores de los siglos XVII y XVIII. Y vaya si descubrieron. El problema fue que finalmente se supo que, al menos en parte, las obras habían sido compuestas por ellos mismos. Henri compuso el Concierto para viola de Johann Christian Bach, un concierto muy habitual en el repertorio de este instrumento, junto con otros que atribuyó a Händel y a otro hijo de Bach, Carl Philippe. Hay que reconocer que amplió el repertorio de la viola con obras de distintos estilos de gran calidad. Pero, por la trascendencia del engaño, Marius le superó. Según el relato, encontró un manuscrito de un concierto en re mayor escrito por Mozart a la edad de diez años, cuya portada contenía una dedicatoria a Adélaïde, la cuarta hija de Luis XV. Se publicó en 1933, atribuido a Mozart, siendo incluido en el catálogo del compositor. El concierto “Adelaida” fue grabado incluso por el gran violinista Yehudi Menuhin. Marius Casedesus admitió finalmente su autoría en 1977, en un proceso para determinar los derechos de autor.
Otro especialista en componer para otros fue el gran violinista austriaco Fritz Kresiler, que hasta 1935, ya con 60 años, no reveló que gran parte de las piezas que tocaba habitualmente de Pugnani, Tartini o Vivaldi, realmente habían sido escritas por él. Caso similar al de otro violinista, Samuel Dushkin, autor de la Siciliana de María Teresa von Paradis. Hacer creer que la obra era de autores del pasado les confería un mayor prestigio que si hubieran sido propias y, posiblemente, permitía que se pudieran escudar de posibles críticas.
Pero si hay una obra que, por su popularidad, ha conseguido engañar a casi la totalidad de la raza humana es, sin duda, el Adagio en sol menor de Albinoni, que por supuesto no es de este autor, aunque tuviera gran relación con él. Fue escrito en 1945 por Remo Giazotto, musicólogo que realizó el catálogo de las obras de Albinoni, además de crítico musical y compositor, aunque no fue publicada por Ricordi hasta 1958. Según Giazotto, reelaboró este Adagio a partir de un fragmento de una sonata en trío de Albinoni que contenía la línea del bajo y seis compases de la parte del violín primero. Habría recibido el manuscrito de la Biblioteca de Dresde, tras el bombardeo de la ciudad. Como en los casos de los Casadesus o de Kreisler, el manuscrito nunca apareció y la biblioteca desmintió que estuviera en sus archivos. Lo que sí es cierto es que Giazotto registró la obra para poder recibir, él y sus descendientes, los enormes derechos de autor que generaba.
Podemos entender esta costumbre de falsificar obras como un engaño, pero también podemos ser benévolos para poder apreciarlas. Cuando Kreisler desveló la autoría de estas obras atribuidas dijo que “el nombre cambia, pero el valor permanece”. Después de todo, Albinoni no sería conocido, o lo sería mucho menos, si Giazotto, la persona que se dedicó a estudiar su obra, no le hubiera compuesto su obra más famosa, un Adagio, casi dos siglos después de su muerte.
Dedicado a las víctimas de la DANA de esta semana en diversas regiones de España: personas fallecidas, familiares de desaparecidos y aquellos a los que las riadas les han arrancado la mitad de sus vidas.
Ilustraciones musicales:
T. Albinoni. Adagio para cuerdas y órgano en Sol menor. Violín solo: Leon Spierer. Filarmónica de Berlín. Herbert von Karajan, director
Henri Casadesus: Concierto en do menor para Viola y orchesta en el estilo de J. Chr. Bach.
Deutsches Kammerorchester Berlin. Sang-Jin Kim, viola. Mateusz Molęda, director.
F. Kreisler. Preludio y Allegro (en el estilo de Gaetano Pugnani).
Itzhak Perlman, violín. Bruno Canino, piano.
Maria Theresia von Paradis. Siciliana. Pinchas Zukerman, violín. Bryan Wagorn, piano.
Interesantísimo tu post.
ResponderEliminarCésar
Ha sido muy interesante. La dedicatoria me ha emocionado 😞
ResponderEliminarEres grande inteligente y sensible Es un orgullo y placer el conocerte
ResponderEliminarGabriel nunca deja de sorprendernos. Interesantísimo!! Y muy bonita la dedicatoria. Gracias!!
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