EL ARCO DE ODISEO, Camino al Valhalla, por Marcos Muelas
Estalla la guerra y los hombres acuden al campo de batalla. Los reyes lanzan juramentos que inflaman los corazones de los hombres que, hoy, morirán por su causa. Los soldados aúllan para espantar el terror y los caballos cargan contra el enemigo. Entrechocan las armas, corre la sangre y los más valientes son los que mueren primero.
La contienda se convierte en una carnicería donde la razón se esfuma y los hombres se transmutan en bestias salvajes. El suelo tiembla y el sol cruza sobre ellos de este a oeste. La batalla termina, la ira se desvanece y los pocos supervivientes se afanan en alejarse del lugar.
El silencio se convierte en una espesa niebla que cubre el campo de batalla. Pronto acude otro ejército, un enjambre de zafiros con alas que se pasean sobre los cuerpos inertes. Los cuervos observan desde las copas de los arboles sabedores de que ha llegado el momento. Mis banderizas se abren paso entre los muertos con ojo atento y crítico. Mujeres bellas, con trenzas de oro y piel de nácar. Pero que no os engañe su aspecto. Son guerreras, Valquirias, cosechadoras de muerte. Ellas seleccionan a los válidos, los dignos de ser elegidos para sentarse a mi mesa. Desechan con desprecio a los cobardes, los que sufrieron heridas en la espalda al tratar de huir de la batalla. Escupen a los que murieron desarmados, rindiéndose ante el enemigo esperando una indulgencia que no llegó.
Los valientes, caídos sin vida, aún se aferran con sus frías manos a sus espadas. Las hojas de sus armas están bañadas en sangre ajena. Esos son los bravos, los elegidos para engrosar mis huestes y por ello, esta noche habrá un sitio para ellos en mi mesa. Y brindarán por mi nombre, orgullosos de ser mis huéspedes. Pero aún no me he presentado. Soy Wotan, Odín para más señas. El cuervo es mi emblema y mis banderizas lucen mi blasón entre los restos del campo de batalla. Grande es mi ejército y, para mi deleite, cada día engordan sus filas. Aumentan con cada guerra y da igual quiénes y cuántos mueran en la batalla, pues yo siempre gano. Y como os cuento, los elegidos son los mejores héroes, eternamente jóvenes, pues los valientes (y los locos) no llegan a viejos.
Mis Valquirias conducen a mis nuevos guerreros hasta el Valhalla, lugar de mi morada y reino. Mis chicas sirven hidromiel y las mejores viandas en las mejores vajillas. Pues aunque son mis bravas guerreras no se les caen los anillos por servirme en cualquier tarea.
Mis tropas celebran, beben y cantan las proezas de los héroes y camaradas caídos. Pero en mi casa no sé vuelven perezosos, sus corazones anhelan un último combate. La guerra de las guerras, el Ragnarok. Está escrito que ese día llegará y todos moriremos, esta vez para siempre. Aun así, cabalgaremos hacia la muerte con una sonrisa en los labios. No habrá temor ni duda, pues este es el fin de dioses y mortales: luchar y morir.
Y así pasan los años y con ellos los siglos. Se inician nuevas batallas y los arcos y espadas se sustituyen por cañones y rifles. Las artes de combate cambian y los caballos trasmutan a bestias de metal. Se crean armas que convierten montañas en valles. Los cuerpos se reducen a cenizas y mis Valquirias se ven en aprietos para encontrar nuevos candidatos. Y contra todo pronóstico la humanidad ha llegado al siglo XXI sin haberse extinguido. Y no es que no hayáis puesto todo vuestro empeño en conseguirlo, pues a día de hoy tenéis tantos conflictos bélicos abiertos que a mis hijas les cuesta seguirles la pista. Y la cosa ha llegado a tal nivel que puede que estéis a dos estornudos de convertiros en polvo radiactivo.
El ser humano, igual que un desafiante Ícaro, vuela directo hacia el sol sin percatarse de que sus alas se deshacen por momentos. Y ya ni siquiera lucháis por honor. Es ese engrudo negro, el que alimenta los vientres de vuestros bestias mecánicas, la mayor motivación y obsesión de vuestros reyes Pero no me importan cuales sean las razones que os hagan correr hacia la muerte. Continuad así, mortales, luchad y morid. Mañana mis Valquirias añadirán más bancos a mi interminable mesa de banquetes.
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