CLASE DE LENGUA Y LITERATURA: Amigos, el endecasílabo, por Santiago Delgado
De mi amigo y Maestro, del que nunca fui alumno, Antonino González Blanco, aprendí que las lindes de las etapas históricas son anchas y movibles. Y no fijas e impenetrables. Y así, el muy vanidoso Renacimiento comenzó mucho antes que esa fecha de finales del XV o inicios de XVI, que le asignamos. Y, claro, terminó casi alboreando ya el Neoclasicismo. Bueno, pues viene a cuento este exordio inicial, en cierto modo en clave de autoficción, para recordar a todos, que el Renacimiento fue un movimiento transversal a la Historia y sus barreras. Se preparó con las Cruzadas. Y germinó con la aparición del cuchillo y tenedor para comer, el pijama para dormir, y otras higienes varias que aumentaron la población. Casi al tiempo, aparece la brújula, para marear bien los mares. Y la letra de cambio, para burlar a los bandidos del camino, ávidos del numerario ambulante por las antiguas calzadas romanas. Bueno, y claro, la imprenta. Oh, sí la imprenta. Herr Gutenberg, gran invento, sí. Licenció a los monjes copistas y todo su lúcido infierno de scriptoria, tan del gusto de Umberto Eco.
Bueno, pues vamos al endecasílabo. Me refiero al verso de once sílabas, que sustituía al pesado dodecasílabo castellano, que no sólo tenía una sílaba más, sino que necesitaba cuatro acentos por verso. Demasiado para la melodía de las cuerdas vocales del humano. Dante, el de Florencia, que se dio el gustazo de meter en el infierno a todos sus enemigos, ya había visto que el hijo natural del hexámetro grecolatino era el endecasílabo, que sólo precisa de un acento interno, en la sexta sílaba exactamente, y no cuatro. El violín derrotó al tambor, y el Renacimiento pudo seguir adelante. Garcilaso de la Vega, en Granada, se dejó convencer por el embajador de Venecia en Toledo –vaya chollo de cargo–, Andrea Navagiero, para probar en castellano el hallazgo del Durante florentino, secretario del registro en el Orco clásico. Delante de ellos estuvo el barcelonés, Joan Boscán.
Para acabar, la anécdota propia del clásico caduco profe de Letras: los campadres del curso en la Facultad dimos en llamar al veneciano: Andrés, “El Navajero”; cosas, ya se dijo, de los antaños aulíferos del cronista.
Recojan, ¡en orden!, y salgan.
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