¿Qué puede haber más peligroso que la ira de una diosa? Y si encima se trata de la vengativa Hera, más vale no cruzarse en su camino. Hubo un tiempo donde dioses y humanos compartimos el mundo. Zeus, padre de todo, recorría el mundo seduciendo mujeres mortales, llenando el orbe con sus bastardos. Hera, su esposa y hermana, portaba la vergonzosa corona del venado, que cada día se hacía más pesada. Zeus, lejos de ocultar sus infidelidades, tenía como costumbre jactarse abiertamente de sus conquistas durante los banquetes Olímpicos. Y es que, el dios de la barba y el rayo era todo un semental, con un apetito sexual tan desmesurado como su ego. Si te echaba el ojo hacia lo posible por seducirte. No importaban género, raza o edad de su presa. Ponía todo su empeño en completar la captura. ¿Que había que disfrazarse de cisne para conseguirlo? Sin problema, ahí se presentaba Zeus, cubierto de plumas. En aquellos días, si un toro negro se acercaba a ti y te guiñaba un ojo, seguramente se tratab...