LOS SONIDOS Y EL TIEMPO. El concertino, por Gabriel Lauret




Si alguna vez han asistido al concierto de una orquesta sinfónica, que espero que sí, habrán observado que a uno de los violinistas, el más próximo al director por la izquierda, se le concede un protagonismo muy superior al resto de los músicos. Sale el último y en solitario al escenario, por lo que el público le aplaude, y hace que la orquesta afine. Cuando el director sale a escena le da la mano sólo a él y todos los músicos le imitan cuando se levanta. Puede que esto les resulte curioso porque en muchas ocasiones se limita a tocar el mismo papel que sus colegas, aunque, unos más y otros menos, gesticule de forma distinta. Este señor, o señora, es el concertino, un espécimen muy peculiar de la especie de los violines, más exactamente, dentro de la subespecie de los violines primeros.


Como no todos conocen cuál es su utilidad, voy a intentar explicarlo brevemente. Si observamos las denominaciones que recibe en otras lenguas podremos hacernos una idea de algunos de sus cometidos. En inglés es el leader (el que guía) y en alemán recibe el nombre de konzertmeister (maestro de conciertos). Y, efectivamente, es el encargado de guiar a la orquesta en la interpretación que propone el director y hacer de maestro de conciertos, todo lo relativo al protocolo. El concertino ayuda en la tarea de dirección de la orquesta ya que debe indicar con claridad las entradas de su sección o de toda la cuerda con sus gestos. Esto no siempre es fácil, ya que debe hacerlo al tiempo que toca. Otra de las responsabilidades del concertino es la de asegurarse de que la orquesta esté perfectamente afinada al comienzo de ensayos y conciertos. También habrán observado que cada sección de la cuerda mueve el arco casi siempre en la misma dirección; incluso, toda la cuerda al completo. Es el concertino quien tiene la responsabilidad de elegir estas direcciones en función de las indicaciones de la partitura, algo determinante para la unificación del conjunto y el resultado de la interpretación, y hacerlas coincidir con la versión propuesta por el director. Por último, el concertino se encarga de la ejecución de los solos de violín que aparecen en la partitura, que en ocasiones pueden ser de una gran dificultad como en Scheherezade de Rimsky-Korsakov o en Vida de héroe de Strauss, por citar solo dos de los más famosos.


Esta acumulación de tareas tiene una gran complejidad y exige una gran preparación. Por este motivo, es un puesto muy cotizado, para el que las mejores orquestas buscan, en ocasiones por cualquier rincón del mundo, la persona idónea. Como en el fútbol, en ocasiones se producen fichajes entre orquestas. Recientemente, David Radzinsky dejó la Orquesta de Israel por un contrato mejor en Cleveland. Hay directores que viajan con sus concertinos y hay orquestas que invitan a violinistas para encontrar una persona de garantías. A veces esta persona forma ya parte de la orquesta y consigue el puesto cuando demuestra las condiciones necesarias y se ha ganado el respeto de sus compañeros. Porque el respeto, como en cualquier cargo de responsabilidad, es esencial para llevarlo a cabo. Si el concertino muestra falta de competencia, de interés, toma decisiones de forma caprichosa, o existe la evidencia de que hay otros violinistas más preparados, baja el nivel de la orquesta y el buen ambiente entre los músicos.


Como explicaba al comienzo, el concertino, como maestro de concierto, como primero de los miembros de la orquesta y como nexo con el director, juega un papel importante en el ritual protocolario del saludo, que sigue una coreografía muy similar en la mayor parte de las orquestas. Cuando el director le da la mano a un concertino, está saludando al representante de la orquesta y éste le devuelve el saludo en representación de todos sus miembros.


Los concertinos de las grandes orquestas tienen un peso enorme y hasta las grandes estrellas de la batuta, los directores más aclamados del planeta, les tratan con una enorme consideración. La lista sería muy larga y sólo voy a mencionar que en España hemos tenido grandes concertinos como Luis Antón, en la Orquesta Nacional de España de la época dorada de Argenta y Frühbeck de Burgos, donde años más tarde estuvo Víctor Martín. Sin embargo, posiblemente el más importante haya sido Ángel Jesús García, un violinista nacido en un pueblo de Cáceres desde el que llegó a ser nombrado dos veces mejor concertino de Alemania, comandando la orquesta de la ópera de Munich y la del Festival de Bayreuth, en el templo wagneriano por excelencia.


Para acabar les voy a contar una historia real. En febrero de 2008, la Filarmónica de Nueva York dirigida por Lorin Maazel realizó un concierto histórico en Pyongyang, la capital de Corea del Norte, con unas connotaciones culturales y diplomáticas realmente excepcionales. Una vez concluidas las obras previstas en el programa, comenzaron las propinas, y las sorpresas. La obertura Candide de Berstein se interpretó sin director, y fue su concertino, Glenn Dicterow, quien se encargó de iniciar y guiar la interpretación. Pero algo más interesante todavía llegó al final: tras abandonar casi toda la orquesta el escenario, el público continuó en pie aplaudiendo durante unos minutos interminables. Los pocos músicos que quedaban saludaban a los espectadores mientras limpiaban y guardaban sus instrumentos. En estas situaciones, normalmente el director aprovecha para salir y recibir él solo las aclamaciones del público, y así fue. Pero ocurrió algo inesperado: Maazel tomó del brazo a Dicterow y lo sacó a saludar. De esta forma, totalmente simbólica, el director compartió la ovación con la orquesta, ausente del escenario pero representada por su concertino.





Lorin Maazel y Glenn Dicterow al término del concierto de 

a Filarmónica de Nueva York en Pyongyang (2008).












Comentarios

  1. Muy interesante y pedagógica tu explicación.
    César.

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  2. Como siempre un verdadero placer leerte. Bravo

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  3. Me interesante y como siempre ameno en su lectura.
    María

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