CRONOPIOS. Encuentro con Simona, por Rafael Hortal



 

Me enfrento con mucho respeto al análisis de la obra Historia del ojo del francés Jeorges Bataille (1897-1962). Ríos de tinta se han escrito de la considerada como una de las mejores obras eróticas de la literatura universal, y para colmo es surrealista. Pretendo conocer un poco mejor a la joven Simona, que con 15 años, en 1928, rompe todas las normas sociales conocidas en oriente y occidente. 


Consideraciones previas:

Jeorges Bataille publica esta obra con seudónimo en las tres primeras ediciones. Es en la cuarta, en 1967, donde, una vez muerto, se reconoce su autoría. Este mismo año se traduce al castellano. ¿Tan truculenta es la novela? La respuesta viene condicionada por el hecho de que no podemos aprobar con el raciocinio lo que nuestra mente sueña. Sigmund Freud, publicó, en 1900,  La interpretación de los sueños, André Bretón publicó en 1924 el Primer manifiesto del surrealismo: Representación automática de los pensamientos que no son mediados por la razón ni por la moral ni por conceptos estéticos.


Simona me citó en el yate de su amigo inglés. Estaba fondeado junto al Peñón de Gibraltar, ocultándose de la justicia francesa y española. Me recibió sentada en la bañera de popa, era alta y hermosa, sólo llevaba unas medias negras y una camisa blanca sin abotonar.

—Buenos días, Simona.

—Hola.

—¿Se arrepiente de algo que haya hecho en su vida?

—De nada.

—¿Reconoce que su comportamiento no es políticamente correcto?

—Por eso me encanta hacer esas cosas.

—¿Por qué le gusta meterse huevos en el culo y explotarlos?

—A mi compañero y a mí nos gustaba. ¿Qué pasa? Eso es una minucia con todo lo que hice después.


El narrador de Historia del ojo es un joven sin nombre, también de 15 años, que conoció a Simona en su casa cuando iba desnuda, llevando solamente un delantal y unas medias de seda negras por encima de las rodillas. Él no amaba los placeres de la carne estimados normales porque los consideraba sosos, por eso cuando conoció a Simona se hicieron compañeros inseparables. Los dos carecían de pudor. 

 

—Simona, ¿cómo se llama su amigo?

—Si necesitas ponerle un nombre para aclararte mejor, llámalo Georges.

—Se hicieron inseparables, ¿cómo lo conoció?

—Georges es un pariente lejano, vino a mi casa y se empalmó cuando me vio sentarme con mi culo desnudo sobre el plato con leche del gato, que chorreó por mis muslos hasta llegar a las medias. Se fue corriendo a su casa a masturbarse, pero cuando me enteré le prohibí hacerlo si no estaba yo delante. A partir de ese día nos excitábamos con nuestros juegos: se la mamaba y me llenaba la cara de leche, luego le pedía que meara sobre mi culo. Me encantaba el olor del mar mezclado con el de la ropa mojada y el de nuestros cuerpos desnudos con orines y semen.


Simona contrajo la manía de quebrar huevos con su culo. Para hacerlo se colocaba sobre un sillón del salón, con la cabeza sobre el asiento y la espalda contra el respaldo, las piernas apuntando hacia Georges, que se masturbaba para echarle el esperma sobre la cara. Colocaba entonces el huevo justo encima del agujero del culo y se divertía haciéndolo entrar con agilidad en la división profunda de sus nalgas. En el momento en que el semen empezaba a caer y a regarle sus ojos, las nalgas se cerraban, cascaban el huevo y ella gozaba. 

—¿Por qué le excitan los huevos?

—Son como ojos. Mi madre nos observaba en silencio desde la puerta de la habitación, Georges se sobresaltó cuando la vio inmóvil, le dije que no pasaba nada y seguí limpiándome. Ella toleraba todo lo que yo hacía. Otro día nos trajo huevos cocidos, calientes, blandos y sin cáscara. Yo me sentaba en el wáter y Georges los colaba en mi vulva, los iba dejando caer, orinaba y tiraba de la cadena.

—Ustedes tenían una obsesión por el sexo, la muerte y la fe…

—Y los cojones de toro —luego te cuento—. Marcela era nuestra mejor amiga, una chica joven, rubia y tímida. Una noche de lluvia le quitamos la ropa y abusamos de ella, su culo también le gustaba mucho a Georges, nos revolcamos abrazados en el barro besándonos y follando como sucias bestias. Otro día, durante una orgía con amigos, habíamos bebido demasiado y me oriné en el mantel delante de todos. Marcela, excitada, pero con pudor entró en el armario y se masturbó dando gritos. Cuando conseguimos abrir el armario nos la encontramos ahorcada:


Se había ahorcado en el armario, corté la cuerda, pero ella estaba muerta. La instalamos sobre la alfombra, vi que Georges tenía una erección y lo masturbé. Me extendí también sobre la alfombra, al lado del cadáver y Georges me folló.


—¿No les afecta la muerte?

—Es fabulosa, en Francia llamamos a los orgasmos la petite mort. Marcela nos acompañaba en nuestras ensoñaciones: follábamos violentamente pensando en su culo, en su coño, en su rostro taciturno; abría su vulva y la besaba ávidamente. El tiempo discurría de otra forma cuando abandonábamos el mundo real: Georges y yo íbamos desnudos en nuestras bicicletas; a él le gustaba el movimiento de mis glúteos en el asiento de cuero, con el que me masturbaba al pedalear. Se empalmó y veía su verga emerger entre sus muslos. Me caí desmayada y pensando que estaba muerta me penetró. Nos gustaba leer en los periódicos noticias de crímenes, historias sangrientas y escatológicas.

—¿En qué piensa cuándo escucha la palabra orinar?


Burilar los ojos con una navaja, algo rojo, el sol. ¿Y el huevo? Un ojo de Buey, y además porque la clara del huevo es el blanco del ojo y la yema de huevo la pupila. La forma del ojo es también la del huevo.


—¿Es cierto que viajaron a Madrid y a Sevilla?

—¡Se lo juro! Tuvimos que huir de Francia y nos acogió en Madrid un amigo inglés que nos llevó a los toros. Recuerdo que el 7 de mayo de 1922, en la vieja plaza de Madrid, me excitaba ver cómo los toros destripaban a los caballos. Las mujeres se excitaban con el roce de los muslos al ver a los toreros. Me contaron que era una tradición comerse los huevos del primer toro —creadillas le llamaban—, me las comí crudas, pero me excitó mucho más ver como un toro atravesaba el ojo derecho de un torero. 

—¡Pare, pare! Esto no es erótico.

—Ya te he dicho que me atrae la sangre y la muerte. En una corrida siempre hay sangre y muerte. Estaba tan excitada que bajé con Georges al patio de caballos y follamos entre el estiércol. El narrador lo cuenta así:


Apestaba a orines de caballo y de hombre. Tomé a Simona por el culo, mientras ella extraía mi encolerizada verga. Entramos a los cagaderos hediondos, donde moscas sórdidas revoloteaban en torno a un rayo de sol; allí, de pie, desnudando el culo de Simona, metí primero mis dedos y luego el miembro viril en su carne babosa y color Sangre; mi polla rosa penetró en aquella caverna de amor, mientras le meneaba con rabia el ano penetrándolo con mi huesudo dedo medio. La furia de nuestras bocas se unió en una tempestad de saliva.



Historia del ojo. Ilustración de Hans Bellmer






—Creo que prefiero que no me cuente lo que le hicieron a un joven sacerdote en Sevilla…

—Sí, mejor no te lo cuento, ya veo que te escandaliza mi vida. No entiendes que no se trata de aceptar o rechazar los hechos. En mi mundo no necesito de vuestra comprensión racional. Bájate del yate que nosotros nos vamos.


Recordé que Georges Bataille estudió en un seminario católico hasta que abandonó la fe para frecuentar los burdeles de París. Fue filósofo, poeta y novelista. Escribió Historia del ojo en 1928 (está comprobado que había asistido en Madrid a esa corrida en la que murió el torero Manuel Granero). Un año después, en 1929, Luis Buñuel y Salvador Dalí estrenan Un perro andaluz, siguiendo la ola surrealista de Georges Bataille. Surgen controversias entre Buñuel, Dalí y Federico García Lorca por la autoría del título del cortometraje. Pero de lo que no hay duda es de la escena más famosa, coincide con la novela de Bataille: “Burilar los ojos con una navaja”.

Y no me olvido de Pablo Picasso, y de sus pinturas de ojos cubistas.

André Breton, Buñuel, Dalí, Lorca, Picasso y Bataille. ¡No va plus! ¡No va más!



Epílogo

El erotismo es el primer signo de inteligencia avanzada en el Homo Sapiens, coincide con las representaciones pictóricas durante el paleolítico medio. Según Bataille en su obra El erotismo, esos interminables milenios corresponden a la muda a través de la que el hombre se desprendió de su animalidad primera. Salió de ese cambio como trabajador, provisto además de la comprensión de su propia muerte; y ahí comenzó a deslizarse desde una sexualidad sin vergüenza hacia la sexualidad vergonzosa de la que se derivó el erotismo.

Georges Bataille establece tres formas de erotismo en el siguiente orden: el erotismo de los cuerpos; el erotismo de los corazones y el erotismo de lo sagrado.








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