CRONOPIOS. Encuentro con Thérèse, por Rafael Hortal



 

Violette Leduc escribió en 1955 una novela inspirada en su biografía, pero la censura de los capítulos de amor lésbico la obligó a esperar hasta 1966 para ver su obra completa. Thérèse e Isabelle es la historia contada por Thérèse durante su estancia en un internado francés, cuando descubrió su primer amor. La autora hace un alegato al deseo juvenil de una forma sutil, describiendo la pasión con una excelente prosa poética. 


—Thérèse, con el paso del tiempo, ¿no cree que su relato es muy inocente?

—Yo era inocente con 17 años. Ten en cuenta que estaba en esa edad en la que se alborotan las hormonas. Isabelle era la mejor estudiante, al principio su indiferencia hacia mí me molestaba, era un año mayor que yo. Su seguridad, su forma de recogerse su pelo largo, sus movimientos, me atrajeron. Sentíamos que había una seducción mutua. 

—¿Quién dio el primer paso?

—En el internado teníamos celdas individuales sin puerta, tan solo cerrábamos con una cortina, que permitía a la supervisora entrar si escuchaba ruido. Yo estaba leyendo un libro con la luz de una linterna hasta que entró Isabelle en silencio. Empecé a hojear el libro para evitar su mirada insistente. Las dos hacíamos tiempo, esperábamos lo mismo. Me quitó el libro y apagó la linterna, me tumbó sobre sus brazos: 


Me desterró de un mundo sin vida, me invitó a lo desconocido. Sus labios entreabrieron los míos. Me asustó lo carnoso de su lengua. […] Mi corazón latía demasiado fuerte, no quería perderme esa dulzura recién estrenada.


—¿Todas esas sensaciones las escribió en su diario?

—No. En el internado tenía una vida aburrida, no me gustaba estudiar ni escribir, sólo pensaba en que mi madre me sacara de allí, pero desde la primera vez que me besó Isabelle no quería separarme de ella; los días se hacían muy largos y aprovechábamos los recreos para estar juntas hablando y deseando que llegara la noche. No podía escribir nada en el diario, mi mente sólo se ocupaba de ella. Fue muchos años después cuando pensé que las evocaciones de esas sensaciones no se podían perder, y decidí escribirlas.

—Llegó la noche siguiente, a oscuras y sin hacer ruido, ¿había otra alternativa?

—Por unos instantes pensamos en fugarnos, vivir la aventura, sin dinero… sentimos una atracción muy fuerte, un amor como nunca lo habíamos experimentado. Pero nuestro plan sólo duró el tiempo de comentarlo. Volvimos a la cama de Isabelle comprobando que nuestras compañeras y la supervisora dormían. Era un reto amarnos intentando que no gruñera el somier de aquella cama estrecha: 


La mano avanzó bajo la tela. Yo sentía el frescor de su mano, ella el calor de mi piel. El dedo se aventuró allí donde las nalgas se tocan. Entró en la ranura, salió de ella. Con una sola mano, Isabelle acarició las dos nalgas al mismo tiempo…


—Ahora que ha pasado mucho tiempo, ¿diría que el amor furtivo añadía un plus de excitación?

—En aquel momento pudo ser así, pero hacer el amor en un lugar privado, donde poder gritar, es mucho mejor. Ten en cuenta que era una situación muy tensa, estábamos disfrutando y al tiempo pendientes de no hacer ruido y atentas por si venía la supervisora. Yo me jugaba la expulsión del colegio y tener que separarme de ella: “Isabelle se afilaba las garras contra mi vellón, y casi entraba, y casi salía. Arrullando mi entrepierna, sus dedos, el encaje, el tiempo”.

—¿Se considera lesbiana?

—En aquel momento sí me consideraba lesbiana, con Isabel sentí el amor por primera vez, nunca antes había sentido atracción por nadie. Ahora que ha pasado tiempo, me doy cuenta de que me atraen las personas, indistintamente de qué género sean. He conocido a muchas personas que han tenido parejas de diferente género a lo largo de su vida. Yo por ejemplo me enamoré de Isabelle, de Cécile y luego me casé con Marc. Los sentimientos no se pueden programar.

—Me encanta su prosa poética con la que describe sus sensaciones: 


Isabelle llegó del país de los meteoros, de las conmociones, de las catástrofes, de los estragos. Me lanzó una palabra liberada, en su hálito el frescor de los mares del norte. […] Me besó de arriba abajo. Me cubrió de condecoraciones, yo la colmé de medallas. Se compenetraban las primaveras en nuestros pubis. 


A veces soy más explícita, por eso censuraron la novela, sobre todo cuando relaté cómo Isabelle me desvirgó con sus dedos: 


Dos dedos disidentes me visitaron. Fue tan magistral la caricia, tan inevitable… Isabelle me desgarró y comenzó a desflorar. Me entregué a la noche y, sin querer, ayudé a los dedos. Me embestía una vez y otra… Se podía oír cómo golpeaba contra la carne. Isabelle se derrumbó en mis brazos. El sudor, que corría por su frente, por su pelo. Por su cuello, mojando mi frente, mi pelo, mi cuello. Su última ofrenda después de la desfloración.


—¿Isabelle también era virgen?

—No, pero nunca me contó cómo ni con quién dejó de serlo. Estábamos las dos enamoradas y ávidas de sentir placer, nuestros cuerpos interpretaban una coreografía mientras sus dedos entraban en mí y mis dedos en ella. Nuestros cuerpos chorreaban luz.

—Térèse, gracias por contarme una parte de su vida en la que descubrió el amor y la pasión, pero noto en toda su historia una culpabilidad implícita.

—Inseguridad, culpabilidad, pecado… ten en cuenta la educación que nos ofrecían y la sociedad en la que vivíamos, pero el amor y la pasión florecieron por encima de todo.


En 1968 Radley Metzger realizó una película basada en la novela Thérèse and Isabelle, protagonizada por Essy Persson y Anna Gael.

Leduc, en Revenge, cuenta su vida completa: el descubrimiento del amor con Isabelle, su relación con Cécile y su matrimonio fracasado con Marc. Existen muchos casos de censura en la literatura, pero este es un ejemplo de censura inconcebible, tanto por la fecha, como por la estima, apoyo y reconocimiento como magnífica escritora de sus amigos literatos: Simone de Beauvoir, Albert Camus, Jean-Paul Sartre y Jean Genet.

Violette Leduc siempre luchó por ser escuchada. Se preguntaba: 


¿Por qué se prohíbe a una mujer explorar las profundidades de la sexualidad y el deseo con la misma crudeza que lo relata Henry Miller? ¿Por qué mi legítima aspiración a sublimar los tormentos íntimos choca con el escándalo, cuando un escritor vería elogiado su genio?


Violette Leduc (1907–1972) publicó en 1964 La bastarda, finalista del Premio Goncourt, que rápidamente se convirtió en un bestseller.







Violette Leduc

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