PUNTO DE FUGA. Golondrinas, por Charo Guarino




Uno de los primeros poemas de los que guardo entrañable recuerdo es aquel en el que el poeta posromántico sevillano Gustavo Adolfo Bécquer recrea el retorno recurrente de las golondrinas: ‘Volverán las oscuras golondrinas…’. Visualizo a mi padre recitando la Rima LIII de Bécquer, y puedo percibir la emoción en sus ojos y en su voz. Al escucharlo sentía una punzada de ‘nostalgia por el porvenir’ —como titula uno de sus temas la cantante Elefteria Arvanitaki—, al constatar que no siempre el amor, que nace con vocación de eternidad, alcanza a serlo. Antes de que lo habitara, mi primer piso como casada albergó en una cornisa del balcón un nido de golondrinas, que alguien destrozó, y en muchos de mis infinitos cuadernos de notas aparecían representadas de forma esquemática las que me han parecido siempre las aves por antonomasia con sus vuelos acrobáticos, que tantas anatomías de marineros y no marineros han tatuado, junto a sirenas, cabos, faros, anclas o rosas de los vientos (como es mi caso), entre otros motivos simbólicos. 


En la sobremesa del viernes mi hija y yo encontramos por fin un rato que hurtar al tiempo para ver juntas en amor y compaña Las golondrinas de Kabul, de las directoras francesas Éléa Gobbé-Mévellec y Zabou Breitman, Premio César a la mejor película animada en 2019. Aún impresionada por la historia, desgraciadamente familiar —basada en la novela de Yasmina Khadra (jazmín verde), pseudónimo femenino del escritor argelino Mohammed Moulessehoul—, por la belleza de las imágenes y la profundidad del mensaje, salgo para asistir a una sugerente mesa redonda en el Centro de Documentación y Estudios Avanzados de Arte Contemporáneo (CENDEAC) con el título ‘Nemotipos: La última revolución visual ¿Son fotografías las imágenes generadas por Inteligencia Artificial?’


En ella intervienen el filósofo Paco Jarauta junto al comisario y crítico de arte Sema D’Acosta y el artista Joan Fontcuberta con motivo de la clausura en ‘Sala Verónicas’ de la exposición ‘Nemotipos’, la factura de cuyo libro homónimo se debe a las buenas artes del diseñador gráfico José Luis Montero. 


A propósito del neologismo acuñado por Sema D’Acosta se aborda una interesante reflexión en torno a significantes y significados, en que Jarauta se refiere brevemente al tema de los tatuajes y al cambio en su significado, pues en el ámbito naútico tenían gran importancia, ya que constituían todo un lenguaje, e informaban, por ejemplo, de que un marinero había pasado por el Cabo de Hornos, uno de los puntos más australes del planeta, cuya navegación tenía fama de ser especialmente difícil, y que antes de la apertura del Canal de Panamá en 1914 debía ser irremediablemente abordada en los intercambios comerciales entre Europa y buena parte del resto del mundo.


Averiguo acerca de los tatuajes que se remontan al siglo XVI, que deben su étimo a la palabra samoana ‘tatau’, que significa ‘golpear’, y que los marineros trajeron a Europa como recuerdo de las islas del Pacífico, donde los nativos decoraban sus cuerpos con ellos haciendo uso de pólvora y orina en lugar de tinta. Los tatuajes hacían las veces de cuaderno de bitácora en la piel, y contaban historias o confirmaban experiencias, lugares visitados y logros alcanzados. Y hablaban también del valor y la habilidad de sus portadores.


Sobre las golondrinas descubro que los marinos se tatuaban una por cada cinco mil millas náuticas (9.260 km) recorridas en altamar. Además, se asociaba a la golondrina con el retorno, pues es capaz de recorrer grandes distancias y aún así volver a casa, de modo que se utiliza su imagen como símbolo de buena suerte y protección.


Llego a casa y me encuentro en redes sociales con la imagen de la piel recién tatuada de la poeta Ana Montojo, golpeada de nuevo por el dolor inefable de la pérdida de un hijo. Acompañando la fotografía, la que seguramente sea su última composición poética, en que se dirige a Jaime, el hijo que perdió de niño, con solo ocho años de edad, y que ese 26 de abril hubiera cumplido cuarenta, para hacerle saber que su hermana Ana se ha unido a él en la eternidad de la ausencia:


…Pero esta vez, mi vida, solo puedo contarte

que los malos augurios se cumplieron,

que en la losa de mármol,

desde hace dos meses te acompaña otro nombre,

y sus letras se clavan en mi pecho

como si fueran dardos…


En la última estrofa alude a las aves, sin especificar que se trata de golondrinas:


He grabado en mi piel vuestros dos nombres

Con dos aves que no sé a dónde vuelan.

Ya estabais en mi alma para siempre

Pero ahora también estaréis en mi cuerpo,

Escritos en mi piel hasta mi muerte.









Me conmueve la intensidad de ese dolor y cómo mi admirada Ana Montojo encuentra palabras para expresarlo con tanta belleza.

Mientras comparto con mi hija Las golondrinas de Kabul y esa escena magistral en la que las mujeres vestidas con burka pasan a un plano cenital y se metamorfosean en golondrinas, reparo en que el apodo con el que se nos ha conocido en Cobatillas, el pueblecito murciano que casi linda con la provincia de Alicante, donde vivo desde hace 40 años, los mismos que cumpliría Jaime, y en el que nació mi madre, es precisamente el de golondrinas (‘hirundo rustica’ en su nombre científico latino, que ha mantenido en otras lenguas romances, como el francés), por su nombre griego. Por un fortuito azar ese apodo funde mi ADN con la lengua de la Hélade, en la que ahora escribo (la traducción es de Anastasia Lambrou) mi último poemario en recuerdo a la mujer que me dio el ser. Su abuela materna, Celedonia (de Chelidonia transcripción que parte de χελιδών), fue una mujer a la que pude conocer y tratar, pues murió nonagenaria. De ella puedo decir que me pareció siempre un personaje singular. Vestida íntegramente de negro, incluido pañuelo en el pelo (indumentaria que sigue siendo habitual entre las ancianas de muchos lugares de la Grecia actual, y no solo), y permanentemente sentada en una silla, con la posibilidad de introducir en la parte inferior una zafa para que pudiera hacer sus necesidades fisiológicas. Sus hijas la adoraban y reverenciaban, y la llamaban siempre de usted con un respeto que rayaba lo religioso. Y algo en su imagen quasi pétrea recordaba a damas sedentes como la de Baza. Tenía una memoria prodigiosa pero era parca a la hora de expresar afecto. Conservo grabaciones de romances con su voz que aunque firme siempre parecía a punto de quebrarse, que pasé de cintas de casete a digital para evitar su pérdida. Mi abuela me contaba que cuando murió su hermano menor, Juan, en los últimos coletazos de la guerra civil, a la que había sido enviado como víctima expiatoria formando parte de la quinta del biberón, su padre enfermó y murió al poco tiempo. Mi abuela estaba convencida de que fue la tristeza por la pérdida del hijo amado la que se lo llevó. La reacción de su madre, en cambio, fue la de mantenerse monolítica, tal vez como manera de blindar su interior y no sucumbir a la pena. A ella debemos el sobrenombre. Una hija suya, que, casi centenaria como ella, ha muerto recientemente, heredó su nombre. Mi abuela, María ‘la Celedonia’ o ‘la de la Celedonia’ siguió la tradición llamando también así a la segunda de sus hijas, que lo cambió en el ámbito familiar por el de Celia, y ese fue el nombre que puso a su vez a su hija mayor, aunque a ambas las llamaba mi abuela ‘Celedonia’.


En los últimos días las golondrinas se me aparecen recurrentemente. Me gusta pensar que mi madre, cuyo recuerdo permanece en todos los suyos, ha vuelto como heraldo de la primavera en forma de golondrina, promesa de renacimiento en su incansable nóstos, para encarnarse en las palabras con que le rindo homenaje en La última primavera, que evoca aquella primavera florida del 22 en que se marchó, aunque no se haya ido, pues ¿cómo podría hacerlo?


En un marco tan exquisito como la ‘Fundación Pedro Cano’ en Blanca, por generoso ofrecimiento del pintor, presentaré la tarde del viernes 3 de mayo mi último poemario, que acaba de ver la luz en la presente primavera, en la que me acompañará la pianista Irina Zhebrum y a la que está invitado a asistir todo el que lo desee.


Comentarios

Publicar un comentario