LENGUA Y LITERATURA. La fama y la memoria, por Santiago Delgado.







Don Juan Manuel, mal llamado el Infante Don Juan Manuel, fue un señor muy chinche en los atribulados tiempos de la Castilla de la primera mitad del siglo XIV, con los sucesores de Alfonso X el Sabio. DJM fue también ilustrado, como su tito Alfonso, pero le sedujo ir de banderías por el reino. Escribía en latín, pero lo dejó por el castellano, para divulgar, según dejó dicho. Y, ya digo, fue más intrigante y belicoso que escritor. 

Otrosí, fue muy amante de la fama, que era concepto que se estimaba perteneciente a la posteridad; no al presente de las personas. Está enterrado en el monasterio de San Pablo, en Peñafiel, actual provincia de Valladolid, pueblo con un castillo roquero (no rockero) casi en medio de la meseta. Bien, pues deseoso de posteridad, fue muy avezado en qué cosa fuera la fama entonces, y depositó toda su obra en dicho monasterio. Sobre todo, hizo tal, según dixo, para que el desgaste del tiempo non ficiera estragos en sus escritos. Y, mucho menos, esa peste llamada juglares, que todo lo tergiversan y pervierten, profanando la buena prosa y la mejor escritura existente.

Pero, héte aqui, que el destino, que es diablo que no descansa nin duerme, ordenó pira y fogata mayúsculas en el tal monasterio, de manera que ardió todo cuanto mueble, papel, maderas y cortinas se levantaba en el sacro recinto. Adiós, obra original, en cuidados códices cosida y con piel de becerro recubierta. Su obra se salvó mediante otros conductos, que la furiosa ira del tiempo tuvo a bien administrar cuando le plugo. No antes, non después. Don Juan Manuel, que hay que leer como si lo de Manuel fuera apellido, que lo es, fuera aparte del Juan. Así que hagan una mínima pausa entre el Juan y el Manuel, apliquen el don, pues era letrado y sapiensoso, y olviden lo de Infante, cuando enuncien su nombre. Su padre, sí era Infante. Él no lo fue.

Recen por él, si van por Peñafiel

Pueden recoger y salir.

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