LENGUA Y LITERATURA. Lítote, por Santiago Delgado
Aunque a simple vista parece el nombre de alguna fruta caribeña de la selva profunda de Costa Rica, se trata de una figura de pensamiento de la antigua Retórica. Cuando yo llegué a la Filología, ya era Estilística. Hoy en día usamos mucho el lítote o atenuación. Son tiempos en los que se rehuye el compromiso y el hablar apodíctico. Por eso décimos: “no está mal”, ante un adefesio, en el campo de la realidad que sea, para no humillar al perpetrador del bodrio. O, ese continúo; “yo diría…”, y estamos diciendo, sin esperar a los parámetros de la forma condicional del verbo usada; todo para eludir responsabilidades. Somos litotéticos. Es un tiempo litotético. La frase adverbial “un poco” se lleva la palma. La ponemos entre el pronombre personal utilizado, y la forma verbal.
El caso es quitarle potencia a la frase, valentía. Hoy es tiempo, ya digo, de cobardicas que se esconden detrás del lítote, San Lítote que debían decir algunos. Hablar sin lítotes, o atenuaciones, resulta hasta agresivo, por no decir facha, aunque lo agresivo también aparece en lo progresista. Yo prefiero callarme a litotizar mi expresión. Con todo, reconocer un lítote en el receptor con quien hablamos, nos indica cierta inseguridad que él, o ella, muestra acaso sin saberlo. Hay que derrotar al lítote, y reducirlo a su mínima expresión necesaria, que existe; no demonicemos a esta figura de dicción, que nos aporta, o puede aportar, una nota de educación y respeto.
Pero no nos escondamos detrás de él continuamente. Porque el lítote también puede ser una argucia del soberbio, que usa la figura para posar de humilde y justo, mientras su expresión corporal está pregonando lo contrario. He visto esa figura. Bueno, acabo. Como aquél, que hablaba en prosa sin saberlo, seguro que han reconocido la figura y el abuso de su presencia en el habla de hoy.
Pueden recoger y salir.
Ja, ja, ja... Estamos litotizados.
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