EL ARCO DE ODISEO. El baile del ahorcado, por Marcos Muelas.




Cargando una pesada piedra llegó hasta el árbol elegido. Él mismo comprobó la resistencia de la áspera soga de cáñamo que colgaba de una de sus ramas más gruesas. Se subió sobre la piedra y ató la cuerda con un precario nudo alrededor de su cuello. No se detuvo para meditar en sus últimos segundos en la tierra, pues ya estaba todo más que decidido. Judas Iscariote inspiró profundamente y cerró los ojos, después avanzó un paso para caer al vacío. Con el peso de su cuerpo al que se sumaba la carga de sus pecados y la culpa, el efecto de la gravedad hizo el resto.

No sabemos si se partió el cuello y murió en el acto, o por el contrario murió asfixiado tras una agónica espera. Lo que sí sabemos es que con este acto se creó un precedente en el que la horca, quedó vinculada durante lo consecutivos siglos a la muerte del traidor. Y no fue una traición cualquiera, por unas monedas de plata había vendido a un amigo, su maestro y para más inri, el hijo de Dios. Si lo pensamos, la horca, ese instrumento de justicia, es un medio de ejecución barato que no requiere grandes planificaciones ni costes. Una soga, un árbol y por supuesto, la víctima. Con esta técnica, el verdugo ni siquiera necesita hacer un esfuerzo físico. Incluso puede consolar su conciencia dejando que el destino del reo lo decida la propia naturaleza.

Ahora, vayamos hasta el lejano oeste, donde el mayor de los delitos era el robo de caballos. Y ustedes pensarán ¿por qué, era tan malo robar un caballo? El caballo era la posesión más valiosa, ya que representaba un medio de transporte o la herramienta imprescindible para arar el campo. Robarle a un hombre su caballo era condenarle a pasar hambre, una ruina asegurada.

Y siendo este el peor delito de la época ¿será casualidad que la pena fuese la misma que sufrió Judas? Pasando al ámbito militar, la ejecución de los criminales de guerra, desertores o insubordinados, se realizaba a través de un pelotón de fusilamiento. Por muy grave que fuera el delito, esta parecía tratarse de una ejecución rápida y menos desagradable que la horca, una distinción otorgada a los miembros del ejército.

Durante la Segunda Guerra mundial, las tropas alemanas ejecutaron a millones de civiles judíos, romanís y soldados enemigos, entre otros. Pronto, la minuciosa burocracia Nazi determinó que el gasto de balas para esas ejecuciones no era asumible para la maquinaria Nazi, por lo que se buscaron métodos de ejecución más baratos y por supuesto, más inhumanos. Las cámaras de gas, el hambre y el frio dentro de los campos de concentración, se convirtió en el método más utilizado.









Por fortuna, los alemanes fueron derrotados y los criminales de guerra llevados a juicio. El juicio más famoso fue el de Nuremberg, donde el Mariscal Hermann Göring fue juzgado junto a otros veintitrés jerarcas por crímenes contra la humanidad. Los insalvables crímenes pesaron contra Hermann que fue declarado culpable y condenado a muerte.

Göring no era tonto, y a pesar de haber defendido su inocencia en el juicio, como militar, asumió la condena. Pero, su sorpresa llegó con el método de ejecución que el tribunal eligió para él: la horca. Él era un militar de la cabeza a los pies, un as del aire en la Primera Guerra mundial, un Mariscal con décadas de vida castrense a su espalda. Y por ello creyó que su rango le daba derecho a una muerte más digna ante un pelotón de fusilamiento, pero le fue denegado.

Finalmente, Hermann huyó de su condena ingiriendo cianuro la noche antes de su ejecución. El resto de los condenados, que no pudieron huir de la misma manera, realizaron el macabro baile al son de la soga. Una muerte horrible, pero demasiado generosa para crímenes tan terribles como los suyos. Cuenta la leyenda que el verdugo, un experimentado sargento encargado de cientos de ejecuciones, se "equivocó " en varias ocasiones al colocar la soga alrededor de los cuellos de los condenados. De esa manera, las víctimas, en lugar de morir en el acto al partirse el cuello, sufrieron una agónica (y larga) muerte por asfixia. La justicia habló, y los criminales de guerra fueron ajusticiados por el mismo método que eligió Judas.

Dura lex sed lex.




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