El arco de Odiseo. La otra Odisea, por Marcos Muelas.










Humo, cenizas y sabor amargo por la pérdida de amigos y camaradas, poco más quedó tras la caída de la magnífica Troya. La guerra había terminado y los vencedores helenos festejaban el triunfo, sacrificando carneros y preparando un gran banquete. Entre brindis, los héroes fueron aclamados, al menos los que aún quedaban con vida y los caídos fueron entregados a las piras funerarias para que se pudieran reunir con sus antepasados. Oro para los vencedores, fuego para los caídos y gloria para los héroes.

Díez años había durado la guerra y muchos fueron los horrores contemplados. La armada, dirigida por el rey Menelao, atacó mil veces las murallas de Troya siendo repelida otras mil. Y entre un embiste y otro, los hombres morían a ambos lados del muro que defendía la ciudad. Solo el ingenio de Ulises y su famoso equino de madera, habían sido capaces de abrir las puertas de Troya, permitiendo a los griegos saquear al fin la ciudad.

Se acabaron los festejos y, una vez repletas las bodegas de los barcos con el botín de guerra, los vencedores marchaban a sus patrias, merecedores de canciones y, por supuesto, de un descanso.

Los guerreros llevaban diez años fuera de casa, sin ver a sus familias. A su vuelta le esperaban hijos que aún no conocían y mujeres descontentas por tantos años de abandono. Pero así era la vida del soldado, su señor o rey lo convocaba y él acudía a servir.

Antes de partir se rendían plegarias y sacrificios a los dioses para asegurar un regreso a casa sin percances. Y así lo hicieron las tripulaciones de todos los barcos. Bueno, todos no, Odiseo (o Ulises), ya fuera por osadía o por la urgencia de volver a su reino, no dedicó ninguna ofrenda a ninguna deidad. Y recordemos que los dioses griegos se habían ganado la fama de caprichosos y vengativos. Odiseo, rey de Ítaca, y su tripulación, pagarían caro su desplante.


Y así recordamos hoy la Odisea, la historia donde el homónimo héroe trataba de volver a casa venciendo las adversidades. Cuanto más avanzaba en su viaje, más parecía alejarse de casa.









El rey de Ítaca y sus valientes soldados subieron al barco, pidieron caipiriñas y mojitos y se relajaron pensando que en un mes estarían en casa de nuevo. Pero, el supuesto crucero vacacional no salió como esperaban. Lo que creían que iba a ser una travesía de unas semanas, acabó convirtiéndose en un viaje de diez años.

Los dioses obraron contra el barco, haciendo que las corrientes marítimas y los vientos les fueran adversos. Acabaron entonces naufragado en tierras extrañas. Durante sus aventuras, tuvieron que enfrentarse a sirenas, cíclopes, gigantes antropófagos, e incluso resistirse a los encantos de la hechicera Circe, que prendada de Ulises intentó retenerlo en su isla. No sabemos si necesitó una orden de alejamiento para librarse de la acosadora, pero consiguió escapar. Las aventuras de Odiseo prosiguieron llevándole hasta el mismo Hades, donde las almas de los muertos se presentaron ante él. Aun así, Odiseo era el hombre más astuto de su tiempo y con su ingenio consiguió burlar las pruebas que el destino le impuso. Y en cada una de estas aventuras, el rey iba perdiendo a más de sus hombres y amigos. Finalmente, el colérico Zeus lanzó un rayo contra el último barco del rey. Sólo Odiseo sobrevivió al ataque y a duras penas llegó a tierra.


Mientras tanto, en Ítaca, la reina Penélope seguía aguardando el regreso de su amado. Pero, tras tantos años sin noticias del rey, este fue dado por muerto. Por ello, variados pretendientes sobrevolaron a la reina cual buitres carroñeros. Entonces, Atenea se apiadó de Ulises e intercedió con Zeus para que este perdonara al héroe. Gracias a la ayuda de la diosa el rey pudo acabar con pretendientes y usurpadores al más puro estilo de Tarantino. Recuperada la corona y a su familia, Odiseo se tomó un descanso bien merecido.


Avancemos la película hasta 1945.

La guerra había terminado y el victorioso ejército americano tenía millones de soldados repartidos entre Europa y Japón. Algunos de ellos llevaban años sin volver a casa y el gobierno se vio ante la titánica empresa de repatriarlos. Los meses pasaban y los fatigados guerreros continuaban a miles de kilómetros de su hogar. Los medios necesarios para trasladar y alimentar a estos soldados supusieron un desafío logístico sin precedentes. Para ello, tuvieron que usarse numerosos barcos y aviones que cruzaban el océano una y otra vez. Una tarea que duró más de un año y a diferencia del rey de Ítaca, al llegar a su hogar, no les esperaba un reino, sino el desempleo y su propia odisea.

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