LOS SONIDOS Y EL TIEMPO, La sonata de César Franck, por Gabriel Lauret
No es una exageración, al menos no demasiado grande, considerar al violín como el instrumento rey durante el Barroco. Los instrumentos de teclado cumplían una función armónica, sustentando las voces más agudas, hasta que las modas , con el nuevo Estilo Galante, cambiaron y también su papel, al hacerse autónomos. El intérprete tocaba una melodía sencilla con su mano derecha a la que acompañaba la izquierda haciendo pequeñas combinaciones sobre acordes. El violín pasó a ser prescindible, aunque pronto intentó recuperar el terreno perdido. El primer paso fue que tocara, doblara, las mismas notas de la melodía. Conforme avanzó el Clasicismo y la música recuperó complejidad, los compositores añadieron partes específicas para el violín, explorando las posibilidades del arco. En este proceso de emancipación participaron compositores tan conocidos como Wolgang Amadeus Mozart y tan desconocidos como Johann Schobert. Se considera que la culminación llegó con la Sonata a Kreutzer de Ludwig van Beethoven, en la que ambos instrumentos compiten ferozmente durante gran parte de la misma, en condiciones de absoluta igualdad. Aunque a lo largo del siglo XIX algunos de los mejores compositores (Mendelssohn, Schumann, Brahms…) compusieron excelentes obras para esta formación, posiblemente la más popular de todo el repertorio se la debamos a un músico de origen belga, menos conocido para el gran público. Hoy les voy a contar su historia.
La infancia y la juventud de César Franck estuvieron marcadas por la ambición de su padre, un modesto empleado de banca, de convertir a sus hijos en artistas de renombre y sacar beneficio de ello. Nacido en Lieja en 1822, combinó sus estudios de piano y composición en los conservatorios de su ciudad natal y de París con giras de conciertos por Francia, Alemania y Bélgica, en los que interpretaba sus propias obras. En París, uno de sus primeros profesores, aunque breve, fue Anton Reicha, amigo de juventud de Beethoven y entre cuyos alumnos figuraban Berlioz, Liszt y Gounod. También estudió órgano, pensando su padre, convertido en manager, en asegurar su futuro como organista de alguna parroquia. Una decisión paterna también fue el motivo de que dejara el conservatorio en 1842 y que comenzara a impartir clases particulares. De esta forma llegó un momento crítico que cambió su vida. En 1844 César Franck comenzó a enseñar a la familia Desmousseaux, actores de la prestigiosa Comédie Française, conoció a Félicité, su hija de 19 años, y ambos se enamoraron. El padre de Franck se opuso a la relación y a la boda entre los jóvenes, que aun así tuvo lugar durante las revueltas parisinas de 1848, y se produjo la ruptura.
Comenzó entonces un periodo en el que Franck estuvo más preocupado de sobrevivir que de componer, trabajando como profesor, pianista acompañante y organista de diversas parroquias, hasta conseguir en 1858 el puesto en Santa Clotilde, que mantendría hasta el fin de sus días. Su prestigio como improvisador e intérprete de Bach le permitió que se convirtiera en el inaugurador oficial de órganos de la ciudad, muchos de ellos del prestigioso constructor Cavaillé-Coll.
A principios de la década de 1870 dos hechos cambiaron su vida.
La derrota de Francia en la guerra franco-prusiana, supuso un golpe tremendo para la moral del país. Se consideró intolerable que las salas de conciertos estuvieran dominadas por el repertorio alemán, por lo que nació una corriente para promover la música francesa que cristalizó en la creación de la Sociedad Nacional de Música. Franck estuvo entre sus miembros fundadores. Por una razón puramente económica, la Sociedad se inclinó inicialmente hacia la música de cámara. Antes de 1870 los compositores franceses jamás habría soñado con componer una sonata o un cuarteto, porque era prácticamente imposible que pudieran estrenarlos.
Para Franck también fue crucial la jubilación, después de 50 años, del catedrático de órgano del Conservatorio de París, François Benoist. La elección para sucederle en 1872 le aseguró a Franck un salario digno. Como sus clases se centraron en la composición y la improvisación, muchos alumnos abandonaron a los profesores de esas especialidades. Franck enseñaba su estilo personal, una fusión de las formas clásicas de la tradición vienesa de Beethoven, la forma cíclica que aprendió de Liszt y las audacias armónicas de Wagner. Entre sus alumnos estarían Ernest Chausson, Henri Duparc, y Vincent d’Indy.
César Franck gozó de una segunda juventud, no había disfrutado de la primera, llena de inspiración y proyectos, en la que intentó recuperar el tiempo perdido: el Quinteto con piano de 1878, Preludio, coral y fuga en 1884, la Sinfonía en re menor en 1888 y el Cuarteto de cuerdas, su última gran obra, estrenado en 1890.
César Franck tuvo buena salud hasta los 68 años, pero en mayo de 1890 sufrió un accidente de tráfico del que, aparentemente, se recuperó. Sin embargo, tras el verano comenzaron las complicaciones que acabaron con su vida a principios de noviembre.
De estos últimos años es su obra más popular y, posiblemente, la más interpretada del repertorio para violín y piano: la Sonata en la mayor. Es esta una obra arrebatadora en la que la repetición de los temas, de un enorme belleza e intensidad, sirve de elemento unificador. Por su carácter juvenil y apasionado parece mentira que fuera compuesta por un señor de 64 años.
Existen varias teorías sobre los orígenes de esta maravillosa pieza, como una promesa hecha a Cosima, por entonces la joven esposa de Hans von Bülow, hija de Listz y que pocos años después comenzaría su relación con Wagner. Otra hipótesis apunta a un ajuste de cuentas. Camille Saint-Saëns era el dedicatorio de su quinteto y había participado en su estreno en 1870. A pesar del éxito, un gesto de desprecio de Saint-Saëns hizo manifiesta una mala relación entre ambos. Saint-Saëns estrenó una sonata en 1885, por lo que la de Franck pudo ser una respuesta brillante a la obra, mucho menos interesante, del francés.
Lo que sabemos con certeza es en 1886 el joven violinista belga Eugène Ysaÿe, nacido también en Lieja, iba a celebrar su boda. Aunque no estaba invitado, Franck hizo llegar la sonata como regalo. Después de un breve ensayo, Ysaÿe y Léontine Bordes la tocaron para los invitados. Dos meses más tarde llegaría el estreno oficial en el actual Museo de Bellas Artes de Bruselas, con los mismos intérpretes pero en circunstancias muy especiales. El concierto se alargó, caía la noche y los responsables del museo se negaron a utilizar luz artificial, por lo que tocaron casi a oscuras y casi de memoria. Desde el primer momento, Ysaÿe, que se convertiría en el mejor violinista de su época, la consideró una obra maestra, la integró en sus repertorio y la interpretó con pianistas tan destacados como Ferruccio Busoni o Leopold Godowsky. También ayudó a su difusión la aparición de versiones para multitud de instrumentos como el violonchelo (la única aprobada por Franck), flauta, clarinete o, incluso, contrabajo o tuba.
Aunque la Sonata suena habitualmente en auditorios de todo el mundo, el resto de la obra de César Franck, pequeña pero de enorme categoría, no es demasiado conocida fuera de Francia y de Bélgica, donde es el compositor nacional por excelencia. En todo caso, nosotros le debemos que sus enseñanzas, transmitidas por Vincent d’Indy en la prestigiosa Schola Cantorum de París, marcaran el estilo de algunos de los mejores compositores españoles de todos los tiempos como Albéniz, Turina o Guridi.
Ilustraciones musicales:
César Franck. Sonata para violín y piano en la mayor (1886). Christian Ferras, violín. Pierre Barbizet, piano.
César Franck. Sinfonía en re menor (1888). Orquesta Nacional de Francia. Director: Leonard Berstein.


Interesantísimo, un placer leerte.
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