EL TIEMPO APACIBLE, por Isabel María Abellán
Me llamo Isabel María Abellán. Soy profesora jubilada de Geografía e Historia y, al igual que vosotros, amo la literatura y también escribo, no siempre con la misma fortuna.
Quiero dar las gracias a Charo Guarino y a José Antonio Gómez por abrirme las puertas de este blog literario, y a todos los integrantes por vuestra amable acogida. Espero estar a la altura y, si no fuera así, yo misma me retiraré con discreción.
Durante este fin de semana escribí a José Antonio para preguntarle si podía escribir sobre un libro y me respondió: libertad total.
Con esta maravillosa libertad me gustaría hablaros y recomendaros el libro que estoy leyendo en estos momentos.
LIBRO QUE RECOMIENDO
Yo creo que todos conocéis a su autor porque es paisano y porque ya lleva veinte libros publicados. Colabora además en la Opinión y creo que también en La SER, además de hacer otras muchas actividades relacionadas con su trabajo de escritor. Me refiero a Paco López Mengual, mercero y miembro de la Muy Noble y Muy leal Orden del Meteorito, y de su último libro: “Tres cucharadas de lentejas”
Cuando empecé a hacer el boceto de lo que quería escribir, anoté cosas que se sobreentienden en cualquier libro que se recomienda:
Está bien escrito, su lectura es fluida, capta rápidamente la atención del lector desde la primera cucharada…
Todo eso, como he dicho, se sobreentiende.
Pero ese no es el motivo. La verdadera razón es que hacía mucho, mucho tiempo que no encontraba un libro que me hiciera sonreír y, sobre todo, que me hiciera sentir bien, página a página. Y esto sí que es difícil. Porque escribir historias tristes lo hacemos con demasiada frecuencia. Pero sacarle punta a cosas tan serias como a la muerte, eso, hasta ahora, sólo se lo he visto hacer a Paco López Mengual.
Un ejemplo:
Cuenta Paco que estando en Madrid para una entrevista, le pregunta la periodista si es verdad que en Murcia existe un coche de los muertos.
“Dicen que cuando un vecino muere, un coche con un altavoz vocea el nombre, el apodo y la profesión del difunto por las calles, anunciando la hora del funeral.”
A partir de esta pregunta, Paco empieza a darle vueltas a la cabeza y se le ocurre pensar, entre otras muchas cosas, en la competencia desleal de los chinos a los fabricantes de ataúdes de Orense, los mayores productores del país.
“¡Dios mío, como si lo estuviera viendo!: yo de cuerpo presente y mi hija en el chino de la esquina eligiendo el féretro para ahorrarse unos euros. Aunque podría ser peor, y que a los de Ikea les diese por vender ataúdes desmontados en un kit. La noche del velatorio, los familiares arrodillados en el suelo, entre un montón de tablas y tornillos, leyendo con atención el manual de montaje.”
Este es el tono de este extraño libro, porque no es fácil clasificarlo. Es un libro de relatos, pero también son reflexiones del autor que derivan en anécdotas tan redondas como ésta que comento a continuación. Con ella termino para no desvelar más el contenido de este libro tan… ¿raro? Pero tan bueno a la vez.
Cuenta Paco que tuvo la suerte de conocer y charlar con Eduardo Mendoza. En un momento de la conversación el escritor catalán le confesó que su hijo nunca había leído un libro suyo. Pero un día pareció que había llegado el momento cuando su profesor de literatura le dijo que tenía que leer “La verdad sobre el caso Savolta.” Pero pasaban los días y el padre veía con consternación que su hijo “ni siquiera había mirado la portada del libro”. Finalmente, cuando sólo quedaban dos días para entregar el trabajo, el hijo, agobiado por las muchas tareas del instituto, le pidió que lo hiciera él.
“Quien es padre lo entiende”. Escribe Paco.
Eduardo Mendoza hizo el trabajo y esperó impaciente la calificación, que resultó ser un cinco pelado. Pero lo peor fue la nota que el profesor escribió:
“Se aprecia que has leído la novela, pero no has entendido nada de nada”.

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