CUADERNO DE NAUFRAGIOS XV. Mentiras, malditas mentiras y estadísticas, por Vicente Llamas





No es este que habitamos sólo el tiempo de las invasivas siglas que denunciara el poeta de 45 años en sus secas horas de insomnio, “gimiendo como el huracán” sobre “más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)” que se pudrían en lechos inconstantes (siguen pudriéndose, aunque son muchos más de los censados); el siglo del “gris ejército esquelético” que avanza, implacable, hundiendo la palabra entera en el pasado del que reniega. Extraños andamiajes de una realidad dócil que nunca se desgarra cerca. Es también el tiempo de las cifras, y las cifras son la nueva máscara de la mentira. 

La estadística es un siervo complaciente, se inclina del lado del mejor postor para incidir subrepticiamente en la desinformación, alimentando la falacia y la demonización por ajustada alquimia de ámbitos y medios, desorganizando contenidos mediante retóricas que adulteran la analogía, la metáfora, … 

La estadística es una inversa mística homicida que simula destilar el arcano, alejando al alma del noúmeno en una completa comunión terrenal con lo desacralizado, instrumento perfecto de la ingeniería social comprometida en la inmanencia: sondeos, estudios investidos de aséptico hábito científico, aparentemente imparciales, pero financiados por corporaciones interesadas o vehiculares de la contrainformación estatal, calan en una población devota.

Casi una corrompida mística pitagórica: el número (maleable, no estático) es ἀρχή y materia de las cosas en un vertiginoso devenir, contraída esencialmente la dinámica social a obsceno ritual de correlaciones numéricas. Acabará el dato oblicuo siendo elemento explicativo de cualidades morales, y así como la armonía musical unifica una multiplicidad de sonidos separados entre sí por intervalos definidos, el cosmos en su conjunto será ungido como un todo ordenado por relaciones numéricas que transluzcan su propia armonía, la naturaleza misma una mezcla de unidad y diversidad cuantificadas, regida por los principios directivos de los números, todo fenómeno expresión sensible de razones matemáticas … manipulables (he ahí el carácter pervertido de la nueva mística).

El dato absorbe al hecho, el número devora al fenómeno, arrastrando tras él al noúmeno (cierto número es figura divina, cifra lo sagrado, a él vierten juramentos y oráculos, invocado en la minería de datos como hipótesis de regresión o supremo factor distorsionante), una abstracta aritmética de la realidad, suplente de la semántica simbólica, que abate toda referencia absoluta. Caído el éter, impera el feroz relativismo, y la “cultura estadística”, con sus tasas sesgadas, desviaciones estándar y magnitudes fantasma, es su exponente, liturgia de dependencias aleatorias abocada a la carencia total de propiedad sobre el mundo.

Cualquier estudio estadístico se presta a la simplificación o la tergiversación con sólo centrar la atención en una parte conveniente del mismo, y su condensación visual (diagramas de barras, histogramas, …) es tendenciosa, basta una inadvertida variación de escala en el mismo gráfico o la violación del principio de proporcionalidad en alguno de los ejes. El spin, momento angular intrínseco cuantizado de fermiones y bosones, admite una doble estadística (¿doublethink de Oceanía?), ahora como fórmula de propaganda por provisión de una interpretación persuasiva, y los más deshonestos próceres de la República post-platónica, a merced de los sofistas, eluden la sospecha de felonía recurriendo a él, presentando selectivamente las circunstancias de manera creativa, envueltas en cifras tácticas. 

El anhelo de misterio, la vocación de enigma, perece, asfixiado por la costra de datos que imponen concluyentes inferencias cerradas. Fatigosas perífrasis verbales, descontextualización, adjetivos disuasorios y lógica polar de la negación (atractiva apofática, el sintagma negativo disimula el vacío: inasequible, indeclinable, incuestionable …), abusivos hiperónimos (términos globales rehenes de un orden globalista), dilogía o disemia, tediosas sintaxis pasivas de lo vivo, mecanismos convencionales de la manipulación, ceden a la flexible morfología numérica de los hechos, y esa infecciosa morfología puede estar estrechamente ligada a la ansiedad o a la serenidad si se presentan los datos de manera adecuada.

En las interminables filas que condenan la fisiología del mundo global, el individuo es dato o mercancía doméstica cuyo anónimo tiempo vital es un valor discriminado, sacrificado en aras de la saludable estadística total, puesto que el régimen democrático la reclama como fuerza expresiva del orden igualitario; aunque la isostasia prevalezca, por dispar densidad social de sectores de corteza, una hábil estadística la neutraliza.

El firmamento del estado de bienestar es una constelación de globos sonda, desvaídos los astros que lo incendiaran con sus violentas almas erráticas. Chesterton, en su infalible perspicacia de pastor católico con apariencia ingenua (atacar la razón, ciertamente, es “mala teología”), nos previno: cuando alguien introduce la estadística en sus (endebles) argumentos, está a punto de deslizar una mentira (si no lo ha hecho ya, y sólo pretende reforzarla).


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