EL ARCO DE ODISEO. Otra vez en Japón. Parte II, por Marcos Muelas





¿Qué día era hoy? Tras un viaje tan largo, era difícil ubicarse. Examiné mi reloj y sus agujas marcaban las dos. Pero, ¿eran las dos de la mañana o de la tarde? ¿Era martes o era miércoles? Traté de hacer memoria reconstruyendo mis últimos pasos desde la última vez que había dormido en una cama. Había sido en un hotel de Madrid, donde me había levantado a las 6 de la mañana. Que lejano me parecía ese hecho. 

Desde allí fuimos hasta el aeropuerto y tomamos el avión. El inmenso mastodonte nos puso en el aire y poco después las azafatas comenzaron a repartir bandejas de comida. Desde mi asiento estiré el cuello y descubrí el poco atractivo menú. Menos mal que la experiencia nos hizo precavidos. Habíamos subido al avión unos deliciosos ibéricos envasados al vacío que compramos el día anterior. Todo ello regado con un vino bastante decente que compramos en el duty free del aeropuerto.  Cuando llegó la azafata escuché como ofrecía a la fila de al lado el menú. ¿Cerdo o ternera?, preguntó. A lo que una pasajera respondió: “no, no, lo mismo que ellos”, mientras señalaba nuestro apetitoso jamón. La pobre azafata estaba desconcertada. Nos reímos en silencio, tratando de no sentirnos mal por aquello.

Hay varias cosas que me desesperan de los viajes largos de avión. En un momento dado todas las luces del aparato se apagan y las cortinas de las ventanillas se cierran. De repente me encuentro rodeado de cientos de personas que entran en una especie de hibernación. Tengo la impresión de ser el único del aparato que no duerme, atrapado en un limbo donde los relojes se detienen y la realidad se deforma. En mi tableta llevo decenas de películas, series y libros que he ido recopilando para esta situación.  Pero aun así, acabo sumido en un letargo donde ni duermo ni hago nada productivo. Simplemente voy posando mis ojos de una pantalla a otra de mis vecinos. En cada vuelo veo varias películas así, sin sonido, sin orden y prácticamente sin atender el guion. Si tengo mucha suerte puede que me quede dormido unos minutos.

Cuando llegamos a Tokio todos los males desaparecen, a pesar de que aún nos queda un buen trecho de tren hasta Kioto. La capital de Japón tendrá que esperar unos días hasta que podamos explorarla de nuevo. De momento tocan carreras por los andenes, cargados de maletas, lo que me recuerda que maletas pesadas y escaleras mecánicas son un cóctel peligroso que casi nos da un disgusto.

Tomamos el tren, una interminable serpiente metálica cuya cabeza parece sacada de los febriles sueños de Orson Welles o Julio Verne. El tren bala, (Shinkanshen Nozomi), viaja a más de trescientos kilómetros por hora haciendo honor a su nombre. En dos horas recorremos la distancia con una comodidad única. El respetuoso silencio solo es roto por algunos murmullos que nos llegan de otros pasajeros. Tal insolencia está justificada, pues uno de los mayores iconos del Japón hace acto de presencia. El monte Fuji irrumpe en el paisaje por lado derecho del tren.

El Fuji es un volcán que tras tanto tiempo inactivo la gente lo considera un monte. El icónico Fuji nos dio la bienvenida mientras posaba majestuoso para una sesión fotográfica.

A pesar de ser primavera, la nieve coronaba más de un tercio del Fuji. El manto níveo le proporcionaba un aspecto pacífico, dando fe de que el titán de lava que vive dentro continúa dormido. Esperemos que siga así durante mucho tiempo más. 





Vuelvo a mi asiento y medito sobre ello. ¿Cuántos peligros de la naturaleza amenazan a Japón? El país sufre miles de terremotos al año, pequeños e inocuos.  Pero los expertos pronostican que el definitivo está por venir, quizá hoy, quizá en diez años. Hay quien dice que Japón está destinado a hundirse en el Pacífico, o ser víctima de un tsunami. O tal vez uno de estos terremotos despierte al gigante dormido al que llamamos Fuji.  El país nipón ha sobrevivido a guerras, fieros tsunamis, bombas atómicas y desastres nucleares en el último siglo. Aun así, perdura y vuelve a levantarse. 

Sakura, la época de la floración que nos enseña que lo más bello es lo más efímero ¿será ese el espíritu japonés? Sea como sea, Japón sigue en pie y nosotros estamos aquí, una vez más. ¿Aguantará intacto los próximos días mientras tratamos de descubrir de nuevo sus secretos y maravillas? 


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