EL ARCO DE ODISEO. Otra vez en Japon, III, por Marcos Muelas
En 1984, Alekséi Pazhitnov, sorprendió al mundo con un invento tan sencillo como adictivo. Se trataba de una creación diabólica, un ladrón de horas, un secuestrador del sueño. Lo bautizó como Tetris y pocos son los que no hayan jugado al mítico videojuego. Piezas de varios colores y formas caían desde la parte superior de la pantalla y nuestra misión era encajarlas para formar líneas.
Pero el Tetris no sólo sirvió para pasar las horas muertas, no. También nos sirvió para desarrollar la capacidad espacial y lógica. Si no, que se lo digan a aquel taxista de Kioto que nos vio aparecer con cuatro maletas gigantes. Con mirada cansada bajó del sedán mientras se enfundada unos impolutos guantes blancos. Si sintió alguna aversión hacía nuestra monstruosa carga, no lo manifestó.
En un principio temí que fuera imposible que ese taxi pudiera transportar nuestras maletas, al menos si queríamos viajar también nosotros en el mismo. Pero, para mi sorpresa, el veterano taxista pudo encajar dos maletas en el maletero. Otra la colocó en el asiento del copiloto (que es el lado izquierdo, pues allí el volante va a la derecha). Así, la cuarta maleta, un bolso, una mochila y nosotros mismos nos encajamos en la parte trasera. Deben saber que en Japón, fanáticos de la tradición, la mayoría de los taxis tienen un aspecto retro. El modelo de taxi típico es un sedán que parece recién fugado de una película de los años ochenta. Y en su interior nos encontramos tanto los asientos como el salpicadero cubiertos por tapetes blancos con encajes de ganchillo. Una antigualla, pero eso sí, limpio como recién salido de fábrica.
Como les conté en otras ocasiones, no hay un sistema de pensiones en Japón, por lo que no es raro ver a octogenarios trabajando. No le pregunté la edad a nuestro chofer, pero sé por experiencia que si aparentan ochenta, seguramente tenga muchos más.
En fin, nuestro conductor arrancó el automóvil sin que dijéramos nada y ahí comenzó la aventura. Nosotros no sabemos mucho japonés (lo justo para sobrevivir), y él no sabía nada de inglés. Debería parecer algo lógico, pero sepan que en Japón, las personas en edad de jubilarse emprenden la aventura de aprender inglés para buscar nuevos empleos. Estos trabajos suelen ir desde hostelería a taxistas reinventados. En nuestro caso no fue así. Precavidos por nuestra experiencia anterior, llevábamos el nombre de nuestro hotel apuntado en un papel y se lo entregamos. Para desilusión de los tres, el taxista no sabía leer las letras de nuestro abecedario bárbaro. Sólo sabía leer kanji, los símbolos japoneses.
Nosotros aún no teníamos Internet, ya que nuestro aparato de Wifi portátil nos esperaba en el hotel cual tío en Graná. Por fortuna, mi Penélope llevaba en el móvil una captura con el nombre del hotel en su idioma y gracias a ello salimos del aprieto. Toda esta aventura, que duró varios minutos, se desarrolló mientras el coche iba en marcha. No entiendo por qué no se paró para que pudiéramos comunicarnos mejor. No sé, cosas que los occidentales no comprendemos.
No tardamos en circular por las calles que ya nos eran familiares. Kioto se había mantenido igual, congelado en el tiempo esperando nuestro regreso. La ventana que había a mi izquierda reflejaba un niño con cara de sorpresa. Los ojos como platos, una sonrisa de oreja a oreja cada vez que reconocía una esquina, una cafetería o un negocio visitado anteriormente. Naturalmente, ese niño que se reflejaba tenía barba, alguna arruga más y peor vista que la última vez que vio esas calles. Dicen que es malo volver a un lugar que tengas idealizado, pues el recuerdo siempre está por encima de la realidad. Por fortuna, no fue nuestro caso. Éramos dos críos en el día de Reyes, viendo como Papa Noel nos felicita nuestro cumpleaños con una gran tarta de chocolate en las manos. No necesité ver la cara de mi Penélope, eterna compañera de viaje, para saberlo, pues a tientas cogió mi mano y la suya temblaba tanto como la mía de emoción. Estábamos en la calle Kawaramachi, estábamos en Japón. Ya saben, la tierra del sol naciente, las geishas y Hello Kitty…
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