CRONOPIOS. La foto: El coleccionista, por Rafael Hortal



 

  

El coleccionismo es una pasión que entienden muy bien las personas que disfrutan almacenando lo que más le gusta, desde cromos de futbolistas hasta obras de arte, sin denostar a los que guardan libros, monedas, sellos, revistas, fotografías, películas o vasitos de chupitos. Los seguidores de mi sección entenderéis que voy a hablaros del coleccionismo de objetos eróticos.

Conocí a Templado, así me dijo que lo llamara; era un gran coleccionista de arte, revistas y películas eróticas, sin olvidar los seis álbumes de fotos eróticas que había realizado en la época de las cámaras analógicas; todas las fotos estaban perfectamente pegadas en esas páginas que cubría un delgado plástico para protegerlas de arañazos y polvo. En un estante había un cartel: “Culos y coños”; cogió un álbum, lo entreabrió para mostrarme un poco, sin dejármelo. Lo primero que pensé es que dónde habría llevado los carretes de fotos para revelar, puesto que, en aquellos tiempos, el personal del laboratorio tendría que ver todas las fotos en las que “El origen del mundo” se habría quedado muy light

La profesión de Templado no tenía nada que ver con el mundo del erotismo, pero la gran oficina de trabajo y todo el ático estaba repleto de cuadros y objetos eróticos, había un rincón especial dedicado a Marilyn Monroe; incluso la mesa de su secretaria estaba rodeada de cuadros y figuritas que tenía que apartar cada vez que necesitaba imprimir algún documento de trabajo. Me permitió hacerle fotos a su colección, a él en su despacho con la secretaria tomando notas, al rincón de Marilyn y a todo lo demás. Le pedí al dibujante Diego Munuera, que hiciera un dibujo a partir de mi foto para el capítulo de la novela “Arde el trópico”, donde le hice una entrevista que titulé: “El coleccionista de arte erótico”. Os adjunto un resumen: 





Dibujo del coleccionista y la secretaría


“Nunca había visto una oficina de trabajo así. Las habitaciones estaban llenas de obras de arte, el suelo del pasillo repleto de estatuas y cuadros eróticos que había que sortear con cuidado para no romper nada. Salomé, la secretaria, vestía un ajustado vestido rojo y zapatos de tacón. Me presentó a su jefe, un señor mayor bien arreglado, y regresó a su mesa llena de papeles que luchaban por encontrar un hueco entre el teclado del ordenador, archivadores con albaranes y estatuillas eróticas que servían de pisapapeles. A su alrededor los cuadros de mujeres desnudas llenaban las paredes, y hasta tapaban las cristaleras. Frente a ella se encontraba el despacho del jefe, más amplio y recargado también. Templado apartó un cuadro de una silla y me indicó que me sentara. Me contó que le gustaban las mujeres desde que tenía uso de razón. A los 14 fue a estudiar a Córdoba y se coló en la casa museo de Julio Romero de Torres porque le encantaban los cuadros de mujeres, hasta el punto que aún conserva las postales y los posters como sus primeros objetos de deseo, que son los que iniciaron su colección” […] “Cenaba con Julio Iglesias en la pensión Royal de la calle Trinidad, cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Murcia. En 1968 lo acompañó al Festival de Benidorm, ganó y se dejó Derecho y el fútbol. Templado fue agente comercial y me enseñó la tarjeta de visita que diseñó con el eslogan: “La mejor cuenta corriente es la fama que te dé la gente”.

Templado triunfó en los negocios. La conversación continuó así:

   Tengo todas las colecciones de Playboy, Penthouse, Lui, Macho, Climax… En aquella época no había mucha fiesta en Murcia y como tenía un Seat 600, que gastaba más agua que gasolina, todos los viernes por la tarde me llevaba a mis amigos a las discotecas de Alicante.

—¿A comprar cuadros eróticos?

—No, a ligar todo lo que podíamos. La compra de cuadros eróticos vino después, cuando comencé a frecuentar las galerías de arte. Tengo cuadros de casi todos los artistas que dibujan mujeres desnudas. En la nave de la empresa lo tengo todo bien clasificado

—¿Como un museo?

—Podría ser, allí tengo los recuerdos, fotos de todas mis secretarias con las fechas en las que estuvieron trabajando, fotos de concursos de belleza, con actrices que visitaban la región: Lola Flores, Carmen Sevilla, Norma Duval, Ágata Lys, María Luisa San José, Victoria Vera, Bárbara Rey… También tengo una estantería especial a la que llamo: «Archivo de los culos y de los coños». Allí tengo cientos de fotos que he hecho personalmente… y sigo haciendo —saca unas fotos entre un montón de papeles en la mesa. —Me enseña tres fotos con primeros planos de una mujer desnuda—. Estas las hice ayer.

 —¿Se queda en la contemplación, en el voyerismo, o ha llegado a la acción?

—Ya lo creo, he disfrutado con una amplia gama de cuerpos femeninos en todo el mundo, sin problemas de racismo.

—¿De una en una?

—Sí, aunque también me gusta contemplar una buena escena de lesbianismo. La primera vez fue en una sala de fiestas de Madrid, aunque lo más fuerte ya lo había contemplado en Barcelona, en El Molino.  

—Dígame nombres de actrices preferidas.

—Marilyn, Sofía Loren, Demi Moore, Scarlett Johansson…

—Y Mónica Bellucci… Le gusta mucho —añadió Salomé desde su mesa.

 —Es verdad, son mis cinco preferidas. También tengo el rincón del toreo, con cuadros y fotos. Esas son mis dos aficiones.

—¿Toca la escultura de Marilyn?

—No, sólo la miro, aunque me la imagino viva. Podría cobrar vida como Galatea.

—¿Destaque una escena de película?

—Así, de pronto… la de Marlon Brando con la mantequilla. En “El último tango en París”, con María Schneider. No es que sea la mejor escena, pero en el momento en que la vi en Perpiñán, me marcó mucho.

Templado se excusó un momento para atender una llamada urgente. Aproveché para indagar un poco sobre la relación con la secretaria, ya que había observado que ella conocía perfectamente los hábitos de su jefe con el que llevaba trabajando más de seis años. Salomé parecía tener «treintaytantos».

—Salomé, ¿Templado es un buen jefe?

—El mejor, es muy atento. No pasa un santo o cumpleaños sin que me regale algo 

—¿Cómo fue tu primera impresión cuando entraste aquí?

—¡Ja, ja, ja!, me asusté, me escandalicé de ver todo lleno de cuadros de desnudos. La gente que viene por primera vez se plantea si es verdad que nos dedicamos a la venta de productos para empresas agroalimentarias o a otra cosa, ¡ja, ja, ja! 

—Ya estarás acostumbrada a trabajar entre cuadros de mujeres desnudas. ¿Tu despacho no debería tener hombres desnudos?

—No, a mí me dan igual los cuadros, no me gusta coleccionar nada erótico. Respeto los gustos de mi jefe, me cuenta algunas cosas. Es de esas personas que lo ves venir, no anda con engaños. Se muestra como es.

Templado entró en el despacho de la secretaria y continuamos la conversación allí mismo. 

—¿Le cuenta todo a Salomé?

—En la empresa no hay secretos… yo siempre he sido un caballero, pregunto, y si ellas no quieren nada, pues no pasa nada… nunca me he obsesionado por nadie y siempre he procurado dejar un buen recuerdo, la prueba es que todas las mujeres que he conocido me siguen saludando amablemente, tanto los ligues como las prostitutas… ¡he vivido muchísimo!

—¿Te gustaría vivir en esta época teniendo 20 años?

—Spssh… Como yo era un adelantado en aquella época, lo he vivido todo, disfruté mucho. Ahora es todo muy sencillo. Antes era un reto conseguir estar con una mujer, tenía más aliciente. Una cosa no ha cambiado: siempre nos costará entenderlas totalmente.

—¿Le gusta el ritual de desnudar a una mujer, o prefiere que esté desnuda directamente?

—  Lo que me gusta es que la mujer vaya muy arreglada, sexy. Que lleve ropa interior erótica. Reconozco que soy fetichista con los zapatos de tacón alto. Siempre llevaba en el coche zapatos de varios números que traía de Elda para regalárselos a las amigas.

Me despedí de Templado deseándole que lleve a cabo su idea de hacer un museo visitable. Si lo conociera el historiador Ian Gibson, seguro que escribiría otro libro como “El Erotómano: La vida secreta de Henry Spencer Ashbee”. En esta ocasión podría ser: “El Erotómano: Templado, el último caballero”.



Vista parcial de despacho





«Siempre hay por quien vivir y a quien amar.

Siempre hay por qué vivir por qué luchar.

Al final las obras quedan, las gentes se van,

otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual»


  


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