EL ARCO DE ODISEO. Lección de civismo y solidaridad, por Marcos Muelas
Hace unos meses la comunidad Valenciana sufrió los estragos de la Dana. La fuerza de la naturaleza se cebó en la zona, causando 222 muertos y daños estructurales y materiales de los que tardarán mucho en recuperarse. En pocas horas miles de personas perdieron sus coches, casas y pertenencias. En nuestras retinas quedará grabada la oleada de voluntarios desinteresados que cada día cruzaban aquella pasarela ahora bautizada como Puente de la solidaridad para ofrecer su ayuda. Estos héroes, armados con escobas y palas ayudaron, incansables, a la restauración de la zona. Lucharon contra el barro, retiraron escombros y enseres arruinados por el agua. Y no sólo llevaron alimentos y material de primera necesidad, también llevaron esperanza a los afectados.
Y esa esperanza nos alcanzó al resto del mundo, que aliviados pudimos descubrir que aún quedaba algo de humanidad y solidaridad en esta sociedad aparentemente despersonalizada. Actos generosos, desinteresados de personas que arriesgaron su integridad por ayudar a desconocidos. Por un segundo, enriquecedor y emotivo, me sentí orgulloso de ser parte de esta sociedad generosa y solidaria. Los que no se desplazaron para trabajar en la zona se movilizaron para mandar ayuda, ya fuese económica o a través de comida, productos de limpieza o de primera necesidad. La naturaleza nos había puesto a prueba y todos quisieron tender una mano a los afectados.
Pero, como siempre, los sueños terminan y la realidad te despierta con un jarro de agua fría.
Delincuentes, viles oportunistas, que cuál gusanos trataron de enriquecerse del mal ajeno. Estos, amparados por la oscuridad del fallo eléctrico aprovecharon para hacerse con el botín. Y no es que estos individuos fueran a robar comida para sus familias, no. Se centraron en robar artículos de lujo y objetos valiosos ya fuera en hogares particulares o negocios.
Nuevamente una desalmada minoría consiguió que mi intento de congraciarme con la raza humana fracasara.
Dejemos España por unos instantes para desplazarnos hasta Japón. Ya saben, ese país donde las librerías exponen sin vigilancia sus libros en plena calle. ¡Y vaya sorpresa, nadie los roba! Y es que hablamos del país más seguro y civilizado del mundo (me muero de envidia).
Pero hasta en el paraíso se cuelan serpientes. Por su puesto que hay crímenes en Japón.
Hablemos de la Yakuza, una institución longeva que da verdadero significado al crimen organizado.
Los tatuajes son su uniforme, pero lejos de ser esos sanguinarios abusones que nos vende Hollywood, su forma de trabajo es muy peculiar.
Actualmente, sus negocios se han redirigido a temas contables, inmobiliarios, seguros... buscando una vía más legal para sus actividades. Ser Yakuza te convierte en un individuo temido, con privilegios y obligaciones hacia el clan. Esta organización somete a sus miembros a una total lealtad, renunciando a tener una familia como condición de permanencia. Lo curioso es que la policía trabaja con estas instituciones. Como entidades antagónicas están condenados a un entendimiento para sobrevivir.
Hace décadas los clanes de la Yakuza se vieron envueltos en sangrientas disputas por el dominio de los territorios. Pero a día de hoy las hostilidades son menos notables y parece que el equilibrio se mantiene. Y si piensan que Japón es peligroso por los Yakuza, recuerden que en todo el país sólo se atiende una media de diez heridas de bala al año. Increíble ¿verdad?
Pero, se preguntarán que tiene que ver la Yakuza con la Dana de Valencia.
En 2011 Fukushima sufrió un terremoto que desencadenó un sunami y el peor accidente de Asia en una central nuclear. Al igual que en nuestro país, miles de ciudadanos lo perdieron todo, casi 16.000 personas murieron y la ciudad quedó sumida en el caos.
Pero, el papel de la Yakuza tras estos acontecimientos fue desconcertante. Lejos de dejarse llevar por el saqueo y el oportunismo, la organización prestó su apoyo a los ciudadanos. Trabajando conjuntamente con las autoridades e hicieron lo posible por restablecer la normalidad. Ayudaron en las evacuaciones y repartieron comida y mantas entre los necesitados. La organización puso sus medios al servicio de la comunidad. Por su puesto no se trató de un simple acto altruista. Hasta los delincuentes japoneses comprenden que para seguir con sus negocios la ciudad necesitaba recuperarse y para ello había que arrimar el hombro.
Pero, claro, esto solo ocurre en Japón, donde hasta el crimen organizado tiene unos códigos de honor y principios. Cuánto nos queda por aprender.
Pablo Escobar también cuidaba a su pueblo, pero es cierto que muchas personas ayudan por filantropía. Gracias Marcos por tus textos.
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