EL ARCO DE ODISEO: La palabra tabú, por Marcos Muelas
Empieza la primera semana del año, terminaron las fiestas. Navidad y Nochevieja ya parecen lejanas. Primera semana laboral donde los agónicos restos de esos festejos se resisten a abandonarnos. En las calles aún cuelgan anacrónicas las luces y decoraciones navideñas. Junto a los contenedores se amontonan embalajes de regalos y las cajas vacías que los contenían. Junto a ellos aparecen marchitas flores de pascua y pinos amarillentos que no tendrán una segunda oportunidad. Plantas abandonadas junto a patas de jamón finadas, fiel reflejo de sociedad consumista y obsolescencia programada.
Otra etapa quemada en la que solo queda dar gracias porque nosotros y los nuestros seguimos aquí.
Pero no siempre es así. En estas fechas de obligadas sonrisas, muestras de afecto y generosidad se intenta tapar el mal silencioso del que nadie quiere hablar. Soledad, melancolía, tristeza... Sentimientos que afloran en estos señalados días alimentando al fantasma del suicidio. Un término que nadie quiere pronunciar en voz alta y los medios se esfuerzan en esconder por temor a un efecto llamada.
Durante el periodo festivo muchos son los que echan en falta a los seres queridos que ya no están entre nosotros. Se suma la frustración de los objetivos no alcanzados, la sensación de no haber conseguido nada de provecho en el año que acaba.
Imagino que habrá muchos factores que te pueden hacer cruzar esa línea sin retorno. Por desgracia, el suicidio, es la primera causa de muerte no natural más generalizada en el mundo. Un tema tabú del que preferimos no hablar y pocas son las entidades que luchan contra este mal.
En el fondo, el silencio de los medios se debe a un intento de protección de la población. En el siglo XVIII Goethe publicó Las penas del joven Werther, donde el protagonista acabaría quitándose la vida tras un rechazo amoroso. Esta historia caló muy fuerte en la sociedad, que percibió el suicidio como una forma romántica de abandonar este mundo. Los suicidios aumentaron dando lugar a un efecto dominó conocido como el efecto Werther. Ya entonces se puso sobre aviso la negatividad de publicitar los suicidios.
Tenemos ejemplos más recientes de este efecto cuando lo protagonizan famosos. Kurt Cobain, la estrella del grunge, desató una ola de suicidios replicantes tras su muerte. Y no es la primera vez que el suicidio de un famoso crea este llamado efecto Werther o colectivo. Muchos son los famosos que se fueron de este mundo por su propia mano, otorgando a la muerte un falso sentimiento de nobleza o romanticismo. Estas muertes calan sobre todo en los más jóvenes que se sienten tentados a imitar a sus ídolos.
Japón se lleva la palma en lo referente a esta plaga. En el país del sol naciente, la depresión se percibe como una debilidad, una vergüenza que se convierte en un tema prohibido del que nadie habla. Nuevamente el hermetismo individual impide confiar a sus allegados su malestar o su sentimiento de tristeza. Sin ayuda externa, la depresión acaba llevando a pensamientos peligrosos y en ocasiones, a desenlaces desastrosos.
Es perturbador que en Japón exista un libro llamado El completo manual del suicidio. Wataru Tsurumi presenta una obra macabra donde relata fríamente las diversas formas de hacerlo con éxito. En este libro, el autor no alienta al lector a buscar ayuda ni da consejos para evitar el trágico desenlace. Aun así, el libro vendió más de un millón de copias en 1993 y treinta años después aún se siguen encontrando ejemplares junto a los cuerpos sin vida. Uno de los métodos más famosos para quitarse la vida era tirarse a las vías del tren. Se hizo tan popular que el gobierno se vio obligado a tomar cartas en el asunto. No porque se preocupara por la salud de la víctima, sino porque estos suicidios conllevaban al retraso de los trenes y para los japoneses, los retrasos, son inadmisibles. La solución que tomaron fue multar severamente a los familiares de la víctima. Con ello, aceptaban la premisa de que la familia no se preocuparía por la salud mental de sus miembros, pero sí por el castigo económico que esto supondría. Quizá este método disuada a la víctima por el miedo a perjudicar a sus familias, pero, en definitiva, lo único que consigue es que busque otro medio para conseguirlo.
Sin duda, esta plaga podría evitarse si prestáramos más atención a la gente que nos rodea. Pero debemos recordar que las verdaderas víctimas de esta plaga son los amigos y familiares del fallecido. Estos quedan condenados a una vida de tristeza y con un eterno sentimiento de culpa.
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