LOS SONIDOS Y EL TIEMPO: Steinway, por Gabriel Lauret
STEINWAY
Gran parte de los instrumentos de cuerda fueron fabricados por artesanos que pertenecían a una misma familia, como Stradivari, Amati o Guarneri, por nombrar las más conocidas. La construcción del piano, por contra, presenta un proceso que consideramos como industrial, ya que implica un número mayor de personas que utilizan procedimientos técnicos muy diversos. Sin embargo, desde la creación del piano por Bartolomeo Cristofori a comienzos del siglo XVIII, la mayor parte de las grandes innovaciones que ha experimentado este instrumento proceden de una misma familia, cuyo apellido se ha convertido en marca y sinónimo de excelencia dentro del mundo del piano. Cada uno de sus miembros fue aportando su talento en campos muy diversos hasta lograr la hegemonía que hoy disfruta en las principales salas de concierto de todo el mundo.
Heinrich E. Steinweg nació en 1797, en el mismo año que Franz Schubert. Tras comenzar a trabajar como carpintero, se convirtió en aprendiz de un constructor de órganos, hasta que en 1835 abrió su negocio de pianos en la ciudad alemana de Brunswick. Construyó su primer piano de cola oculto en la cocina de su casa, ya que la normativa vigente solo le permitía reparar pianos. En 1851, cuando ya había fabricado casi 500 instrumentos, decidió emigrar con sus hijos a Nueva York. Trabajaron para otras empresas hasta que pudieron establecer la suya propia en 1853. El hijo mayor, Theodor, permaneció en Alemania y en 1856 se asoció con Friedrich Grotrian. La rama americana tomó la decisión estratégica en 1864 de anglicanizar su nombre a Steinway, como es mundialmente conocida. La muerte de dos de los hermanos solo un año después motivó que tuvieran que solicitar al hijo mayor que se hiciera cargo de la dirección de la empresa y abandonara la fábrica alemana.
Son varios los factores que permitieron el rápido éxito empresarial. El primero y principal, obviamente, es el producto. Trabajaban con operarios alemanes muy especializados y aplicaron toda una serie de mejoras en la construcción que se tradujeron más de 125 patentes. Hacia 1870 edificaron todo un poblado en el barrio de Queens, que contaba con viviendas, fundición, aserradero, iglesia, biblioteca, jardines y parque de bomberos. El sentido empresarial siempre estuvo presente, por lo que en 1880 crearon una nueva fábrica en Hamburgo, para así evitar los impuestos europeos de importación. La fábrica alemana, además, sirvió de taller de experimentación para las maquinarias instaladas en América.
Gran parte del éxito se basó también en un trabajo riguroso de marketing. La empresa presentaba sus instrumentos en distintas ferias y exposiciones internacionales, donde, invariablemente, recibía los primeros premios, hasta 35 medallas de oro en los primeros años (en ocasiones con algunas sospechas de fraude), que afianzaban su fama. También abrió dos salas de concierto en Nueva York y Londres que servían de escaparates para sus instrumentos. Otro idea fue la de atraer a los mejores pianistas para que tocaran sus instrumentos. Anton Rubinstein, el primer gran solista ruso, realizó en 1873 una gira de más de 215 conciertos por Estados Unidos, pagada con extrema generosidad por la empresa. Este fue el principio de una serie de artistas exclusivos, unos 1.600 de los más conocidos en la actualidad, que sólo actúan en concierto con esos pianos, para lo que pueden, si fuera necesario, solicitar sus instrumentos a la firma.
Otra estrategia comercial fue la de asociar estos pianos al lujo y a la excelencia. Los instrumentos que marcan cada 100.000 construidos son realizados por artistas que hacen obras de arte totalmente exclusivas. El número 100.000 fue regalado a la Casa Blanca en 1903, que fue sustituido por el 300.000 en 1938, que está esperando, no sé si con ansia o con temor, la llegada de Donald Trump. Pero la realidad comercial hace que la empresa no sólo fabrique pianos excepcionales. Como ocurre también con los coches, Steinway posee dos marcas inferiores en las que aplica parte de las técnicas aprendidas, pero a un precio menor: Boston, fabricado por Kawai en Japón, y Essex, más barata, construída en China.
Steinway también ha sabido ligarse a los centros educativos de prestigio; una forma de vender pianos y también de asegurar una adicción, por así decirlo, de los futuros pianistas a estos instrumentos. Aquellos que, además de poseer exclusivamente estos instrumentos, se comprometen a mantenerlos en perfecto estado de uso con técnicos formados por la empresa, reciben la calificación de escuelas All-Steinway. El primero de estos centros fue el Conservatorio de Oberlin en 1877 y, en la actualidad, más de 190 prestigiosas escuelas de todo el mundo tienen esta consideración, al igual que la mayor parte de los concursos de piano ofrecen exclusivamente sus pianos para la realización de las pruebas, como el Van Cliburn, el Reine Elisabeth o el Busoni.
Pasemos a la cara menos agradable. Un Steinway nuevo vale mucho dinero, demasiado salvo que a usted le sobre; no quiero que piensen que este es un artículo publicitario. Además, a Steinway se le hacen dos grandes críticas. La primera es la acusación de monopolio: no sólo copan el mercado de pianos de concierto sino que penalizan a pianistas, incluso de renombre, cuando actúan con otras marcas. La segunda es que ha homogeneizado el sonido de los pianos, incluida casi toda su competencia, que ha copiado o imitado sus avances técnicos, en gran medida porque todos los pianistas exigen ese tipo de sonido tan particular.
La historia del piano sería muy distinta sin la familia Steinway. Por tanto, nada de esto hubiera ocurrido si su fundador, Heinrich E. Steinweg, hubiera muerto por la caída de un rayo que mató a toda su familia en 1812, o no hubiera sobrevivido a la batalla de Waterloo en 1815.
.
Siempre se aprende en tu web!
ResponderEliminarCésar.