PUNTO DE FUGA: Razones de un viaje a los orígenes, por Charo Guarino
En Los cantos de Maldoror, su autor, Isidore Lucien Ducasse, bajo el pseudónimo de Conde de Lautréamont escribió que «la poesía debe estar hecha por todos, no sólo por uno». De acuerdo con esto, acaba de ver la luz y de presentarse en sociedad el libro coral Besos para Catulo. CLXXI versiones del Carmen V de Catulo, el tercero de la colección «Diálogos del Mundo Antiguo» que edita la Fundación Teatro Romano de Cartagena, bajo la coordinación de la directora del mismo, Elena Ruiz Valderas. La obra de Lautréamont, impresa en 1869 el editor belga Albert Lacroix se ha considerado inclasificable, a medio camino entre la confesión y la poesía en prosa, y sabemos que Lacroix, temeroso de la censura por el contenido blasfemo, obsceno y provocador de la. misma, decidió no distribuirla a librerías, y los ejemplares quedaron abandonados en los sótanos de una imprenta. Su autor, hijo de un diplomático francés, murió de tuberculosis apenas un año después, sin llegar a cumplir los 24 años y su obra no vería la luz hasta pasadas dos décadas, en la ciudad de París, redescubierta por el escritor Léon Bloy, y reivindicada después por el movimiento surrealista. André Breton la consideraba «la expresión de una revelación total que parece sobrepasar las posibilidades humanas». Se trata de un amargo y feroz alegato en contra de la miserable condición humana y del responsable de su creación, y comienza así: «Plegue al cielo que el lector, enardecido y vuelto momentáneamente feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las desoladas ciénagas de estas páginas sombrías y llenas de veneno...». Algunos de los poemas de Catulo podrían responder perfectamente a estas palabras. De hecho de entre su producción, el Carmen XVI ha sido el poema más censurado de la historia de la literatura universal.
El mundo nace en cada beso,
de Joan Fontcuberta y Antoni Cumella (2014).
Como Ducassse, Catulo fue un poeta irreverente, que murió joven, en torno a los treinta años, y también su obra permaneció oculta, no décadas, sino siglos, pero de entre las 116 composiciones de sus Carmina en algunas brilla el amor y la exaltación de la vida, entre ellas el Carmen V, invitación a la vida desde su primer verso (Vivamus, Lesbia mea, atque amemus).
Este fin de semana un viaje a Valencia para asistir a la exposición del reconocido y premiado fotógrafo cartagenero Juan Manuel Díaz Burgos «Movimiento Continuo» me ha tentado a continuar ruta y realizar un viaje relámpago a Barcelona para visitar a mis tías maternas y poder besarlas y expresarles mi cariño, mientras su progresivo e inevitable deterioro les permite seguir reconociéndome.
En la Plaza de Isidre Nonell, en el distrito de Ciutat Vella de la ciudad condal desde 2014 puede contemplarse un fotomosaico formado por cuatro mil teselas de cerámica, obra del fotógrafo y ensayista Joan Fontcuberta, en colaboración con el ceramista Antoni Cumella, que nació como obra efímera, al igual que otras que finalmente se tornaron permanentes —el pulso entre lo fugaz y lo duradero es recurrente entre los mortales, en la afanosa búsqueda de trascendencia—, y que acaba de cumplir una década. Su título, «El món neix en cada besada», es suficientemente ilustrativo de su contenido.
Hoy amanezco en la tierra que me vio nacer y en la que pasé mi infancia y primera juventud, y salgo al encuentro de esos besos de afecto que me devuelven a mi propio origen, y me siento afortunada por poder hacerlo. A veces el impulso vence a la razón. O tal vez es que hay actos que no precisan responder a esta.
Precioso y emotivo recordatorio emocional.
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