LOS SONIDOS Y EL TIEMPO, El primer gran pianista ruso, por Gabriel Lauret
He estado muy tentado de titular este artículo como “El otro Rubinstein” porque, posiblemente, a la mayor parte de ustedes le suene más, como a mí me sonaba, el polaco Arthur Rubinstein. Pero claro, lo de “el otro” ya lo he usado en otra ocasión (Berstein), y todavía quedan bastantes “otros” como Strauss o Albéniz. Se me habría acusado despiadadamente de falta de originalidad y con toda la razón.
La mayor parte de las personas, cuando fallecen, perviven gracias a la memoria de quienes le conocieron, y sólo mientras estos viven. Los creadores tienen más fácil alcanzar la inmortalidad, al menos mientras su obra sea contemplada, leída o interpretada. Puede parecer paradójico que Anton Rubinstein, siendo un compositor notable (quizás no de 8,5), autor de 13 óperas, 6 sinfonías y 5 conciertos para piano, ha pasado a la historia como un personaje secundario cuando fallecieron los últimos que tuvieron la oportunidad de asombrarse con sus interpretaciones pianísticas. Paradójicamente, su contribución a la música pervive con extraordinaria fuerza hoy en día.
Como es habitual en estos tiempos, hemos descubierto que este pianista ruso no nació en Rusia sino en uno de los países que la rodean, en este caso en la actual Transnistria, una región de Moldavia separada de facto que todavía hoy conserva la hoz y el martillo en su bandera y escudo. Anton Rubinstein nació en 1829, en el seno de una rica familia de terratenientes judíos. Para evitar las leyes zaristas de asentamiento y así poder emigrar, su abuelo ordenó a los 35 miembros de la familia que se convirtieran a la religión ortodoxa. Su padre pudo trasladarse a Moscú, donde Anton comenzó a dar clases de música con su madre, hasta que Alexander Villoing, el mejor profesor de piano de la ciudad, lo tomó como alumno con siete años. Con solo nueve lo enviaron a Paris para estudiar en el Conservatorio, aunque el viaje se transformó en una gira de conciertos. En 1840 tocó en las salas Érard y Pleyel, teniendo entre el público a Chopin y a Liszt. Con menos de catorce años había actuado en Holanda, Alemania, Hungría, Noruega y Suecia, y en una gira rusa tocó en el Palacio de Invierno de San Petersburgo, junto a su hermano menor Nikolai, delante del zar Nicolás I y de la familia imperial. En Berlín conoció a Mendelssohn y a Meyerbeer, y recibió clases de composición de Siegfried Dehn, que había sido profesor de Mikhail Glinka. Mientras que Glinka abrió la senda de la música rusa, Rubinstein, por el contrario, siguió el camino compositivo de Schumann y Mendelssohn, ya que creía que “la música no podía ser un vehículo para un estilo nacional”.
Su vida, a partir de los 20 años, transcurre a caballo entre San Petersburgo y sus giras internacionales. Inicialmente interpretaba sus propias composiciones, aunque con el tiempo crearía un ciclo monumental de siete recitales que abarcaba el repertorio para teclado desde Couperin hasta sus contemporáneos rusos, que ofrecía en el transcurso de muy pocos días. Cada recital tenía una duración desmesurada; los pianistas entenderán lo que supone interpretar ocho sonatas de Beethoven en un solo concierto. Y hablando de Beethoven, los que lo habían conocido, como el compositor y pianista Ignaz Moscheles, pensaban que tenía un parecido sorprendente con él, tanto físicamente como por su forma de tocar. Las interpretaciones de Rubinstein intentaban transmitir su concepción de la obra, atendiendo menos, sobre todo con el paso de los años, a cuestiones menores como no tocar notas equivocadas durante los conciertos. Aún así, otro excepcional pianista y compositor como Rachmaninoff pensaba que era “el pianista más original e inigualable del mundo”.
La Gran Duquesa Elena Pavlovna, cuñada del Zar, que se convirtió en su principal mecenas, le ayudó a crear la Sociedad Musical Rusa y, en 1862, el Conservatorio de San Petersburgo. Su hermano Nikolai fundaría el de Moscú tres años después. Anton seleccionó un grupo sobresaliente de profesores (Wieniavski y Auer en violín y Davidov en violonchelo, como muestra) y se convirtió en su primer director, director de la orquesta y coro, profesor de piano y de instrumentación, teniendo a P. I. Tchaikovski entre sus alumnos. Sin embargo, encontró la oposición del sector musical pro-ruso, que lo consideraba demasiado occidentalizado. A lo largo de los años fueron varias sus idas y venidas, dimisiones y renuncias, que alternaba con sus giras. Cuando regresaba cambiaba los planes de estudios y exigía mejoras en el nivel de profesores y alumnos. Él mismo se sometió a exámenes para estar en igualdad de condiciones con el resto del profesorado.
N. Rubinstein. Concierto para piano y orquesta nº4.
Nikita Galaktionov, piano. Orquesta “Nuevos clásicos”. Director: Andrey Ogievsky
Algunos conciertos tuvieron una transcendencia histórica: en 1868 dirigió en París el estreno del Concierto nº 2 de Camille Saint-Saëns, con el compositor al piano, y pocos años más tardes el oratorio Christus de Liszt en presencia del autor, con Anton Bruckner al órgano, en el Musikverein de Viena. Como pianista realizó una gira extensísima por los Estados Unidos durante la temporada 1872-73 patrocinada por el fabricante de pianos Steinway & Sons. Esta experiencia solo fue gratificante para Rubinstein desde el punto de vista económico, obligado a dar 215 conciertos, a veces dos y tres diarios, en sólo 239 días. A cambio, los honorarios que recibió le dieron independencia económica para el resto de su vida, y pudo comprar una dacha en Peterhof, cerca de San Petersburgo, donde se instaló con su familia. Allí murió en 1894, a causa de una enfermedad cardiaca, pocos meses después de ofrecer su último concierto.
Es probable que la mayor parte de ustedes nunca hubieran oído hablar de Anton Rubinstein. Creo que ahora pueden comprender que el impresionante nivel alcanzado por los músicos rusos, y no solo los pianistas, es deudor de la obra de este coloso del piano.
Escuchándolo estoy. Gracias.
ResponderEliminarDesconocía el origen "transnistriano" de personaje, aunque recuerdo muy bien la bandera soviética de la aduana la primera vez que viajé hasta Tiraspol, en coche, desde la capital de Moldavia.
ResponderEliminarMe gusta este artículo al Incidir en algo que en la actual sistema educativo musical no parece importante y es que detrás de un gran compositor, a lo largo de la historia de la música, siempre ha habido un intérprete mejor. Para aquellos músicos sería impensable hoy día crear antes que interpretar a un alto nivel.
ResponderEliminarLas tecnologías actuales permiten el acceso a la creación musical a cualquiera que quiera intentarlo y a muchas de estas obras, a mi juicio, les falta ese algo de vida musical que un gran intérprete puede aportar a la composición. Fantástico artículo.
Impresionante interpretar 8 sonatas de Beethoven!! Y no soy pianista!! Una absoluta barbaridad!! Estupendo artículo como siempre.
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