Cuaderno de Naufragios, .X. Al prójimo como a ti mismo, por Vicente Llamas





 

"Dos cosas llenan mi ánimo de creciente admiración y respeto a medida que pienso y profundizo en ellas: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí. Son cosas ambas que no debo buscar fuera de mi círculo visual y limitarme a conjeturarlas como si estuvieran envueltas en tinieblas o se hallaran en lo trascendente; las veo ante mí y las enlazo directamente con la conciencia de mi existencia [...] La segunda eleva mi valor como inteligencia infinitamente, en virtud de mi personalidad, en la cual la ley moral me revela una vida independiente de la animalidad y aun de todo el mundo sensible, por lo menos en la medida en que pueda inferirse del destino finalista de mi existencia en virtud de esta ley, destino que no está restringido a las condiciones y límites de esta vida".

Célebres palabras de Kant. Crítica de la razón práctica.

Atendamos a algunos de los conceptos e ideas hilados: "personalidad", "animalidad", "vida independiente del mundo sensible", "destino finalista de la existencia humana" ... 

La noción de persona, de uso tan habitual para nosotros como desconocido en su semántica profunda, tiene raíz teológica cristiana, ligado a la "perijóresis" trinitaria, danza circular de hipóstasis que se circumpenetran (inhabitación) sin confusión. Contrapuesto aquí a animalidad, término alusivo a la condición sensible del hombre que lo sume en el régimen natural de causalidad, determinista o teleonómico, indeterminista o entrópico.

La máxima expresión de la racionalidad no es intelectiva, sino volitiva. La potencia racional sensu stricto es la voluntad humana, no la inteligencia (y, por cierto, la faceta pasiva de la inteligencia la expone a la artificialidad, el moderno Prometeo podrá re-crear artificialmente inteligencia, mas no alumbrará jamás una voluntad artificial, tal don no le ha sido concedido, precisamente por el carácter espontáneo y auto-determinativo de esa facultad, netamente activa -no cabe pensar una voluntad pasiva o receptiva-): la voluntad se dicta a sí fines imperativos, categóricos o hipotéticos, sin injerencia tutelar de potencia extrínseca alguna, en rigurosa autonomía potestativa, ni el menor indicio de alienación en una voluntad desplegada activamente desde y para-sí. Los motivos que pueda presentarle a elección el intelecto práctico son, para una voluntad en plena independencia operativa, axiológicamente neutros, el valor moral o amoral que puedan revestir concita un juicio analítico a priori sustentado en normativos ideales, es éste el que infunde calidad moral al acto voluntario.

No hay intelecto negligente en tanto principio ordenado por naturaleza a entender en ausencia de impedimento externo, en todo caso, intelecto inepto, pero sí voluntad "culpable" de decisiones forzadas, violentando sus propias máximas. Sí voluntad extraviada o sonámbula: un zombie es justamente una criatura privada de vida volitiva, su inercia psíquica viola la completa ausencia de impulsos instintivos en un cuerpo muerto, un alma vacía. Nada extraño que nuestro tiempo les haya acogido con tanto fervor.

La vigilia volitiva es condensada por la filosofía cristiana en una fórmula: libre albedrío. Libertad para abrazar disyuntivas, aun contrarias a la misma pervivencia del individuo, que definirán la textura moral de la persona.

La voluntad traza, en efecto, el cauce de la persona, sobre ella descansa el éthos, una suma de actos voluntarios que articulan su dinámica vital, y la sociedad humana es (o debiera ser), ante todo, un espacio de relación interpersonal -facies ad faciem-, no un mero escenario de interacción individual: la personalidad añade un "plus" a la individualidad, elevándola, más allá de la condición ontológica última que ésta representa, al plano de la existencia incomunicable en que el sujeto muestra su auténtico rostro, los rasgos intransferibles de su fisionomía racional, desenvolviéndose en un reino interior de fines rectores de la conducta. 

De nuevo, matriz cristiana: la vida personal transluce la inalienable racionalidad del humano, una voluntas ut ratio que se opone a la misma selección natural, a la fría brutalidad de una naturaleza despiadada para la que el individuo es insignificante, sólo cuenta en la medida en que sirve a la perpetuación de la especie por mejora genética o adaptativa. Por libre voluntad, no por designio intelectivo alineado con la tendencia natural (ilógico preservar o dejar prosperar al débil), el ser humano protege al frágil o lo desampara, abandonándolo a su suerte natural, y en ese simple acto se anuncia la persona. Por libre decisión, el hombre, en encarnada existencia personal, asiste al menos dotado, contra el destino natural que le depara su caída, sus mermadas capacidades o su indisposición para la subsistencia. La voluntad es el verdadero milagro en la arquitectura humana, es la que desmarca al hombre de la mecánica natural, intelecto comprometido en ella, algo que la Escuela Franciscana medieval vislumbró: la ley natural rige por entero para instancias impersonales.

Reproduzco, a continuación, tres pasajes, sin más preámbulos.

"Entre los salvajes, los individuos débiles en cuerpo y mente desaparecen muy pronto, y los que sobreviven se distinguen comúnmente por su vigorosa salud. Nosotros, los hombres civilizados, en cambio, nos esforzamos por frenar el proceso de eliminación; construimos asilos para los imbéciles, los mutilados y los enfermos; legislamos leyes pobres [aclaración: referencia a las Poor Laws o Leyes de Asistencia Pública, cuerpo legislativo de auxilio a desfavorecidos vigente desde la Edad Media tardía en Inglaterra, reactivado por los Tudor antes de su codificación a finales del XVI], y nuestros médicos apelan a toda su habilidad para conservar el mayor tiempo posible la vida de cada individuo. Hay muchísimas razones para creer que la vacuna ha salvado la vida a millares de personas que, por la debilidad de su constitución, hubieran sucumbido a los ataques de la viruela. En consecuencia, los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su especie. Nadie que haya asistido a la cría de animales domésticos dudará que esto debe ser muy perjudicial para la raza humana. Es sorprendente ver la rapidez con la que la falta de cuidado o el cuidado mal llevado a cabo conduce a la degeneración de una raza doméstica, pero exceptuando el caso del hombre mismo, casi nadie sería tan ignorante como para permitir que sus peores animales se reproduzcan" (Charles Darwin, Natural Selection as affecting Civilised Nation, I, cap. 5)

Selección natural: materialismo implícito en la variación acumulativa, diversificación ramificada de poblaciones, supervivencia del mejor dotado por éxito reproductivo y transmisión de rasgos a diferentes linajes de su filogenia, homoplasias y otras directrices evolutivas, ...

El profeta de Roecken, por su parte, condena las categorías kantianas, tanto como los esquemas metafísicos de la filosofía cristiana, viciadas derivaciones del platonismo que atentan contra la concepción del ser como devenir (reprobables la idea de bien en sí o la invención del espíritu puro), "malignas supercherías" o síntomas de la decadencia occidental, prejuicios contra la vida que "devalúan la naturaleza". La naturaleza debe imperar, los dogmas morales del cristianismo (tolerancia, fraternidad, ...) son frutos de la debilidad. La dionisíaca irracionalidad y la arrebatada voluntad de poder afirmándose en la necesidad de expansión de su dominante fortaleza vital, contra la estrecha voluntad de vivir; la esperanza del Übermensch, fiel a la tierra, combativo con sus pasiones y su hedonismo del veneno de los "moribundos despreciadores de la vida", responsables de la moral de rebaño, apunta en esta consecuente dirección:

"¡Cómo puede buscarse en la más profunda necesidad vital, en el egoísmo estricto, el principio del mal y, a la inversa, exaltarse el síntoma típico de decadencia, de contradicción de los instintos –el altruismo y el amor al prójimo (alterismo)–, como el valor superior! ... Primer mandamiento de nuestro amor a los hombres: los tarados y débiles tienen que perecer. Y hay que ayudarles a perecer ... En el sentido más profundo, decir 'no matarás' es inmoral y antinatural ... El criminal que quebranta y rompe sus tablas de valores es creador" (Friedrich Nietzsche, Ecce homo / El Anticristo)

Al fin, el más antiguo de los tres textos escogidos, el más desvaído, precariamente sostenido en un tiempo de epílogos: 

"Heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí" (Mateo, 25:34–36).

Reproduzco los pasajes desde una aséptica actitud filosófica, aunque me eduqué en ambiente cristiano (una anciana a la que amé solía reprocharme: "te has apartado de Dios". Quizá no tanto como ella creía), con una confesión inicial, la ética formal kantiana. 

No ha lugar aquí un debate sobre el sentido de unas palabras u otras, sobre atenuantes por conveniente contextualización y otros presumibles alegatos de devotos: discriminación extensiva de propiedades moral y no-moral, naturalismo metaético, falacia naturalista del voluntarismo teológico, sesgo cognitivo de la inherencia innatural del mal, bla bla bla. Lo más curioso es que textos como los de Darwin ("Exceptuando el caso del hombre mismo, casi nadie sería tan imprudente como para permitir que sus peores animales se reproduzcan") o Nietzsche ("los tarados y débiles tienen que perecer") demanden una luctuosa masa de subterfugios para excusar a los maestros (¿culpables de qué?, el eterno proceso de Josef K.), concitando tantas posiciones antitéticas, detractores sancionando sin paliativos y adeptos abogando por una adecuada interpretación justificativa, condicionada por infinidad de pretextos, huecas hermenéuticas. 

Es curioso, sí, porque las palabras de Mateo no reclaman la menor defensa, ninguna exégesis iluminadora, transcienden todo contexto y todo tiempo, sin precisar el menor atenuante, el más endeble refugio para mitigar las implicaciones de un mensaje inequívoco que resiste la intemperie. Esa sí es la universalidad de un imperativo que pudiera guiar la moral humana, sin relativismos ni fatuos sofismas. Las palabras de Mateo se sostienen sobre sí mismas, como un Rembrandt o un Vermeer, no sobre un armazón de flacos discursos parásitos, como el expresionismo abstracto. Yacen sobre ellas casi dos milenios, no el liviano peso de un siglo y medio.

Darwin es uno de mis violoncelistas preferidos. Nietzsche es una trágica voz que exhumo, a menudo, en mis propios idearios, le invoco para mis propósitos con la cauta admiración que me inspiran algunas de sus obras. Aquellas en las que la plañidera hiperbórea no ha estallado aún en gritos o estridencias nocivas para la filosofía. Y es que los ministerios del cristianismo no son el cristianismo. El cristianismo es, más allá de la filosofía que lo sostenga, un compromiso personal con uno mismo y con el prójimo, la otra persona, emulando la simbiosis trinitaria. Un compromiso moral animado por un sentimiento de transcendencia personal, no por una interesada expectativa de destino sobrenatural (la moral cristiana no es tan heterónoma como el mismo Kant denunciara).

No siento el menor desprecio por vehementes nietzscheanos, tan doctrinales como los esclavos que desdeñan (su disidencia o su furor dionisíaco es en sí mismo fundamentalista). No desprecio la ignorancia, a veces, oscuro fruto de adversas circunstancias conjuradas contra prometedores espíritus. Lo que detesto es la ciega arrogancia de los neo-creyentes, nazarenos en una triste procesión de sombras, y su falta de respeto por tantas cosas obstruidas por sus furiosos odios, genéticos o heredados, imbuidos por los progenitores o caracteres fenotípicos desarrollados por adaptación al ambiente que acabarán transluciendo base génica, transmitidos a generaciones sucesoras por esa compensada correlación entre eficacia proliferativa de portadores y capacidad de adaptación a las condiciones del entorno. Estoy ironizando, claro, profesor Darwin.

Detesto la opacidad de conciencias acríticas encalladas en la fractura, instaladas en el desgarro, no en la conciliación, voces que rehúsan dogmas, incurriendo, al hacerlo, en feroces dogmatismos, y aún más, ese obcecado empeño de nuestro tiempo por agotar el espíritu humano en la inmanencia, sus apuestas solidarias por remotas causas colectivas, un impostado activismo civil para sofocar miles de conciencias supurantes, pero indolentes, sin embargo, ante el mendigo que duerme bajo cartones junto al cajero más próximo: el próximo, aquél con el que hemos sido convocados al facies ad faciem, único lenguaje que concierne a la persona en su dehiscencia volitiva, el más íntimo e insoslayable signo de racionalidad humana. 


Comentarios

Publicar un comentario