EL ARCO DE ODISEO, Verona, por Marcos Muelas










Viajamos hasta Verona, esa ciudad que inspiró a Shakespeare para su famosa tragedia amorosa. Paseando por esas elegantes y encantadoras calles puedes imaginar el resonar de los aceros al batirse en duelo Capuletos y Montescos. Recuerdo con cariño la emblemática Plaza del Erbe donde bien podría un Romeo lanzar a su amada promesas de amor inmortal e infinito mientras pugna por robarle un beso. Y quién sabe si por fugaz y trágico, más intenso este amor se hizo y por ello se convirtió en eterno. Por un momento, la ficción cobra realidad y las creaciones del buen William toman vida para caminar de la mano por esas calles adoquinadas. Y tan real parece que a muy pocos pasos de allí, encontramos a la protagonista de esta historia. Julieta, cuyo destino fue sellado siglos atrás, esperando paciente en la pequeña plaza bautizada con su nombre. Inmortal belleza de bronce, visita imprescindible de amantes y bohemios que sin saber a ciencia cierta si su historia fue real o ficción, le rinden sentido homenaje. La plaza es en verdad el patio interior de una casa atribuida a la propiedad de la familia de la dama. Para acceder a ella atravesamos un arco con pintorescas muestras de amor. Candados con el nombre de enamorados permanecen colgados en el enrejado de la puerta. Las llaves que abren esos mecanismos se hayan herrumbrosas e inalcanzables en el fondo del rio Adige. Es costumbre que allí los enamorados las arrojen prometiéndose un amor tan duradero como la resistencia del candado.





Si continuamos por el pasillo que lleva al patio de Julieta, veremos paredes cubiertas de chicles mascados, corazones con nombres de amantes e incluso marcas de besos impresas con pintalabios. No juzguemos aquí si estos actos son prueba de vandalismo o de lealtad entre enamorados y continuemos por ese pasillo que nos lleva hasta Julieta.

Ni rastro de Romeo. Pero la famosa Capuleto nunca se encuentra sola. Incontables turistas la rodean y pugnan por conseguir selfies con ella. ¿Pero, que ven mis ojos? ¡Tal descaro y falta de respeto son imperdonables! ¿Pues no se atreven, con descaro y alevosía, a tocar el pecho de la dama de alcurnia? Me giro hacia la entrada esperando que en cualquier momento el apasionado Romeo se abra paso, espada en mano, reclamando vidas por tal ultraje. Pero, esto no pasa, pues el buen Romeo descansa en su tumba, oculta en algún recoveco ideado por el ingenio de Shakespeare. Mi vista regresa a la estatua y descubro que las manos impúdicas, que no lascivas, que tocan el diestro pecho de la dama, son únicamente femeninas. Y así descubrí, en ese patio que rinde homenaje a Julieta, que mujer que toca el pecho de la anfitriona, encinta queda. ¡Necia superstición basada en la ignorancia! Cuidado, cielo, no lo toques... no quiera el hado que algo de cierto tenga la leyenda.

Nos despedimos de Julieta, al menos de momento, pues si lleva medio siglo aguardando a su Romeo en la plaza, podrá esperar unos años más hasta que volvamos a vernos. Seguimos bajando la calle, alejándonos de la Plaza del Erbe. Calles estrechas repletas de boutiques de lujo. Peligrosos adoquines, asesinos de stilettos, fabricantes de esguinces y otras torceduras de tobillo. Desembocamos en la Piazza Bra. La Arena se levanta majestuosa, persistente e inmune al paso de los milenios. Inmortal. ¿Cuántos inocentes dieron tonos borgoña a la arena de ese coliseo solo para disfrute de las masas? Pero, no son los lamentos de cristianos ni los gritos de bravos gladiadores lo que los ecos nos traen ahora. El gran Luciano Pavarotti entona Nesum Dorma para los afortunados que tuvieron el placer de verlo con vida. María Callas también está ahí, huella del tiempo en forma de aria.

Y es que todo es posible aquí. Es Verona, ciudad italiana eclipsada por la fama de sus hermanas más vulgares. Esa pequeña ciudad encantadora y mágica visitada por turistas. Pero no se respira el sentimiento de vulgaridad que suele atraer el turismo crucerista. Afortunadamente, Verona, no es un destino forzado dentro de rutas navieras. Quien viene a la ciudad de Romeo y Julieta sabe lo que busca y reconoce su encanto. Si quizá no hayas oído hablar de ella más allá del escenario que usó Shakespeare, se debe a una razón secreta. Quienes la visitan se enamoran de ella y cuando vuelven a su hogar no hablan de Verona a sus conocidos. Quizá sea porque quienes la conocemos no queramos compartirla, ni dejar que se llene de turistas maleducados. De ser así, Verona dejaría de ser Verona.

Dejemos por ahora que Verona sea solo un mito. Un escenario ficticio, inventado para una obra ficticia. Si aun así, decides visitarla, no se lo cuentes a nadie, será nuestro lugar secreto.

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