RELATOS DE UNA MOSCA : De la ilusión al iluso, Pedro H. Martínez
He volado mucho, y durante mucho tiempo. Soy una mosca sabia, guapa y elegante. Lo sé, algunos pensarán que jamás podré estar a la altura de los humanos. No es cuestión de medir nuestras vanidades, porque aunque mosca soy, mosca me quedo, y eso ustedes no lo llevan bien. No.
Insignificante, si. Aplastable, palmeable. Si, lo reconozco, soy todo lo que ustedes quieran, a pesar de ello, no uso y abuso de la ILUSIÓN como ustedes. Ilusión, ¿qué ilusión? Palabra preciosa que desde bien pequeños inculcan a sus seres nacientes y que, conforme pasa el tiempo, van marcando su significado.
La Real Academia Española de la Lengua, con sus varias acepciones, nos indica que se trata de un “concepto o imagen que no se corresponde con la realidad”. Vaya por Dios, al niño se le engaña con falsas realidades, “que ilusión tiene mi hijo con Papa Noel”, “mi hijo está muy ilusionado con el Almería CF, dice que ganarán la liga”, “mi hija no deja de soñar con unicornios blancos y príncipes azules, me encanta ver la ilusión en sus ojos”. ¿Y la caída a la realidad? Son niños, no tontos ni estúpidos. Es bueno soñar, lo peor es convertir los sueños en ilusiones, pero los alimentan con cada vaso de leche caliente y en cada almuerzo de pan brioche. Y claro, luego… luego… luego hay que llevar al niño al psicólogo porque no entiende el mundo, porque está enfadado o enfadada porque no hay unicornios, ni el Almería ganará la liga nunca, ni existe Papa Noel…
Claro ustedes pensarán, ¿quién le pone el cascabel al gato? Nadie quiere ser el pájaro de mal agüero que les diga las verdades como puños a los infantes y a los púberes. Hasta disfrazamos la realidad con otra mentira.
Otra de las acepciones de la RAE es “esperanza a menudo infundada”. Aquí duele, en serio, duele. Imagínense, no es ya un engaño, es un imposible. Imagínense que yo les digo a mis crías: “cuando seáis mayores podréis cruzar al otro lado de la calle donde, y perdón si alguien está comiendo, está la mayor cantidad de alimento (mierda) del mundo, pero además, es de colores, azules, verdes, amarillas, lilas…” No solo he engañado con esa incierta posibilidad, sino que les he añadido algo imposible, que las mierdas sean de colores. Aquí me acuerdo de lo que sucedió hace unos años en Suiza, los niños suizos, acostumbrados a ver las vacas en las etiquetas de una famosa tableta de chocolate, creían que las vacas eran violetas. Así que cuando vieron las vacas de verdad dijeron que eso no eran vacas. Que decepción. Algunos no han vuelto a tomar leche en su vida.
Pero la RAE sigue metiendo dedos, más que en la llaga, en los ojos decrépitos de quién sigue jugando con los niños y adultos. “Ilusión es un sentimiento de satisfacción y complacencia”, refiriéndose a un engaño de los sentidos y de las expectativas. O sea, que continuamente se hacen, queridos humanos, trampantojos. En el Reino Unido, en los años ochenta, se dieron cuenta que los niños apenas tomaban vegetales. Empresas como la frigorífica Fíndus, se lanzaron a la caza de las madres. Anuncios con niños comiendo guisantes, como si fueran cereales, inundaron la televisión. Pero no funcionó. Los niños despreciaban los vegetales. Así que, ¿había que hacer un nuevo invento?, ¿o existía algo que solo había que darle color y aroma? Los fabricantes, ávidos de producción vendible, se fijaron en una tradición japonesa, el surimi, esa pasta de pescado convertida en palitos, su origen se remonta más de un milenio, ya que su origen data del año 790, aproximadamente. Esta pasta de pescado blanco, normalmente bacalao, merluza… picado y desespinado, comenzó a industrializarse en los años 60, del siglo pasado, muchos lo llamaron “palitos de cangrejo” o “bocas de mar”. Este ejemplo, sirvió a la industria para modificar genéticamente alguna variedad de zanahorias, concediéndole los nutrientes de los vegetales, pero con sabor a chocolate. Ya estaba el mal hecho. Los jóvenes ingleses comían, descosidos, zanahorias, mientras crecían altos y delgados.
En España, esta moda no llegó de esta manera, las madres que observaban a sus hijos comer con desprecio el salchichón o el chorizo, terminaron introduciendo en el bocadillo una buena paletada de “leche, cacao, avellanas y azúcar”, no hace falta que diga la marca, ¿verdad?
Así que, lleven cuidado con la ilusión (esperanza irreal), con los ilusionistas (falsificadores de realidades) y con los ilusionados (complacidos de posibilidades falsas).
Finalmente, ya sé que están en desacuerdo conmigo, lo sé también, por eso me he dejado para el final de este “Relato De Una Mosca” una reflexión. Fíjense si se engañan a sí mismos que determinan en la edad la sonrisa o el desprecio de los ilusionados, si es joven, infante o púber, sonreirán mientras dicen “que ilusionado está”, mientras que si supera cierta edad y, sobre todo, pinta canas, pondrán cara de asco y dirán “pobre iluso”.

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