Clase de Lengua y Literatura. Fantasía prequijotesca, por Santiago Delgado
En aquel lugar de La Mancha llamado Noquieroacordarme, celebraban hasta non ha mucho tiempo, la romería de San Roque, que protegió de fiebres y otras patológicas calamidades a los aldeanos de allí, cuando el tiempo de los moros. Cumplían las caniculares calendas del medioagosto –tiempo en que la mies debe estar ya segada y la vendimia en buen avance– cuando las mozas del no muy lejano pueblo de El Toboso, se acercaron –según costumbre– al susodicho lugar, con ánimo festivo y aventurero. Ya se sabe: “El santo encona los amores y encubre los amoríos”. La gente perversa lo tergiversaba por: El santo encoña los amores y descubre los amoríos; de tal manera todos los mozos y las mozas iban a lo que iban cuando la sanrroqueña romería. Una tobosa, moza de buen brío y mejor jaque, iba luciendo fermoso escote retador de miradas, jocosas de los mozos, celosas de las otras mozas. Un escote más glorioso que un alarde de tropa de Tercios en la Grand Platz de Bruselas.
Cumplió que un Don Alonso Quijano, sopón en Alcalá, se estrenase de romero aquel año de gracia. Los Quijano tenían buen solar de hidalgo, a las afueras de Noquieroacrodarme; justo al otro lado de la ermita del santo. El casón de Don Alonso buen corral tenía y extensos pegujales de su poderío. El mozo estudiante en Alcalá fizo mirada en el fermoso pareado lunar de la buena moza antedescrita. Y ya no pudo, ni mirar hacia otro lado, ni quitar de su alma la tal beldad y perfección. Como no tuviera sino formación letrada y latina, el hidalgo non se atrevió a decirle “ojos negros tienes, morena”. Y la moza, aunque esperó, terminó por apartarle de sus inquietudes de flirteo y galanura al uso, y se dejño mirar por otros mozos con más salero.
Comenzó la romería, para volver al santo a su ermita, y Don Alonso dio en facer las cuatro leguas de camino, andando hacia atrás, para no dejar de ver la doble colina del medio torso de la fémina. Riéronse todos del hidalgo, que aseveró en su defensa que, en tal pueblo de la Sicilia italiana, que él citó con perfecta dicción ítala, todas la romería se facían ansí, para no dejar de ver al romeriado, santo venerado por todos, en el completo trayecto. Mas, lo que miraba el barbián era la dupla pectoral de Aldonza, que tal era el nombre de la escotada. El cronista ha de señalar que todas la mozas, tanto del lugar como foráneas, lucían tal encanto vestimental. Y que, si Don Alonso se fijó en Aldonza, más fue por ese noséqué que tiene el amor, y que el par de carretas aldonzescas era lo de menos en su atracción hacia el sopón de Alcalá.
Con todo, pasadas que fueron las risas de todos, Aldonza hartóse, y cubrió con opaco manteo sus encantos. Don Alonso cerró los ojos, y comprendió el rechazo. Entendió el rechazo y decidió que, en adelante, no podría sino amar en secreto a la moza, a la que, enseguida convirtió en su dama de las maravillas, por la que debía, como había leído en el Amadís, servir y amar en dolorido secreto el resto de su vida.
El resto ya lo saben todos, o deben saber.
Miro al aula, y la veo vacía. Me olvidé de que hoy hacían huelga los alumnos, y pude pergeñar esta fantasía prequijotesca. Sólo hay una niña al fondo. Mira su móvil. Lee, no teclea, y adivino tristeza en su rostro hacia adelante inclinado. Respeto su intimidad, y me deslizo hacia la puerta. Salud y romerías

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