LOS SONIDOS Y EL TIEMPO- Federico el Grande, por Gabriel Lauret
En la sociedad española actual vemos como algo normal que sean los organismos públicos los que promuevan y estimulen no sólo la educación, sino también el desarrollo de la actividad cultural. Muy al contrario, a lo largo de la historia y en la mayor parte de los países, ha sido la voluntad personal de los gobernantes, reyes, nobles o miembros de la Iglesia, la que ha condicionado la actividad artística y cultural de los pueblos, habitualmente de forma arbitraria y raramente universal.
Hoy va a protagonizar esta sección una figura histórica excepcional, estudiada por politólogos, estrategas, diplomáticos y economistas, por no dar una relación demasiado exhaustiva. Supo poner las bases de un estado moderno mientras que fomentaba la cultura y las artes para que estuvieran al alcance de toda la sociedad. Voy a hablar aquí de él ya que también fue un excelente intérprete y compositor, cuya fama sobrepasaba las fronteras de su reino.
Federico nació en Berlín en 1712, sede del gobierno de Prusia. Federico Guillermo I, su padre, apodado del rey sargento, diseñó para él una educación estricta y religiosa. Sin embargo, su tutor, un soldado francés, contraviniendo las órdenes enseñó al príncipe filosofía y literatura, y le ayudó a adquirir una espléndida biblioteca secreta. Con siete años recibió permiso para estudiar composición y también aprendió a tocar la flauta travesera.
El rey toleró estas diversiones durante un tiempo, pero en 1730 su desaprobación se convirtió en prohibición. Con 18 años, Federico conspiró para huir a Inglaterra junto con su confidente, el teniente Hans von Katte, y otros oficiales del ejército. El rey ordenó decapitar a von Katte, y obligó a asistir a la ejecución a Federico, que fue encarcelado y humillado. Tardó varios años en volver a contar con el favor paterno, en los que, alejado de la corte, aprendió gestión administrativa y el mando de tropas militares. En 1733 se casó con Isabel Cristina de Brunswick-Bevern, un matrimonio de conveniencias, aunque Federico siempre prefirió el contacto con jóvenes oficiales y con sus perros.
La muerte de su padre en 1740 le convirtió en Federico II de Prusia, país que hasta ese momento era un grupo de territorios aislados físicamente. Federico logró ampliar y unificar el reino por medio de una serie de campañas militares que comenzaron ese mismo año. Demostró que podía hacer frente a una superpotencia como Austria y, por medio de su extraordinaria capacidad militar, convirtió a Prusia en una potencia Europea, aglutinante de lo que sería la actual Alemania.
Poco antes de asumir la corona, Federico escribió el Anti-Maquiavelo, tratado que ofrecía su visión del gobierno a la luz de la Ilustración, en la que el rey debía ser el primer servidor del estado. Estaba escrito en lengua francesa, su preferida para hablar y para escribir, y fue editado por Voltaire, con quien mantuvo una larga correspondencia y que vivió en su corte entre 1750 y 1753. Reunió y protegió a músicos, filósofos y escritores en su corte de Potsdam, desde donde difundió las ideas racionalistas, la tolerancia religiosa y la libertad de pensamiento. Favoreció la creación de escuelas y la difusión de libros y periódicos, promoviendo la cultura laica. El estado prusiano fue modelo de administración: centralizó el gobierno, creó un cuerpo de funcionarios formados y seleccionados por mérito, reformó la justicia, mejoró la recaudación de impuestos, controló el gasto público y, por último, impulsó la agricultura, la industria y el comercio para lograr la autosuficiencia del país.
En conjunto, Federico II transformó a Prusia en una monarquía ilustrada, donde el poder político se combinaba con el cultivo de la razón, el arte y la ciencia. Federico, que tenía un carácter reservado y melancólico, alternó el rigor del gobernante con la sensibilidad del artista.
Su importancia en la música debemos abordarla desde la doble perspectiva de la gestión cultural y también como intérprete y compositor.
Nada más ocupar el trono comenzó una política cultural que convertiría también a Berlín en un centro de referencia musical. Promovió el acceso a la música de sus súbditos. Las representaciones de ópera en los teatros oficiales eran gratuitas para cualquier persona que fuera vestida con decoro, al igual que la entrada a los conciertos de las orquestas de la reina o de la hermana del rey. Durante su reinado se publicaron en Berlín libros de teoría musical importantísimos como los tratados de Quantz (flauta), Carl Philip Emanuel Bach (tecla) o Agrícola (canto), por nombrar sólo los más destacables.
Federico rechazaba la polifonía contrapuntística característica del Barroco y prefería el nuevo Estilo Galante, surgido hacia 1730 y basado en el predominio de la melodía. Quizás el mayor reproche que se le pueda hacer fuera que sus referentes musicales, Carl Heinrich Graun y Philipp Quantz, fueran músicos de menor valía que otros a los que dio un papel secundario, como Carl Philip o Franz Benda. Federico, como flautista, era muy superior a cualquier aficionado y mejor que muchos profesionales. Ofrecía conciertos a diario en Sanssouci, su palacio rococó de Postdam, a los que asistían únicamente los cortesanos y algunos invitados. En ellos interpretaba cíclicamente un repertorio de trescientas obras de las que más de un centenar eran composiciones suyas.
Existe una leyenda de que Federico pudo ser el compositor de nuestro himno nacional. El rey habría obsequiado con una marcha a un joven oficial español enviado a Prusia para estudiar las tácticas militares del monarca. Que esto no se mencionara hasta el siglo XIX y que el protagonismo se atribuyera de dos militares distintos restó verosimilitud a la historia, que no parece disparatada, pero difícilmente sabremos si pudo ser real.
Desde nuestra perspectiva, el acontecimiento musical más interesante fue probablemente su encuentro con Juan Sebastián Bach, del que salió una de las mayores joyas musicales de todos los tiempos. Federico tocó en un fortepiano un tema, hoy llamado tema regio, y Bach lo convirtió en una fuga a cuatro, después a cinco y finalmente a ocho voces, con tal maestría que provocó la admiración todos los asistentes. A su regreso a Leipzig, Bach escribió una colección de cánones, fugas y otras piezas como una sonata en trío en la que la flauta, el instrumento de Federico, es protagonista, editada sólo dos meses después. Desgraciadamente, no sabemos si esta “Ofrenda Musical a Su Majestad Real de Prusia dedicada con rendida sumisión por Johann Sebastian Bach”, fue alguna vez interpretada por el soberano, tan alejado en sus gustos de la música del Barroco.
Con los años, abandonó progresivamente la música. Los gustos del rey no cambiaron, por lo que quedaron pasados de moda. Federico dejó de componer desde 1756, en 1778 disolvió la ópera francesa y poco después dejó la interpretación. Los últimos años de su vida estuvieron marcados por el agotamiento físico y la reflexión sobre su obra, a pesar de que continuó administrando su reino con energía y precisión. Murió en 1786 en Sanssouci tras 46 años de reinado.
Federico pretendía descansar a su muerte en una terraza junto a Sanssouci y al lado de sus perros, pero su sucesor, Federico Guillermo II, lo confinó en la cripta de una iglesia de Postdam. Pasaron más de dos siglos hasta que en 1991, tras la reunificación de Alemania y en tiempos de Helmut Kohl, se cumplió su voluntad. “Federico el Grande”, sin más, resume su vida y obra sobre una pequeña lápida.
- Federico el Grande. Concierto para flauta y orquesta nº 3, en Do mayor



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